Escribo este artículo con enfado. Porque rebajamos la Fe a un estado de mediocre egoísmo y de artificial dulzura. No, miren: no creo en Dios. Yo confío ciegamente en Dios, vivo de Dios. ¿Creer en Dios? También creo que existen los átomos, las amebas y los agujeros negros y no los he visto nunca, ni me cambian la vida. Creer en Dios es de masones: creen en el gran arquitecto del universo y, salvo para perpetrar el mal, en nada afecta a sus vidas. Creer en Dios es rebajar a Dios a la categoría de ameba. Confiar en Él es otra cosa. Intuyo que en hebreo "creer" debe de ser sinónimo de "fiarse", como "escuchar" lo es de "poner en práctica".
Y tampoco quiero ser santo. No me interesa en absoluto tener el título de santo por la universidad del Cielo. Es más, me repugna la idea. Yo lo que quiero es vivir con Cristo; ni imitarle, ni seguirle: vivir con Jesús, para Jesús, en Jesús. Convertirme en Cireneo permanente; luchar por Él y morir por Él. Llevarle al mundo entero; clavar su bandera en todos los corazones. Sufrir y llorar con Él por tantas almas perdidas, por tantos pecadores que, si Le conociesen, vivirían con Jesús sin necesidad "de ser santos". Como San Andrés de Wouters: "fornicario seré, pero hereje, jamás".
Y no quiero luchar. Todo, entiendan bien, todo es Gracia. Machacarse luchando es jansenista y protestante. No quiero luchar por una idea estrecha de la moralidad. Lucharé, sí, como Santa Teresita o como San Francisco Javier, la misma lucha, idéntica en ambos: izar las velas y dejarse llevar por el viento del Espíritu. Entregarse hasta el ofrecimiento incondicional de la vida entera, sin reservas ni prudencias humanas. No son "respetos humanos", lo cual sería respetable; son "prudencias", disfraces de la cobardía, el chalaneo y el pacto con el mundo.
Es muy probable que en la hora decisiva, un chulo como yo niegue a Cristo. ¿Y qué? ¿No lo hizo San Pedro? Pero, en mi huida, recogeré la espada del suelo, miraré a Jesús y mordiéndome los labios hasta hacerme sangre, cargaré de nuevo contra el enemigo antiguo.
Amén.