La visita de Benedicto XVI a su patria, Alemania, ha dejado dos “perlas” especiales que todos deberíamos meditar con sumo cuidado.
La primera fue la pronunciada en el Bundestag –el Parlamento-, cuando invitó a los sucesores de aquellos otros diputados que años atrás apoyaron a Hitler, a que reflexionaras sobre la autenticidad de una democracia que no está basada en valores objetivos sino en las modas consagradas por los medios de comunicación y las urnas. Sin una “ley natural” inviolable, sin unos principios básicos morales que ninguna mayoría parlamentaria pueda conculcar, no existe verdadera democracia. Y eso tuvo el valor de decirlo un Papa alemán a unos parlamentarios alemanes que se sientan en los mismos escaños que antes ocuparon otros alemanes que justificaron las matanzas de judíos y de todos aquellos que eran contrarios al régimen diabólico de Hitler. Naturalmente que esta reflexión vale para Alemania, pero deberían hacérsela todos los políticos del mundo, porque a estas alturas es posible que los que más se llenan la boca con la palabra “democracia” sean los mayores enemigos de la misma. Una democracia que justifica legalmente la muerte de inocentes ya no es democracia. Es un esperpento. Y los esperpentos políticos terminan por sucumbir a manos de las dictaduras. Así que para que éstas no vengan, se hace urgentísimo que haya una verdadera democracia, que sólo será tal cuando esté cimentada en la ley natural.
La segunda “perla” se la soltó a los luteranos alemanes precisamente en Erfurt, donde vivió Lutero. El ecumenismo está muerto no sólo porque las diferencias doctrinales sean irreconciliables, sino porque las Iglesias protestantes históricas han entrado en una deriva de secularismo que les aleja cada vez más de la Iglesia católica. La anterior presidenta de los luteranos alemanes era una “obispa” lesbiana que convivía con su pareja; no dimitió por ese motivo –cuando fue elegida ya se sabía-, sino por una falta de tráfico que la avergonzó ante sus escrupulosos –para eso- compatriotas. Por eso el Papa les ha preguntado –y hay que tener el valor de hacerlo a la cara y en su casa-, si “acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe”. Más claro, el agua. Las Iglesias protestantes, carentes de la mano firme del vicario de Cristo, están en una deriva que está acabando con ellas; los mejores, se pasan al catolicismo, conscientes de que si los frutos que ven en sus comunidades son tan malos es que las raíces no pueden ser mejores.
Hay que seguir rezando por este Papa, tan valiente y tan cansado. Que Dios nos lo guarde aún mucho tiempo, por el bien de la Iglesia y del mundo. Mientras tanto, disfrutemos de él y demos gracias a Dios.
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