Ante todo, cuando te dispongas a realizar cualquier obra buena, pide con muy insistente oración que Él la lleve a término, para que quien ya se ha dignado contarnos en el número de sus hijos, en ninguna ocasión se tenga que entristecer por nuestras malas obras [cf. Sab 4,8; 5,5]. Por tanto, hay que estar prontos a obedecerle con sus bienes en nosotros, para que no sólo no llegue alguna vez como padre airado a desheredar a sus hijos, sino que ni siquiera como señor temible, irritado por nuestros males, entregue, como siervos malvados, a la pena eterna, a quienes no quisieron seguirlo a la gloria [cf. Mt 18,32; 25,26].
Tras la invitación a escuchar su enseñanza para que sea realizable su determinación de dejar sus voluntades y ponerse al servicio del verdadero Rey, el maestro-padre da al lector-oyente, a ese hijo que va a ser gestado en su magisterio, su primera indicación.
Quien comienza el camino de renuncia y servicio no parte de la nada. Él ya ha oído la primera llamada y se dispone a proseguir el seguimiento que ya ha comenzado en la primera conversión. El bautizado, todo quien está en gracia, cuenta con una ingente riqueza que ha recibido de Dios y que lo dota para poder llevar a cabo la empresa a la que ha sido llamado. Desde el primero, todos los pasos son posibles por gracia, Jesucristo tiene siempre la iniciativa.
Pero no es lo mismo estar dotado que ser capaz de algo. Aquello con lo que contamos por naturaleza para que no se quede en virtualidad agostada, en un ex-futuro, en algo que pudo ser pero que se quedó en posibilidad con el paso del tiempo muerta, necesita ponerse a tono, estar en forma de realización. Y a esto la vida de fe no hace excepción. De ahí la necesidad del maestro espiritual que, a través de la ascesis/entrenamiento pertinente, nos ponga en forma.
Y lo primero de todo para estar dispuestos, aparejados, prontos, para obedecer, gracias a los bienes que en nosotros Dios ha puesto, es la humildad... ¿o la oración?
Las virtudes y dones sobrenaturales son míos, pero siempre lo son como don, no como don-ya-dado, sino como don-en-donación. De los hombres recibimos cosas y dejan de ser del donante y no necesitan de él para ser lo que son; pero el amor de una amistad, que es don del amigo, es un manadero que no podemos controlar, ese amor solamente es nuestro cuando estamos ante él no como quien ya ha recibido, sino como quien está permanentemente en recepción, como quien no puede forzar, exigir o expropiar, sino como quien es enriquecido por el libre hontanar de amor del amigo.
Orar es estar abierto ante el manadero divino. Es el humus fecundo donde empieza a crecer la semilla recién sembrada, aunque haya que quitar cantos y espinos. Pero esa actitud orante, esa humildad, es ya comenzar a limpiar la tierra de las propias voluntades, para poder obedecer la voluntad una. La humildad nos capacita, la oración lo es de un menesteroso mendigo de la gracia de Dios siempre necesitado.