“In medio virtus”. No sé si la frase es de Aristóteles, pero si el concepto. Lo recoge en su “Ética a Nicómaco”. El gran filósofo presenta la virtud como la huida de los dos extremos, aunque eso no deba significar necesariamente mediocridad. La idea, en sí misma, es tan atractiva como peligrosa. Atractiva porque es sencilla de entender y seduce inmediatamente a la razón. Peligrosa precisamente por lo mismo, ya que esa seducción puede llevar al hombre que tuviera este concepto de virtud por norma a vivir en un continuo y errático movimiento, según se desplacen los extremos entre los que él quiere colocarse; en realidad, aplicada literalmente, no dejaría de ser una consagración del relativismo, aunque fuera un relativismo moderado y poco estridente.
Me permito esta reflexión porque creo, efectivamente, en el valor del equilibrio y de la mesura, creo en la moderación como forma de vida. Pero me preocupa mucho que eso se transforme, desde el punto de vista ético, en mediocridad. Es decir, me gustaría vivir apasionadamente el equilibrio, porque creo también imprescindible la fuerza de la pasión, ese “fuego” del que hablaba Cristo y que Él había venido a poner en el mundo. Otros habrá que quieran ser moderadamente radicales, yo quiero ser intensamente equilibrado, aunque por desgracia no lo logre. Como el único equilibrio que conozco capaz de dar vida es el del amor –en el ámbito moral los extremos son la indiferencia y el odio-, busco apasionadamente vivir en ese amor. Y como el único amor verdadero y digno de tal nombre en el que creo es el que nos enseña Cristo, quiero, también apasionadamente, intentar practicarlo. Repito, aunque no lo logre.
Pero si esto se puede decir de la ética no creo que se pueda trasladar sin más a la dogmática. En Moral el bien es bien, al margen de si lo apoya uno solo, la mitad más uno o todos menos uno; pero la madurez y la mesura nos pueden ayudar a descubrir donde está ese bien, pues sólo el equilibrio –que, como he dicho, es el amor cristiano- produce frutos buenos. Sin embargo, en Dogma la cosa es mucho más complicada; como en Moral, la verdad es la verdad, tanto si tiene de su parte a uno o a todos; pero para descubrir esa verdad no siempre se puede aplicar el criterio del equilibrio –del amor- como en Moral, porque el amor hace referencia ante todo al comportamiento y no tanto al pensamiento, aunque el pensamiento ya sea una forma inicial de comportamiento; de hecho, en la historia no han faltado herejes que llevaron una vida ejemplar y que sin embargo estaban equivocados. Por eso en Dogma mucho más que en Moral es imprescindible el recurso a una voz suprema, a una voz que por su autoridad pueda definir dónde está la verdad, sin que ese lugar deba corresponder necesariamente al “termino medio”. El Magisterio de la Iglesia, que basándose en la Palabra y en la Tradición, actualiza permanentemente sin modificarlo el mensaje de Cristo –el moral y el dogmático-, es imprescindible para no caer ni en el extremismo de los extremos ni en el extremismo de los creen que la verdad no existe y que sólo es un justo medio entre las cosas. Es el Magisterio y sólo él el que puede decir: “lo que Cristo enseñó es esto”, y lo puede decir de algo con lo que todos estén de acuerdo o con lo que no esté de acuerdo ninguno. Por eso el concepto de “termino medio” en Dogma es mucho menos orientativo que en moral y apenas sirve como un elemento de referencia cada vez más desvaído.
Aplicando todo esto a lo que ha sucedido en las dos últimas semanas en la Iglesia, vemos que hay dos extremos claramente diferenciados. Por un lado están los cismáticos de Lefebvre, que a pesar de todos los intentos de Benedicto XVI parecen negarse a volver a la comunión plena con la Iglesia. Por otro, están los “cismáticos” –aunque su cisma no sea oficial- de los que han rechazado públicamente buena parte del Dogma y de la Moral enseñada por la Iglesia y que han dado con el manifiesto de los curas austriacos su último y estridente grito. Dos extremos. ¿Dónde está la verdad? ¿En el centro? No lo creo así. La verdad está donde dice la jerarquía de la Iglesia que está. El centro, en Moral más que en Dogma, es orientativo, pero no concluyente. Personalmente me siento mucho más cercano a unos que a otros, aunque el instinto me lleve a alejarme de ambos. Sin embargo habrá que estar muy atentos en las semanas próximas para ver cómo evolucionan los acontecimientos. No hay que dejarse seducir sin más por un concepto aristotélico de virtud que en sí mismo lleva el germen del relativismo. Hay que escuchar al Magisterio, con humildad, y obedecerlo. Todos.
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