Introducción:
Tenemos que dar a conocer la figura del Espíritu Santo. No podemos prescindir de su acción en medio del mundo. Llegó el momento de darle un lugar en nuestras vidas, pues nadie nos conoce tant0 como él. Al lado del Divino Espíritu, aprendemos a distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Dejémonos llevar por el proyecto que desea construir en todos y en cada uno de nosotros.
Preparando el terreno para la llegada del salvador:
Los profetas del antiguo testamento, como Isaías o Daniel, nunca hablaron a título personal, sino movidos por el Espíritu Santo. Fue él quien les dio las palabras más adecuadas, ante los anhelos e inquietudes del pueblo de Israel. Los profetas apuntaron, desde el principio, hacia la llegada inminente de Jesús. El Divino Espíritu, como aquel que “aleteaba por encima de las aguas” (Cfr. Gn. 1, 2), fue quien preparó el terreno para la venida de Cristo, involucrando a los profetas, en la historia de nuestra salvación. Sólo así se explica la profundidad y realismo de sus palabras.
Nos lleva al encuentro con Jesús:
No se ama, lo que no se conoce. Por esta razón, el Espíritu Santo, nos lleva al encuentro con Jesús, para que podamos irlo descubriendo, poco a poco, paso a paso, hasta darnos cuenta que el evangelio, lejos de ser una propuesta anticuada o excluyente, es un proyecto dinámico y apasionante. Quien se abre a la posibilidad de la existencia de Dios, tarde o temprano, gracias a la acción del Espíritu Santo, podrá descubrirlo y hacerlo parte importante de todas las áreas de su vida.
El misterio de Pentecostés:
Después de la ascensión del Señor, los discípulos cayeron en una situación marcada por el miedo y la tensión, sin embargo, gracias a la acción del Espíritu Santo, autor del misterio de Pentecostés, fueron liberados, recuperando el valor que habían perdido. Todos, en algún momento, hemos sentido miedo, incluso desesperación, sin embargo, al relacionarnos con el Divino Espíritu, a través de la oración, podemos vivir un nuevo Pentecostés, recuperando la paz. Ya lo decía Jesús: “Les conviene que yo me vaya. Si yo no me voy, el Espíritu Santo no vendrá a ustedes, pero si yo me voy, yo se los enviaré" (Jn. 16, 7).
El fiat de María:
María, aquella mujer audaz que cambió el rumbo de la historia, a partir de su sencillez y apertura a la voluntad de Dios, no se dejó amedrentar por las tensiones e incomprensiones de su tiempo, sino que fue capaz de dar pasos firmes, sabiendo que contaba con la ayuda del Espíritu Santo. A ejemplo de María, nuestra madre, lejos de caer bajo el peso del desaliento, seamos optimistas, comprometiéndonos con la causa de la nueva evangelización. Vivamos abiertos a la acción amorosa del Divino Espíritu, quien nos ayudará a madurar y crecer.
Seguirlo a través de la vida:
No podemos descubrir la huella de Dios en nuestra historia, fabricando teorías, sino a través de la experiencia. El Espíritu Santo, en unión con el Padre y el Hijo, nos pide que seamos capaces de identificarlo, en medio de los caminos que vamos recorriendo como parte de las diferentes etapas de nuestra vida. Dios no es una teoría, sino una experiencia siempre nueva.
Conclusión:
No hay que evadir el tema del Espíritu Santo, sino darlo a conocer a través de una catequesis bien organizada. Lo necesitamos. Es urgente que, valorando su presencia en las Sagradas Escrituras, seamos capaces de conectarlo con la realidad actual. En el amor al Espíritu Santo, está la clave de la salvación.