Los inicios de curso siempre son épocas de zozobra y desazón. No es raro vernos dentro de trifulcas provenientes del “exceso” de energía acumulado durante la época estival. Uno de los temas que está de más actualidad es el eterno conflicto interno de la Iglesia. En ese conflicto siempre salen a relucir los Obispos y la jerarquía. Unos los azuzan a cumplir sus deberes y otros los proscriben a convidados de piedra. Traigo un fragmento del la Carta a los efesios de San Ignacio de Antioquía, ya que nos ayuda a entender qué valor tienen lo Obispos y la jerarquía dentro de la Iglesia. San Ignacio (+ 110 d.C. aprox.) fue el segundo sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía. Padeció martirio durante el reinado del emperador Trajano (98117 d.C.). En camino a Roma, donde moriría mártir, escribió siete cartas que constituyen un valiosísimo testimonio, tanto por su antigüedad como por su contenido:

III Yo no os doy órdenes como si fuera alguien. Porque si yo estoy encadenado por el Nombre, no soy aún perfecto en Jesucristo. Ahora, no he hecho más que comenzar a instruirme, y os dirijo la palabra como a condiscípulos míos. Más bien, soy yo quien tendrá necesidad de ser ungido por vosotros con fe, exhortaciones, paciencia, longanimidad.  Pero ya que la caridad no me permite callar respecto a vosotros, es por eso que he tomado la delantera para exhortaros a caminar de acuerdo con el pensamiento de Dios. Porque Jesucristo, nuestra vida inseparable, es el pensamiento del Padre, como también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo.

 

IV. También conviene caminar de acuerdo con el pensamiento de vuestro obispo, lo cual vosotros ya hacéis. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios, está conforme con su obispo como las cuerdas a la cítara. Así en vuestro sinfónico y armonioso amor es Jesucristo quien canta. Que cada uno de vosotros también, se convierta en coro, a fin de que, en la armonía de vuestra concordia, toméis el tono de Dios en la unidad, cantéis a una sola voz por Jesucristo al Padre, a fin de que os escuche y que os reconozca, por vuestras buenas obras, como los miembros de su Hijo. Es, pues, provechoso para vosotros el ser una inseparable unidad, a fin de participar siempre de Dios.

 

V. Si en efecto, yo mismo en tan poco tiempo he adquirido con vuestro obispo una tal familiaridad, que no es humana sino espiritual, cuánto más os voy a felicitar de que le estéis profundamente unidos, como lo está a Jesucristo, y Jesucristo al Padre, a fin de que todas las cosas sean acordes en la unidad. Que nadie se extravíe; si alguno no está al interior del santuario, se priva del "pan de Dios". Pues si la oración de dos tiene tal fuerza, cuánto más la del obispo con la de toda que no viene a la reunión común, ése ya es orgulloso y se juzga a sí mismo, pues está escrito: "Dios resiste a los orgullosos". Pongamos, pues, esmero en no resistir al obispo, para estar sometidos a Dios.

 

VI, Y mientras más vea uno al obispo guardar silencio, más se le debe reverenciar; pues aquél a quien el Señor de la casa envía para administrar su casa, debemos recibirlo como aquél mismo que lo ha enviado. Entonces está claro que debemos ver al obispo como al Señor mismo. Por otra parte, Onésimo mismo eleva muy alto vuestra disciplina en Dios, expresando con sus alabanzas que todos vosotros vivís según la verdad, y que ninguna herejía reside entre vosotros, sino que, por el contrario, vosotros no escucháis a persona alguna que les hable de otra cosa que no sea de Jesucristo en la verdad. (San Ignacio de Antioquía, Carta a los efesios, III-VI) 

Casi cuesta destacar algo de este fragmento. Todo lo que dice nos lleva a entender cómo hemos de entender a nuestro Obispo. Lo primero y más destacable, es la humildad y el sometimiento a la voluntad de Dios. El Obispo trabaja desde su humildad como pastor de todos sus fieles diocesanos. Los fieles diocesanos miramos al Obispo y vemos el reflejo que Cristo nos dejó a través de sus Apóstoles. No se trata de divinizar al Obispo, sino entender que su figura tiene un significado y un simbolismo que excede a la persona que ejerce el cargo. Nos dice San Ignacio que los Obispos están en la voluntad de Cristo, lo que indica que su figura parte de revelada por Cristo a sus Apóstoles. 

Después nos exhorta a caminar en armonía con nuestro Obispo. Toda la gran comunidad que conforma cada Iglesia Local, es un coro que debe cantar unida para que la voz de Cristo pueda manifestarse por medio suya. Las desuniones imposibilitan que la voz de Cristo llegue a todos con fuerza y claridad. Que nadie nos extravíe con apariencias engañosas que trastocan el orden que la creación nos comunica. Ayudemos a nuestros Obispos en lo que nos soliciten. Si no nos solicitan nada directamente, ayudemos a por medio de nuestra fidelidad, ejemplo y actitud positiva. 

Sobre los silencios de los Obispo, San Ignacio nos dice algo muy interesante: cuanto más silencio muestre, más debe ser reverenciado. El Obispo actúa de pastor y el pastor nunca aparta unas ovejas de otras. Son las ovejas las que deciden salir del redil siguiendo la voz del lobo. El Obispo debe ir en su busca, tal como Cristo nos indicó en la parábola de la oveja perdida. 

Ojalá nuestro Obispo pueda decir de nosotros lo que San Ignacio cuenta que le dice Onésimo de sus fieles diocesanos: que no escuchamos más que a Jesucristo en la verdad.