“Encontrar a Dios es buscarle sin parar”

San Gregorio de Nisa

       Generalmente asociamos el sentimiento de la nostalgia al recuerdo de una experiencia pasada,  agradable pero irrepetible. Así nuestra nostalgia está trufada de un cierto tono melancólico con una sensación de tenue agrado mitigado por el tiempo. El nostálgico puede pensar que “todo tiempo pasado fue mejor” o, simplemente, que su presente carece ya de la riqueza de tiempos pretéritos.

            La experiencia humana de la nostalgia nos habla de un encuentro que ya no se da, de un acontecimiento pasado que no volverá, de una vida que jamás podremos volver a vivir. La nostalgia se presenta cuando, después de una búsqueda colmada, desaparece lo que con ahínco encontramos. La nostalgia expresa un encuentro gozoso, sí, pero también una pérdida; de ahí que en el nostálgico sobrevuele un aire de tristeza por lo que se tuvo y ya no se podrá vivir.

            Sin embargo, para el hombre de fe el encuentro con Dios produce una continua nostalgia de Él. Cuanto más lo conocemos, más lo buscamos. Cuanto más fuerte es su abrazo, más anhelamos su amor. Cuanto más es su deseo sobre nosotros, más crece nuestra sed de Él.

            La nostalgia de Dios también denota carencia, una falta que nos inquieta y que nos urge a erradicarla de nuestro ser. Permítaseme la audacia: la nostalgia de Dios que vive  el hombre de fe es el modo que tiene Dios mismo para que podamos enriquecer continuamente nuestro encuentro con Él.

            La nostalgia del espiritual no es una pérdida, sino una exigencia necesaria para poder seguir teniendo sed de nuestro Señor.

            Cuanto más viva es nuestra relación con Él, más lo buscamos. Porque la búsqueda de Dios es una carencia que se sabe colmada por Dios mismo, que se nos da para que tengamos mayor necesidad de Él. Dios se da para que le busquemos; Dios permite que le vivamos para que experimentemos un Amor inabarcable para nosotros.

            Vivir a Dios es no estar nunca satisfecho de desearlo. Vivir a Dios es anhelar constantemente más y más Dios. Vivir a Dios es sentir que nuestra alma no puede vivir todo lo que ella desearía de Él; siente la carencia de su incapacidad por esponjarse completamente en Él, pero le es imposible arrancar su deseo de “más Dios”.

            De ahí que la nostalgia de Dios exprese a la vez plenitud y falta. Plenitud, pues el alma sólo puede ser colmada por su Señor; falta, ya que el alma reconoce su condición pecadora e imperfecta. A diferencia de la experiencia humana, la nostalgia de Dios no alude a una experiencia ya pasada, sino lo contrario: a una Presencia siempre presente, pero oculta, escurridiza, inefable, lábil, misteriosa.

            La nostalgia de Dios nos hace vivir de un Dios que se revela en su ausencia. La ausencia del Amado nos hace suspirar por su presencia; es ya en nuestro suspiro de amor –nuestro deseo de Él- donde el Señor habita. Pero para hacerse presente y desaparecer otra vez. Como dice San Gregorio de Nisa: “el premio de la búsqueda es la misma búsqueda”.

            La nostalgia de Dios apunta, sin duda, a la contemplación y a la mística. Decía Karl Rahner que “el cristiano del mañana será un místico, alguien que ha experimentado alguna cosa o ya no tendrá nada que decir”. Místico no es aquí quien tiene “experiencias místicas” al modo de Santa Teresa; místico es quien vive a Dios y por tanto puede expresarlo. Místico es quien, viviendo en una patria que no es la suya, siente nostalgia por un mundo que todavía no conoce –el Cielo-, pero que empieza a gustar de él aquí en la tierra.

Así pues, disfrutemos de nuestra nostalgia de Dios

Un saludo