¿Se plantea el Papa, sinceramente, dimitir en abril del 2012? ¿Qué hay de cierto en ello? Socci dice recoger lo que circula por los despachos vaticanos más importantes, la hipótesis personal del Papa de que llegado a los 85 años, por tanto ese próximo abril, pudiera dimitir. Andrea Tornielli esboza el artículo de Socci, y a él me remito (aquí). Pero sin duda encierra una doble cuestión que conviene tener en cuenta por cuanto los motivos de una posible dimisión dados por el mismo Ratzinger serían dos: el primero una" imposibilidad física, psicológica y mental de llevar a cabo su cometido". El segundo, la "incapacidad para poder soportar todo", aunque sea sólo desde el punto de vista físico.
El primer motivo le parece a Ratzinger razonable, y en determinados casos hasta un deber. Pero el segundo es una tentación por la que el Papa ya ha pedido oraciones: “rezad, para que no huya de los lobos” diría en sus primeros días de pontificado. Se hace comprensible ese miedo ante la incertidumbre de poder soportar tanta presión y persecución con una naturaleza humana no sólo frágil por sí misma, sino especialmente por cuanto está cargada de años. Es en ese “cansancio” interior, en esa debilidad para soportar tanto sufrimiento, donde el Papa encuentra una tentación rechazable: “rezad, para que no ceda ante los lobos”. Porque si es por dificultades, el Papa no piensa dimitir. Más bien es en ellas donde el Papa encuentra su mayor estímulo para poner su confianza en Dios.
El primer motivo le parece a Ratzinger razonable, y en determinados casos hasta un deber. Pero el segundo es una tentación por la que el Papa ya ha pedido oraciones: “rezad, para que no huya de los lobos” diría en sus primeros días de pontificado. Se hace comprensible ese miedo ante la incertidumbre de poder soportar tanta presión y persecución con una naturaleza humana no sólo frágil por sí misma, sino especialmente por cuanto está cargada de años. Es en ese “cansancio” interior, en esa debilidad para soportar tanto sufrimiento, donde el Papa encuentra una tentación rechazable: “rezad, para que no ceda ante los lobos”. Porque si es por dificultades, el Papa no piensa dimitir. Más bien es en ellas donde el Papa encuentra su mayor estímulo para poner su confianza en Dios.
El que Benedicto XVI pueda haber meditado sobre esa posibilidad de dimitir en abril del año 2012 exige, conociéndole, presumir que considere cumplida para ese tiempo su labor, esto es, el cometido que se había marcado. O lo que es igual: la realización de esa hoja de ruta que se había trazado en el inicio de su pontificado. Y es aquí, en esta presunción, donde el misterio Ratzinger adquiere una condensación espiritual llamativa. No quiero entrar en la conveniencia o no de dicha dimisión, sino en lo que indica por parte de una persona metódica y responsable que sólo abandona la labor cuando la considera cumplida, o cuando entiende que su dirección puede dificultar ese alcanzar las metas trazadas.
Y es que en esta línea se ven los pasos del Papa: el redescubrimiento eucarístico, en el que lo Sagrado vuelve a presentarse ante el hombre como algo anterior a él, que no puede ser manipulado a su antojo, pero ante Quien se puede caer rendido en adoración y súplica. En cierto modo es un nuevo iluminar el verdadero nucleo central de la Iglesia, ese centro y raíz sobre el que debe girar toda acción de la Iglesia: el cuidado y la adoración eucarística. Y de allí manarán las fuerzas para llegar al hombre, para sanarlo y acompañarlo.
El que en abril del 2012 pudiera ver cumplida su misión significaría que para el Papa las tareas que se marcó podrían entenderse como cumplidas o cuanto menos bien encaminadas. ¿Cuáles? La vuelta a la sacralidad litúrgica, la reunificación de los hijos dispersos de la Iglesia (donde curiosamente están representadas las “tradiciones” litúrgicas católica y evangélica y a la que parecen querer unirse la luterana, quedando la ortodoxa, si bien aún lejos, más cerca que nunca) y las medidas disciplinares que eviten que el escándalo deje de ser el misterio de la Cruz para serlo, en cambio, la vida disoluta y perversa de los hijos de la Iglesia. Y todo ello sin dejar de lado su apuesta intelectual más compleja de procurar que fe y razón se den la mano, como antiguamente.
De él sabemos que antes de morir Juan Pablo II le pidió retirarse a escribir, a lo que el beato Wojtyla le pidió un último esfuerzo. Y esa dulce tentación a la que se entregó como Cardenal decano al ver cumplida su misión tras la muerte de su querido predecesor y de la que le sacó “violentamente” un cónclave que le quiso Papa. Al menos ahora parece venir esa tercera tentación: “he cumplido. Ya puedo retirarme.” Y quizá teóricamente el mismo Ratzinger ha argumentado a su favor, preparando el camino, favoreciendo la tentación, pero como al bueno del cura de Ars, aunque se hayan dado pasos reales en esa línea (esas entrevistas con Peter Sewaald, ese repensar teórico sobre la cuestión, ese ver que sus metas trazadas se van realizando) fue el clamor (y persecución) de su feligresía la que le hizo volver a su puesto, que no era otro que morir con las botas puestas en su confesionario.
x cesaruribarri@gmail.com