Para conmemorar este motivo se encargó un retrato de sor Vicenta que realizó el pintor Enrique Rodríguez de Tembleque, que dejó plasmado en su óleo la belleza de un rostro enamorado de Cristo por quien entregó su vida. Con toda solemnidad, el 7 de noviembre, don Amós Damián Rodríguez de Tembleque, natural de Herencia y coadjutor de la parroquia de Los Yébenes (Toledo) fue invitado por las Franciscanas para presidir la Misa en la que se iba a bendecir dicho cuadro.
Podéis ver la información en la página web de la parroquia:
Sierva de Dios Vicenta Ivars Torres
Francisca Salvadora, que nació el 4 de octubre de 1867 en Benissa (Alicante), era la segunda de once hermanos. Sus padres, Vicente Ivars y María Torres, originarios del mismo pueblo y muy cristianos, la bautizaron al día siguiente en la parroquia de San Pedro Apóstol. Toda la familia tenía hondas raíces religiosas, asistían asiduamente a Misa y profesaban una devoción especial a la Purísima. De condición acomodada, su padre llegó a ser alcalde del pueblo y tenía un taller de carpintería donde trabajaban también los hijos. En este ambiente honrado y feliz creció Francisca, ocupada en las labores propias de la casa, cultivando sus devociones cristianas y participando, como buena feligresa, en los actos de culto de la parroquia.
Siguiendo muy de cerca los pasos de su Fundadora, a quien conoció u con la que compartió el servicio a los más pobres y necesitados, Sor Vicenta recorrió las distintas casas que la obediencia le fue asignando: el Hospital de Mazarrón (Murcia), donde ejerció el apostolado con ancianos, enfermos y mineros accidentados y el Hospital San Juan de Dios de Pego (Alicante) donde se dedicó al cuidado de ancianos y niños, incluyendo a pobre y transeúntes, incluso a los presos de la cárcel.
Su último destino fue el Colegio de San José en Valdepeñas (Ciudad Real) donde residió por espacio de tres años. Aquí se dedicó a la enseñanza gratuita de niñas pobres externas y del comedor de mediodía a las más necesitadas. También atendía un grupo de chicas mayores que estaban aprendiendo a coser.
Toda su vida religiosa la entregó en servicio de los más pobres: desplegando todo su cariño y ternura con las niñas, ancianos y enfermos, con la humildad y sencillez que la caracterizó. Los testigos decían de ella: “Era una religiosa ejemplar, sencilla, humilde, apacible, bondadosa, incapaz de hacer sufrir a nadie, cariñosa y cercana con las niñas”.
Martirizada y sepultada en un viñedo
El 25 de julio de 1936, una semana después que estalló la Guerra Civil, el Comité de Valdepeñas (Ciudad Real), se incautó del Colegio y expulsaron a las religiosas. Sor Vicenta, juntó con el resto de Hermanas, fueron acogidas en el Hospital Municipal de San Francisco de Asís de la misma ciudad que regentaban también las religiosas Franciscanas de la Purísima Concepción y que, por el momento no habían sido expulsadas. Aquí, camufladas de enfermeras con vestido seglar, se dedicaron, por orden de los dirigentes marxistas al cuidado de los heridos de guerra.
Después de casi dos meses en el Hospital, fue entonces cuando pidió en el Ayuntamiento, gobernado por el Frente Popular, un salvoconducto para poder trasladarse a su pueblo con su familia. A partir de aquí, todo fue muy rápido. El comité alertó del permiso que daba para poder asesinar a la religiosa. Tras expedir el permiso, fue trasladada a la estación de ferrocarril en un coche al servicio del comité local. Allí tomó un tren con destino a Alcázar de San Juan. Era la mañana del 23 de septiembre.
Aunque la hermana iba vestida de seglar, era bien manifiesta su condición de religiosa por lo que al llegar a la estación, Sor Vicenta fue abordada por unos milicianos que la obligaron a subir a un camión de trigo que circulaba en dirección a Herencia (Ciudad Real).
El peón caminero, cuando tuvo la certeza de que los asesinos se habían marchado en el camión, se acercó por allí y al no ver el cuerpo, que había quedado oculto entre la hierba de la cuneta, pensó que la habían enterrado los mismos que la mataron.
Pero a los tres días realizó una nueva búsqueda y descubrió el cuerpo con los tiros en la cabeza y él mismo hizo un hoyo y la enterró al pie de una cepa en una viña que había. Los sesos los recogió en un pañuelo y se los echó junto al cadáver. Además le echó sus pertenencias: una peineta de pelo, un crucifijo, una virgencita del Pilar de plata y un monedero con algunas monedas, seis o siete duros y un billete de 25 pesetas.
Mientras tanto, el hermano de sor Vicenta, al ver que no llegaba a su casa en la fecha anunciada, se puso en contacto por carta con la superiora de Valdepeñas, la cual le informó de la fecha de salida y de cuándo debería haber llegado a su destino. Ello permitió hacer indagaciones sobre lo sucedido y finalmente se llegó a conocer el triste desenlace.
Su cuerpo permaneció sepultado en esa viña, hasta el año 1939, en el que se hicieron por parte de la Congregación las diligencias oportunas para el desenterramiento e identificación del cadáver y sus restos se trasladan al panteón que tienen las Religiosas en Herencia (Ciudad Real). Así, el 20 de julio de 1939, tras escuchar el relato de Antonio López, tuvo lugar la exhumación de Sor Vicenta Ivars. Con la misma azada que había utilizado para darle sepultura, desenterró el cadáver que tenía las manos juntas y todo lo demás, tal y como el buen hombre lo había relatado.
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