El cielo sobrepasa toda comprensión. Las imágenes empleadas por la Escritura al referirse al cielo, son: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del Reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso...
En el cielo Se cumplirán todos nuestros deseos de amor y de felicidad. Nos sentiremos amados muy personalmente por Dios y por todos los bienaventurados, y les amaremos con el mismo amor con que Dios nos ama, en una perfecta comunión de amor por toda la eternidad.
Es una vida completamente distinta de la que llevamos aquí. Por mucha que sea la felicidad que podemos encontrar en este mundo, la felicidad del cielo la supera más de lo que podamos imaginar. Recordemos unas palabras de San Pablo: “Como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios preparó para los que le aman” (I Corintios 2,9).
En otras palabras, ya podemos darle juego a la imaginación, pensando lo que es o puede ser aquí en la tierra la mayor perfección y felicidad posibles, que nunca llegaremos a percibir desde nuestra naturaleza humana, la plenitud de amor y de gozo que tendremos en el cielo. Y el techo de nuestra imaginación está mucho más allá de lo podamos concebir. ¿Cómo será nuestra felicidad en el cielo? Sólo una frase: Nada menos que la misma felicidad de Dios.
El cielo nos lo ha abierto Cristo con su muerte y resurrección; es nuestra cabeza, de tal manera que, si como miembros de Cristo, hemos muerto con Él y hemos resucitado con Él, estamos “ya” glorificados y sentados con Él a la diestra del Padre aunque “ todavía no” lo estemos personalmente. Podemos pues decir que vivir en el cielo es "estar con Cristo". Los que mueren en gracia vivirán para siempre con Cristo en el cielo. Pero, ¿en qué consiste este estar con Cristo en el cielo?
Si somos conscientes de que somos miembros del cuerpo de Cristo, podemos pensar que ese estar con Cristo en el cielo, más que un estar “con”, es un estar “en”, de la misma manera que la felicidad de la cabeza es la felicidad de los miembros en cualquier cuerpo organizado.
Lo cual viene a significar que el cielo consiste en vivir en perfecta comunión con la Trinidad. Dios abre su misterio a la inmediata contemplación del hombre para ser poseído por amor: conocerle y amarle como Dios se conoce y se ama. Es lo que llamamos visión beatífica, de la que participaremos junto con la Virgen, los ángeles y los santos, y Dios lo será todo en todo.
José Gea