Los que somos asiduos peregrinos de Medjugorje sabemos la labor apostólica que Sor Emmanuelle desarrolla en aquel pueblo mariano de Bosnia-Herzegovina.  Su casa es como un segundo santuario donde acuden gentes de todas partes a escuchar sus enseñanzas, a pedir un consejo, o a rezar un rato con ella.   Tiene un especial trato con el grupo de videntes, y comenta en su correo mensual lo más significativo de los mensajes que ellos dicen haber recibido de la Virgen. Es un alma de Dios y un gran apóstol.

                La juventud de Sor Emmanuelle fue desastrosa, ideológica y moralmente. Estaba imbuida por la filosofía marxista del mayo del 68. Iba perdida por la vida, engañada por tantos falsos ideales que no tenían en cuenta para nada la dignidad de ser humano, su espiritualidad. Asqueada de la vida planificó detalladamente su suicidio. Pero minutos antes de llevar a cabo su propósito Dios se valió de unas personas para  que acudiera a una asamblea de oración carismática. Y allí fue su primera conversión. Pero la gran conversión, la que le llevaría a dar su vida por Jesucristo, ocurrió en Medjugorje al encontrarse con la Virgen María. Su vida dio un giro completo e ingresó en una comunidad religiosa. Desde entonces no se cansa de hablar del amor de Dios.

                Una temporada al año sale de Medjugorje para evangelizar parte de ese mundo que está hambriento de Dios. Y empieza por España. El año pasado ya vino a mi Parroquia, Santuario de la Divina Misericordia. La asistencia de gente fue masiva y entusiasta. Este año ha vuelto a comenzar su gira por este mismo lugar. El viernes 16 estaba anunciada su presencia en el Santuario de la Divina  Misericordia de Murcia (España). La afluencia de fieles ha sido aún mayor. El templo es grande, pero muchas personas  tuvieron que quedarse en la puerta.

                Adoramos al Santísimo, rezamos a la Virgen, celebramos la Eucaristía y habló Sor Emmanuelle. En francés pero muy bien traducido por la intérprete. ¿De qué nos habló? Fundamentalmente de la Confesión y la Eucaristía. En definitiva, del amor de Dios. Insistió en la necesidad de la conversión. No podemos dejar cerrada la puerta de nuestra alma cuando Dios llama insistentemente. La conversión es volver a la casa del Padre como el hijo pródigo. Los Mandamientos son el código de la circulación espiritual. Y la confesión, que ha de ser al menos mensual, hay que prepararla repasando ese código que el Señor nos ofrece, y con humildad reconocer nuestro fallos.

                Nos habló, a continuación, de la Eucaristía. Debemos recibir al Señor con el alma limpia, con atención y agradecimiento. Debemos evitar la mala costumbre de llegar a la iglesia casi con la Misa empezada, sin prepararnos, distraídos... Y cuando recibimos a Jesucristo hay que atenderle como El se merece. Sería una falta de amor y respeto recibirle sin hacerle caso, cosa que no hacemos con nadie que llegue a nuestra casa. La Virgen nos pide que, al menos, dediquemos unos diez minutos para darle gracias  al Señor y dejar que El nos hable.

                En cuanto al rezo del Santo Rosario insistió en la necesidad de contemplar los misterios de la vida de Jesús. Uno se convierte en lo que contempla. Si contemplamos la vida de Cristo llegaremos a ser de verdad cristianos. El niño imita a su madre porque la contempla desde que nace. Contemplar es admirar, disfrutar, agradecer... Debemos ser todos contemplativos. Dios está muy cerca de nosotros.

                Y yo contemplaba los rostros de los presentes, que no dejaban de mirar y admirar a Sor Emmanuelle. No estaba diciendo nada nuevo, pero nos estaba ofreciendo, con la frescura que da el espíritu enamorado de Dios, los principio elementales de nuestra fe. Y eso es evangelizar: compartir con los demás ese fuego del amor de Dios que llevamos en el corazón. Sor Emmanuelle así lo hace.

                Se despidió para seguir sembrando la semilla del Evangelio por otros lugares de España: Valencia, Barcelona, Zaragoza, Bilbao, Trujillo, Madrid... Nosotros le dijimos, sencillamente,  hasta el año que viene, si Dios nos concede esa Gracia.

Juan García Inza

Juan.garciainza@gmail.com