Es Santo Padre señala la “progresiva indiferencia" sobre la religión, que muestra la sociedad occidental. La religión "es una cuestión fundamental para una convivencia lograda" porque la libertad "necesita de una referencia a una instancia superior". Además indicó que el mundo necesita "una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo sobre los cuales construir un futuro mejor".
La sociedad occidental ha creado una cultura que predispone a la indiferencia o rechazo de lo que suene a religión. Indiferencia que contrasta con la confianza que depositamos en que alguien vendrá a solventar los problemas que tengamos. Desde la cultura se promociona el pensamiento mágico frente al pensamiento religioso, que encima se nos camufla con la apariencia de “científico”. Se nos dice que si protestamos, alguien vendrá a darnos lo que queremos. Si fastidiamos socialmente, la legislación nos dará derechos que se impongan sobre la libertad de los demás. Antes se hacían sacrificios de sangre frente al ídolo de turno, hoy nos manifestamos violentamente destruyendo el bien común. La lógica es la misma: destrucción para propiciar que “otro” consiga por mi lo que quiero o necesito.
Cada día tengo más claro que la crisis que vivimos tiene sus raíces profundas en el alejamiento de Dios. Es decir, en el alejamiento del sentido universal que sólo puede venir de una “instancia superior”, que es Dios. No se trata de un dios-fetiche mágico que nos da lo que queremos, sino de Dios, que nos da la oportunidad de participar activamente en Su plan.
El postmodernismo edonista nos lleva a un callejón sin salida que cada vez huele más a revolución. El modelo de sociedad occidental no funciona y el modelo alternativo que aparece en el horizonte es el de la sociedad semi-totalitaria china. Vaya alternativa.
Mientras, el cristianismo es el enemigo a batir porque impide que nos sumerjamos en una sociedad dormida y basada en las apariencias. Apariencias que se institucionalizan a base de derechos a colectivos particulares, que no hacen más que restringir la libertad de los demás. Volvemos al modelo de sociedad medieval, basada en los derechos que determinados grupos imponen a los demás. La diferencia está en que se nos da la “oportunidad” de pertenecer al grupo dominante, con la condición que comulguemos con las ideas “correctas”.
La religión se señala como un yugo insoportable, pero la dictadura de las apariencias es aceptada sin rechistar gracias al marketing al que estamos sometidos a todas horas.
Los católicos no podemos dejarnos llevar por la corriente. Tenemos que nadar mar adentro y a contracorriente. Estamos llamados a transformar la cultura y evidenciar la inconsistencia de las pautas que nos ofrecen. Los valores de fondo, son justamente los que nos dan sentido como seres humanos. Somos imagen de Dios y eso nos da dignidad desde que somos engendrados hasta que morimos. Necesitamos la trascendencia, porque un mundo que empieza y acaba en un sinsentido termina por ser una cárcel. Las estructuras sociales naturales, como la verdadera familia, son imprescindibles para que nos desarrollemos en plenitud y nos sintamos integrados en la sociedad.
El mundo ideal no puede ser una particularización personal que cambia según el momento y la apetencia. Esta falacia es la base de la depresión social que vivimos. Nadie encuentra el paraíso que le prometieron. La riqueza aparente se derrumba a nuestro alrededor. Las tramoyas se caen y se ve el engaño. La felicidad basada en derechos que evaden responsabilidades y destruyen la persona, no existe. Es un engaño del enemigo. Un engaño muy bien presentado para que lo adquiramos sin pensar en lo que hacemos. Una vez rotos, sólo la gracia de Dios puede sacarnos del pozo en el que nosotros mismos nos hemos metido. La oración es la herramienta imprescindible.
Sigamos los discursos del Papa. Sus palabras tienen una especial clarividencia y profundidad.