Finalizada y de vueltas de vacaciones, era lógico que nos encontráramos con una fuerte reacción ante todo lo vivido este verano.
Otra iglesia es posible, otra teología también y hasta otra economía. Seamos sinceros ¿Quién no ha pensado lo maravilloso que sería cambiar el mundo para que se acomode a nosotros? No diré que nadie, porque la santidad lleva al ser humano a capacidades que sólo Dios puede darnos. Pocos deben ser los que anteponen a voluntad de Dios a sus propios deseos. Cristo tuvo que esforzarse para superar la naturaleza humana que le atenazaba: “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz.” (Lc 22, 42).
Volvamos a la actualidad. El manifiesto del 10% de sacerdotes austriacos que viene dando vueltas los últimos días se realizó en junio, pero es ahora cuando aparece en los medios. Algún teólogo ofrece una nueva teología. Una religiosa apoya el aborto y defiende el matrimonio homosexual. Menuda entrada se septiembre llevamos.
Indudablemente, cambiar lo que nos rodea sería maravilloso para nosotros. Una iglesia mimetizada con la sociedad es más agradable que una que avive las conciencias y evidencie sus errores. Cada periferia eclesial evidencia un tipo de conformidad con la sociedad y es incapaz de reconocer que la tiene, ya que forma parte de su centralidad.
Es cierto que debe ser mediaticamente relevante, pero no para aliarse con la sociedad, sino para transformarla. También es cierto que la iglesia debe ser espiritualmente trascendente, pero sin cerrarse en si misma como fin. La Iglesia debe ser una piedra en el zapato que nos fastidie cuando andamos perdiendo el centro en cualquier dirección. También nos debe recordar que no podemos buscar soluciones a nuestra medida, sino según la proporción que Dios ha determinado.
En este comienzo de curso lleno de “alternativas” diferentes, la apariencia que damos es de cisma y eso vende mucho en los diarios y telediarios. Pero nada hay nuevo bajo el cielo. Lo que vemos y vivimos ha existido siempre. Siempre ha existido una periferia eclesial que ha reclamado su derecho a ser el centro. Antes, esta periferia no poseía los altavoces mediáticos que tiene actualmente, pero siempre ha estado presente. No debemos asustarnos, ya que incluso cumple una labor positiva en el plan de Dios.
Por una parte nos permite prepararnos para contestar y dar razones al menos tan válidas como las suyas. La catequesis tradicional se basa en preguntas y dudas que se responden una tras otra. La periferia eclesial plantea problemas que son contestados gracias a que se plantean abiertamente. Además, nos recuerda que no debemos bajar la guardia en el continuo proceso de formarnos, orar y participar en la construcción del Reino. De otra forma volveríamos a tiempos pasados en los que parecía que todo estaba hecho. La libertad de expresión permite definirnos y tener claro quien piensa como nosotros y con quien es posible construir en sintonía y sincronía.
Pero también existen efectos negativos a tener en cuenta. Quizás el más negativo sea la cantidad de personas que se sienten confundidas por las trifulcas y se separan de es que se desplacen a la periferia, sino que abandonan la jaula de grillos que parecemos. Estas personas hubieran necesitado estar suficientemente formadas para filtrar las informaciones y discernir su contenido. Por desgracia la formación en es una eterna asignatura pendiente. Mientras vivamos acomodados en el eterno conflicto, no evangelizamos y esto es precisamente un inmenso éxito para el enemigo.
¿Qué hacer? Quisiera tener una solución, pero me temo que el Espíritu Santo es el único que nos puede ayudar. Es necesario reflexionar incluso de lo que nos parece evidente.
El conflicto es tan viejo como la Iglesia. Antes todo era más fácil (e inhumano). Los discrepantes eran despedidos y considerados como gentiles o publicanos (Mt 18,1617) Solución rápida, pero incapaz sanar la herida producida.
Hoy en día, la Iglesia ha aprendido que no es bueno echar sin más a quienes discrepan. Pero es evidente que no es una solución eficaz, ya que con ello atenazamos nuestra capacidad de vivir la coherencia de la Fe. Así que todos estamos siempre disconformes con la Iglesia en que vivimos. ¡Menuda actitud para un cristiano! ¿Dónde quedó nuestra Esperanza y confianza en Dios?
Aun en esta triste disconformidad es posible ver una efecto positivo, ya que nos anima a ver lo esencial sobre lo secundario y trabajar unidos. Siempre que no nos machaquemos unos a otros o nos impongamos la iglesia de cada cual.
Quizás este juego de proporciones forme parte de la solución. Pero no lo tengo claro, créanme. Necesitamos de esa Divina Proporción que intuimos, no imaginamos y que sólo Dios puede revelarnos en el momento oportuno.
Aprender a no imponernos unos a otros las formas y aprender a dar opciones a todos para desarrollar la Fe suena bien. No lo dudo. Hay que ser conscientes que el sistema no es idealmente elástico y terminará por romperse si tiramos demasiado fuerte hacia nuestra deseada iglesia personal-grupal.
Seamos conscientes que cualquier modelo de Iglesia que pensemos por nosotros mismos estará limitada por nuestras propias imperfecciones.
¿Otra Iglesia es posible? Claro, millones de ellas. Pero ninguna de ellas será la Iglesia. ¿Por qué nos afanamos tanto en dar alternativas particulares a la maravillosa Madre que Dios nos ha dado?
Roguemos a Dios para que El nos transforme para poder conformar la Iglesia según Su voluntad. Para ello quizás tengamos que pasar por un sufrimiento similar al de Cristo en el Monte de los Olivos y tengamos que orar al Padre diciendo: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).