AL PRINCIPIO QUÉ VENCER
Para quien tiene miedo
todo son ruidos.
-Sófocles-
¿Os acordáis de la fábula de Félix Mª Samaniego: La mona?
Subió una Mona a un nogal,
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde;
conque le supo muy mal.
Arrojola el animal,
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona
porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.
Entre los creyentes está muy generalizada la postura de «mejor no hablar», «no quiero líos», «es que vamos a una iglesia de minorías», etc., excusas todas para acomodarnos en la seguridad y evitar el riesgo, para asentarnos en la comodidad y adormecer la audacia.
Perdonadme, pero creo más cristiano el atrevimiento que la renuncia sistemática al combate. ¿No vino Cristo a traer fuego sobre la tierra? Es mi opinión, claro, pero para mí no es cristiano el renunciar, el reducir la aventura de la fe por pura cobardía.
¿No estaremos engendrando creyentes «a la remolacha»? Esta planta, dulce y enterradita, solo sirve para alimentar a sus propias hojas. Como esos bautizados que no hacen daño a nadie, pero tampoco bien, y viven encerraditos en sus seguridades generadas por la rutina.
¡Qué pena! La vida es demasiado entusiasmante, demasiado apasionada para castrarla con mis miedos. Obviamente, es más tranquilo recorrer los caminos de siempre que abrir senderos personales.
La vida merece ser amada y, por lo mismo, arriesgarse. Y arriesgarse sabiendo que nos esperan zancadillas y tropezones. Pero los tropezones, con espíritu positivo, ayudan a crecer porque «quien tropieza y no cae, dos pasos adelanta».
Con frecuencia, aconsejados por una falsa prudencia, nos solemos cortas las alas del crecimiento porque, sencillamente, como la mona de Samaniego, hallamos una dificultad al principio.