Son 17 las religiosas del Instituto de Hermanas de la Doctrina Cristiana, fundado por Madre Micaela Grau, que murieron mártires durante la persecución religiosa española, alguna compañera en los inicios de la nueva fundación. Sus vidas fueron un ejemplo vivo de confianza en el Padre y de sencillez y disponibilidad evangélicas. Fieles a la misión de su instituto enseñaron la doctrina cristiana con la palabra y el ejemplo. Se mantuvieron fieles a su consagración y a las exigencias de su vida comunitaria. Dos de ellas fueron sacrificadas el 26 de septiembre, las otras quince, el 20 de noviembre de 1936. Cuando, el 19 de julio de 1936, tuvieron que abandonar la casa general, la madre Ángeles Lloret Martí y sus consejeras, madres Sufragio y María de Montserrat, junto con varias hermanas ancianas que vivían con ellas y otras que llegaron de diversas comunidades y que, por distintas circunstancias, no pudieron reunirse con sus familiares, constituyeron una única comunidad. Teresa había nacido en Mislata (Valencia), el 15 de octubre de 1873. En el instituto la encontramos ya en el año 1896. Y en 1906 había pronunciado sus votos perpetuos. Fue superiora de las comunidades de Tabernes de Valldigna, Molins de Rei, Cabrera de Mar, Cornellá y Carlet, de cuya comunidad formaba parte en 1936. Como todas tuvo que encontrar lugar a donde ir, y lo hizo en casa de una familia amiga, Filomena García Cubel, pero a los pocos días la encontramos en la cárcel de Carlet. En Carlet (Valencia) había nacido Josefa, un 11 de abril de 1871. Tuvo muchas dificultades, por parte de su familia, para ingresar en el Instituto de Hermanas de la Doctrina Cristiana. Pero Josefa tenía tomada la decisión con mucha fuerza y, a los veintiún años, ingresó en el noviciado. Ya profesa formó parte de las comunidades de San Vicente dels Horts, Tabernes de Valldigna, Guadasuar y Carlet. Francisca nació en Villajoyosa (Alicante) el 16 de enero de 1875. Le alcanzó el martirio siendo superiora general. Tenía mucho talento, un carácter recto, un gran corazón y mucha caridad en él. Los años que le correspondió gobernar estuvieron llenos de angustia y confusión, de desconfianza y agresividad. Por eso tuvo que tomar soluciones rápidas. Se preocupó, sobre todo, de poner a salvo a todas las hermanas que pudo y para las restantes había buscado piso en el nº 7 de la calle del Maestro Chapí, pues habían sido expulsadas de sus residencias habituales. Fue de ella, de quien partió el gesto, quizás único en la historia de la Iglesia, de haberse ofrecido con sus hermanas a trabajar por quienes las perseguían. María Antonia nació el 9 de febrero de 1888 en Altea (Alicante), aunque había echado raíces con su familia en Benidorm. Durante el camino hacia el martirio, pese a ser una de las más jóvenes del grupo, iba exhortando a todas a ofrecer la vida por Dios y perdonar a los verdugos. Ya desde joven demostró ser una mujer de mucha caridad, gran mortificación, inteligente y muy alegre. Fue superiora del colegio de la Sagrada Familia de Valencia, donde hermanas y alumnas la quisieron con pasión. Se desvivió siempre por las hermanas y en los últimos años fue un apoyo muy valioso en el gobierno general. Aprovechaba cualquier circunstancia para estimular y así encontramos estas palabras escritas en sus últimos días: “Las joyas de los enamorados de la tierra son de oro y pedrería; las del enamorado del cielo son de sangre”. Era vicaria general y maestra de novicias. Todas sus novicias regresaron al noviciado el año 1939. María Dolores nació el 2 de noviembre de 1860 en Molins de Rei (Barcelona). Mujer inteligente muy dada a Dios, muy dispuesta siempre a hacer del Evangelio el libro de la calle para ella y para todos. Fue secretaria de Madre fundadora y a su lado fue aprendiendo los entresijos de una vocación y carisma que se estaba definiendo. Fue superiora general por espacio de 33 años, desde 1892 hasta 1931. En el 36 era consejera general. Ascensión nació en Benifayó de Epioca (Valencia) el 20 de mayo de 1876. Sin cesar ofreció a Dios las flores del campo para que se gozara el Creador de la belleza de sus propias obras, y penetrada de un sentido teologal, repetía “que es mucho mejor hablar con Dios que hablar de Dios”. Fue una excelente pintora. Había sido maestra de novicias y era superiora local de la casa generalicia cuando estalló la revolución del 36. Isabel nació el 15 de noviembre de 1852 en Vilanova y la Geltrú (Barcelona). A los 28 años se unió a madre Micaela y Esperanza García en la fundación del instituto, viviendo todas las vicisitudes de los comienzos. Su sencillez la convirtió en una criatura que sirvió para todo, porque se entregó a todos. Su cordialidad ha sido proverbial: le interesaban los más pobres, los marginados, los analfabetos. Josefa nació en Ulldecona (Tarragona) el 12 de julio de 1859. De responsabilidad comunitaria acendrada, admirada por su trabajo callado, sencillo. Por su tierna y profunda devoción a María, llegó a recitar de memoria muchos párrafos de las “Glorias de María” que repetía y degustaba amorosamente. Era especialista en la costura y, de tal forma, que en sus últimos días esperaba la llegada del Señor aguja en mano. Emilia nació el 9 de noviembre de 1861 en Carlet (Valencia). De su conciencia delicada y frágil supo especialmente la juventud de Sollana, para la que fue una excelente maestra de la oración. Sus alumnas cuentan: que les enseñó a orar, que las hizo gustar largos minutos de silencio con el Señor, y que les abrió el apetito hacia la lectura espiritual provechosa, además de beneficiarse de sus habilidades como maestra de corte y confección. Permaneció muchos años en Sollana y fue muy querida. Paula nació pobre, muy pobre, en el hospital de Valencia, el 1 de junio de 1869. En Turís se sabía que todo el mundo podía encontrar en sor Gracia una sonrisa, una ayuda, una asistencia fraterna. Era humilde, bulliciosa, pero respetuosa con todo y con todos; no quería llamar la atención de nadie, pero casi nadie dejaba de fijarse en ella. Sabía bien lo que era vivir y por eso ayudaba a tantos a aprovechar hasta el último momento de la vida, “al borde de la muerte decía se encuentra la verdadera vida”. Siempre repetía: “Hay que pedir, hay que rogar, hay que aconsejar”. Estaba dedicada a la enseñanza, pero tenía predilección por los enfermos y los pobres. Su recuerdo en Turís es imborrable, sus convecinos le dedicaron una plaza. María Purificación había nacido el 6 de febrero de 1881 en Valencia. Recibió las aguas del bautismo en la colegiata de San Bartolomé. Las tradiciones del instituto hablan de que: “los horarios los cumplía a rajatabla, que en la capilla era de un recogimiento hermoso y contagioso, que guardaba el silencio escrupulosamente, que era muy buena”. De su bondad y discreción nos hablan también los que la conocieron, especialmente sus alumnas. Cuando estalla la guerra se encontraba en el colegio que en Molins de Rei (Barcelona) tenía el instituto y se trasladó a Valencia cuando por la fuerza tuvieron que salir del mismo. Teresa natural de San Martí de Provençals (Barcelona), había nacido el 13 de marzo de 1885 y fue bautizada en Santa María del Mar. Por pérdida de la madre, la encontramos acogida en la casa de misericordia de las Carmelitas de la Caridad, en donde fue creciendo en todos los aspectos. En 1907, a sus veintidós años, ingresó en el noviciado de las hermanas de la Doctrina Cristiana, y en 1936 formaba parte de la comunidad de Mislata. Era tierna, caritativa, sobre todo con las personas de la casa, que es una de las formas más difíciles de ejercer la caridad, humilde. Sus mejores esfuerzos los dedicó a la educación de los niños, los parvulillos, que a lo peor habían pasado también por el mismo trance de orfandad, que ella misma había vivido. Gertrudis nace en Barcelona el 17 de febrero de 1899. Bautizada en la catedral de Barcelona, recibe la formación, primero en el colegio de las religiosas francesas y luego en la Escuela Normal de Barcelona. Pasaba los veranos con los tíos, que la habían acogido, en Cabrera de Mar. Allí conoció a las hermanas de la Doctrina Cristiana y en el año 1918 se encontró con la maestra de novicias pintora que repetía: “Vale más hablar con Dios que hablar de Dios”. 18 años después las dos le oyeron decir: “Si el grano de trigo no muere, él solo queda; mas si muere, lleva mucho fruto”. Además, los de Ondara supieron que sus clases fueron siempre excelentes; y que no se ciñó simplemente a la explicación del catecismo y cualquier otra materia, sino que daba también un repaso de actualidad en cualquiera de sus enseñanzas. Al final, al llegar a Valencia, dijo: “Mi suerte será la de todas las hermanas”. Josefa fue bautizada en 1862 en la parroquia de San Antonio de Valencia; acaba de nacer huérfana,. Nunca se movió de Sollana; allí se supo de su santa sencillez, de su lúcida inocencia. Le encantaba a sor Ignacia estar al servicio inmediato de la subsistencia de la comunidad. Sabía que en la cocina podía y debía encontrar la dignidad y la elegancia espiritual como en cualquier otro oficio. Hizo siempre con esmero, el trabajo sencillo y escondido que se le había solicitado. Y desde el tiempo lejano del noviciado, en San Vicente dels Horts, dejaba traslucir un gozo interior contagioso que era la alegría de cuantos se le acercaban. En el 36, las sacaron por la fuerza de la comunidad de Sollana y sor Ignacia se dirigió a la calle Maestro Chapí, donde se encontraban otras hermanas. Isabel nació en Turís (Valencia) el 12 de agosto de 1855. Nunca sabremos cuándo escribió al dorso de aquella estampa que guardaba en uno de sus libros y que rezaba: “Señor, hacedme digna de ser mártir por vuestro amor”. Por supuesto, una plegaria que sonaba como a temblor y suspiro. Sor Paz se educó en el colegio que las hermanas de la Doctrina Cristiana tenían en Turís y se enamoró de la obra de madre Micaela, cuyos pasos quiso seguir. Hasta el final de sus días puso en práctica su nombre, pues sembró de paz y de servicios la estancia de las hermanas en la comunidad de Valencia.
Con motivo de la beatificación, el 1 de octubre de 1995, la Superiora general de las Hermanas de la Doctrina Cristiana, Madre Amparo Ros Llopis, explicó en un artículo la vida y el martirio de las religiosas, que recogemos aquí.
Las siervas de Dios se habían preparado desde su propia consagración a la entrega total de sus vidas. Su amor, abierto a todos, fue concreto: “Dulzura en las palabras, mansedumbre en el trato, buenas formas siempre. Sea la amabilidad el sello que las caracterice ‑decía madre Ángeles‑ y hallen siempre en nosotras, los pobres y los desgraciados, el corazón tierno y compasivo de una madre cariñosa y solícita”.
De la correspondencia que mantuvieron durante los años 1931 a 1936, y que se intensificó en los últimos meses, se deduce que eran conscientes de los acontecimientos del momento en que vivían y del peligro en que se hallaban. Las sostenía su fe y el ánimo que mutuamente se daban. Algunas de ellas hubieran podido salvar la vida refugiándose entre sus familiares, que tanto les insistían, pero no lo hicieron. La caridad las mantuvo, unidas a sus hermanas.
Las dos primeras fueron fusiladas el 26 de septiembre
Beata Amparo Rosat Balasch
Beata María del Calvario Romero Clariana
Aquí se encontraba el 18 de julio cuando tuvieron que salir a toda velocidad del colegio.Se refugió en casa de su hermana, en donde se encontraban escondidas dos sobrinas, también religiosas de la Doctrina Cristiana. Ocho días estuvo en la cárcel de Carlet.
La noche del 26 de septiembre, fueron sacadas de la prisión Madre Amparo y Sor María del Calvario, y conducida al Barranco de los Perros, del término de Llosa de Ranes (Valencia), donde las despeñaron. Ellas precedieron en el martirio a las otras quince mártires de la comunidad de Valencia.
Madre Amparo era hija única y, al morir, dejó a su madre, mayor y enferma. Al finalizar la guerra, las hermanas de la Doctrina Cristiana la acogieron hasta sus últimos días.
20 de noviembre de 1936
La oración continua, la confianza en Dios, el animarse mutuamente, la angustia de los “registros” casi diarios, las abundantes cartas de ánimo a las hermanas dispersas, las tristes noticias…, fueron el Getsemaní personal ante la muerte que se avecinaba.
Haciendo cada vez más suyas las palabras y el ejemplo del Señor, su último servicio fue trabajar la ropa y tejer los jerséis de aquellos que consumaron la ejecución de sus vidas. Éste fue el testimonio de amor humano y específicamente cristiano, perfectamente conjuntados, que dieron durante los cuatro largos meses que precedieron a su muerte martirial.
El 20 de noviembre un microbús fue a recogerlas a la calle Maestro Chapí, nº 7, de Valencia para su último viaje. Desconocían el destino, pero lo sospechaban. Salieron de casa animándose, rezando y perdonando. Madre Ángeles había alertado ya a sus compañeras para el momento supremo:
“Todos los males y los bienes están pesados, medidos y contados por quien puede servirse de ellos para nuestro bien... Ni nos pondrá más carga que la que podamos sobrellevar, ni nos dejará llevar solas el peso de la tribulación... Ayudémonos mutuamente en los angustiosos momentos que atravesamos y, sí es voluntad del que todo lo puede, que no nos volvamos a ver acá abajo, que nos unamos en abrazo eterno en el cielo”.
La fe, la esperanza y el amor que Dios había puesto en las mártires el día de su bautismo, había crecido y dado fruto según los talentos que cada una había recibido. Por eso, en aquel anochecer del 20 de noviembre de 1936, además de las ásperas órdenes del pelotón, oyeron la voz amorosa del Padre que les decía: “-Entra en el gozo de tu Señor”.
La madre Sufragio, última en morir, recogiendo el sentir comunitario, dio el último grito glorificando a Dios y diciendo: “¡Viva Cristo Rey!”. Fue la última “buena noticia” que daba al mundo en tinieblas, desde los primeros destellos de la luz del reino. Las balas acallaron sus labios, pero, desde entonces, su muerte grita para siempre la fuerza del Evangelio. Sus cuerpos cayeron al suelo en el picadero de Paterna (Valencia).
Las otras quince mártires
Beata Ángeles de San José Lloret Martí
Beata María del Sufragio Orts Baldó
Beata María de Montserrat Llimona Planas
Beata Teresa de San José Duart Roig
Beata Isabel Ferrer Sabriá, cofundadora del Instituto
Beata María de la Asunción Mongoche Homs
Beata María de la Concepción Martí Lacal
Beata María Gracia de San Antonio
Beata Mª del Sagrado Corazón Gómez Vives
Beata María del Socorro Jiménez Baldoví
Beata María de los Dolores Surís Brusola
Beata Ignacia del Santísimo Sacramento Pascual Pallardó
Beata María del Rosario Calpe Ibáñez
Catalina nació el 25 de noviembre de 1855 en Sueca (Valencia) y fue bautizada en la parroquia de San Pedro Apóstol. Eran su pasión los libros de espiritualidad y de historia. Cuentan que lo que más le tentaba eran la lectura y las escapadas para visitar a la Virgen de los Desamparados. Con la tormenta del 36, dejó el colegio de la Sagrada Familia de Valencia, de cuya comunidad formaba parte, y pasó a la comunidad de la calle Maestro Chapí, donde perfumó la casa con sus jaculatorias hasta el día 20 de noviembre, día en que llegaría a la plenitud de la vida.
Beata María de la Paz López García
Beata Marcela de Santo Tomás Navarro
De Áurea se desconoce la fecha de su nacimiento. Natural de Albacete, posiblemente del pueblo de La Roda. Sor Marcela fue la más afortunada de las novicias de la madre Sufragio. Las otras novicias, a finales de julio, madre Ángeles y madre Sufragio vieron necesario el que regresaran a casa de sus padres ante las perspectivas sombrías. La pobre Marcela, sin noticias desde hacía tiempo de sus familiares, tuvo que quedarse con las hermanas ¿Pobre? Fue su gran oportunidad. Así, la última de las novicias se enriqueció con la palma del martirio.