Eso que se da en llamar en España “la izquierda” es un extraño aglomerado en el que, desde mi punto de vista, cabe identificar tres sectores bien diferenciados que han llegado a una curiosa alianza estratégica, la cual les hace parecer lo mismo sin, curiosamente, serlo en modo alguno.
Está, en primer lugar, la que denominaría “izquierda histórica” o “izquierda de masas”, ese gran vivero de votantes de izquierdas que constituye el suelo del que nunca baja su número de votos. Sociológicamente hablando, se trata de personas de los medios rurales e industriales, concentrados, en consecuencia, en torno a los grandes polos rurales, notablemente en Andalucía, Extremadura y La Mancha, y a los grandes polos industriales, notablemente en Cataluña, País Vasco y Madrid, aunque no por ello, curiosamente, de origen menos andaluz, manchego o extremeño. A diferencia de lo ocurrido en otras épocas, hoy día se concentran más en torno a las pequeñas ciudades y pueblos que a las grandes capitales.
Muchos de sus componentes han padecido grandes pobrezas y hasta hambrunas que han llevado a algunos de ellos, que no a todos, a conducirse con extremada e indiscriminada violencia, cosa que han hecho en ciertos momentos de la historia, no hoy, pero sí desde luego de manera muy patente durante el primer tercio del s. XX. Y aunque desde hace ya varias décadas acceden a recursos a los que no habían accedido hasta ahora (sanidad, formación académica, viajes, lujo), no renuncian a su procedencia socio-ideológica, lo que incluye no sólo su militancia izquierdista, sino, curiosamente, determinados patrones que, teóricamente, se corresponderían poco con ella, como por ejemplo, su acendrada religiosidad y la defensa, en muchos casos, de los valores más tradicionales.
Se trata de personas que son de izquierdas por motivos que definiría como “históricos” o "viscerales", que prácticamente no se imaginan votando otra cosa que izquierda, y para los que la izquierda es una especie de señal de identidad. Es, en consecuencia, un colectivo muy leal y difícil de atraer hacia opciones políticas que no se apelliden “de izquierdas”, algo de lo que se beneficia el segundo grupo de la izquierda con el que, por un proceso, como tendremos ocasión de ver, extraño, de difícil comprensión y aún no suficientemente investigado, se sienten identificados.
Se trata de personas que son de izquierdas por motivos que definiría como “históricos” o "viscerales", que prácticamente no se imaginan votando otra cosa que izquierda, y para los que la izquierda es una especie de señal de identidad. Es, en consecuencia, un colectivo muy leal y difícil de atraer hacia opciones políticas que no se apelliden “de izquierdas”, algo de lo que se beneficia el segundo grupo de la izquierda con el que, por un proceso, como tendremos ocasión de ver, extraño, de difícil comprensión y aún no suficientemente investigado, se sienten identificados.
En algunos momentos de la historia de España, han tendido a crear partidos selectos, casi "iniciáticos", en los que sólo militan y se votan ellos mismos (Acción Republicana durante la República, PSP de Tierno durante la Transición), si bien, descubiertas las ventajas de liderar "desde dentro" la izquierda de masas, han preferido militar en los grandes partidos de la izquierda (sobre todo el PSOE, en menor medida el Partido Comunista y sus siglas franquiciadas), aunque puedan parecerles algo horteras, y dominarlos.
Desde el punto de vista ideológico, alimentan un característico relativismo que les convierte en “ideológicamente muy permeables”, hasta el extremo de poder defender una cosa hoy y mañana otra (lucha contra la droga, v.gr.), o que las cosas están bien si las hacen ellos, pero no si las hacen los demás (plan hidrológico, v.gr., las últimas medidas de ZP, de libro). Y hasta causas cuya única relación con la izquierda es la que ellos les otorgan en función de la conveniencia táctica del momento (nacionalismos periféricos, ateísmo radical, ideología de género…). Pero por encima de todo, les caracteriza un clasismo social, no por inesperado y pocas veces comentado, menos visceral, el cual les lleva a despreciar a todo el mundo: a los de su clase social, por ser de derechas; y a los de su misma militancia, por no ser de su clase social.
Y está, en tercer lugar, “la izquierda de los descontentos”, que componen personas de las más variadas procedencias sociológicas, algunos de ellos originarios de los más “rancios abolengos de la derecha”, a las que une un profundo resentimiento contra la sociedad. Un resentimiento al que llegan por los más dispares caminos, desde el de no conseguir trabajos adecuados a sus aspiraciones, hasta el de no coronar con éxito sus más primarias necesidades (círculos sociales, aficiones, incluso el amor), componiendo, dentro de la izquierda, una verdadera fuerza de choque que puede llegar a conducirse hasta con violencia.
Aunque militan en ella personas maduritas que hallan en esta militancia una manera de “aferrarse” a la juventud perdida, la forman generalmente personas muy jóvenes que acostumbran a abandonar la militancia izquierdista al madurar, o no digamos, en cuanto su problema de integración se resuelve (obtención de buenos trabajos, formación de una familia), por lo que, por el contrario que “la izquierda de masas” de la que hablábamos al principio, constituye un grupo poco leal, tendente tanto a la abstención como incluso a la deserción, y al que hay que estar continuamente “motivando”. Y así se hace desde la izquierda intelectual, que la maneja con soltura para el agit-prop por una especie de ascendiente moral que tiene sobre ella -caso emblemático el 15-M, el caso de libro fue el 11-M-, algo para lo que se vale también de ese instrumento tan interesante que proporcionan los estados modernos llamado “subvención”. Unas subvenciones que, curiosamente, tampoco les niega la derecha donde es ella la que maneja los fondos, aunque carezca de la habilidad para recibir de ellos la misma gratitud y la misma lealtad.
Ni que decir tengo que hablo de estereotipos a los que, a menudo pero no siempre, se ajustan los patrones sociales que pretendo describir, y que mientras algunos votantes de izquierda ni siquiera se ajustan a ninguno de ellos, otros sólo se ajustan en parte y unos terceros incluso amalgaman dos o hasta los tres estereotipos. Y por supuesto, que en modo alguno, intento descalificar de un modo genérico ni a la izquierda ideológica que tan necesaria creo en el imprescindible juego de las alternancias democráticas, ni a la izquierda sociológica, en la que militan muchas personas honestas y bienintencionadas. Tantas, por lo menos, como en la derecha.
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