El tema de la corrección fraterna es muy interesante. Para que exista se deben de dar con condiciones previas:
- Hay algo importante que nos parece incorrecto en nuestro hermano y que tiene directa repercusión en la comunidad-Iglesia.
- Quien lo realiza, tienen lazos fraternales con nosotros. Es decir, no es desconocido, sino una persona a la que tenemos afecto y al que deseamos el mayor bien.
Sin hermandad y sin una razón de peso, la corrección fraterna no puede darse. Si me acerco a alguien con él que no existe ninguna unión fraternal, no puedo esperar que me escuche y me entienda. Si lo que voy a decir, es una cuestión intrascendente para la relación de hermandad, tampoco puedo esperar que me haga mucho caso.
Poco puedo añadir a la claridad con la que ha tratado el tema Benedicto XVI, pero sí quisiera incidir en un aspecto que no se trata normalmente. ¿Cómo realizamos y recibimos la corrección fraterna?
Corregir puede ser, en algunos casos una palabra inadecuada. Sobre todo cuando se parte de la buena voluntad de entenderse. Si esto es así, lo que realmente hacemos es de enseñar algo que se ignora. Cuando se enseña, la actitud del “enseñante” debe ser positiva y clarificadora. Nunca debemos mostrarnos agrios o enfadados. Una actitud negativa rompe el lazo de aprendizaje en una décima de segundo. Si prevemos que la respuesta de nuestro hermano puede ser negativa, a veces hay que empezar por el final ¿Por el final?
Sí. Se puede pedir a nuestro hermano que sea él quien nos enseñe las razones por las que hace o dice lo que nos parece equivocado. Tras la explicación, plantearle nuestras dudas y esperar a que las conteste. Seguramente descubramos que el error parte de otros errores previos que debemos abordar en primer lugar. Incluso puede suceder que el error parta de nosotros mismos. Al final, lo que buscamos y propiciamos es un diálogo fraternal de enriquecimiento mutuo.
¿Por qué ser tan sutil? Seguramente alguna vez alguien les ha abordado exigiendo una retractación de lo que usted dice o piensa. Lo normal es que el orgullo salte rápidamente ¿Cómo “este” me dice que me equivoco? Resultado, nos cerramos a nuestro hermano y aunque aceptemos en silencio lo que nos dice, no es fácil que penetre en nosotros. Seguramente pensemos que nosotros también podemos enseñar algo a nuestro hermano. El diálogo sólo puede llevarse a cabo en un ambiente de mutua cordialidad y afecto.
Es necesario tener consciencia que nosotros no tenemos la Verdad. En el mejor caso podemos ser el medio que Dios utiliza para transmitirla. El Verdad es el Verbo, Cristo, que se dona a través nuestra por medio del Espíritu Santo.
¿Qué sucede si nuestro hermano no quiere escucharnos? Lo primero que se produce una fractura en la comunión. La comunidad sufre y el Espíritu encuentra trabas para manifestarse. Por eso, al recibir corrección o enseñanza, debemos ser tremendamente humildes. No es nuestro hermano quien nos corrige o enseña, es Cristo mismo por medio suya quien se acerca a nosotros. Es un honor que Cristo nos tome en consideración y que nuestro hermano se preocupe por nosotros. Si pensamos que nosotros llevamos razón, podremos ser, a su vez, medio de Cristo sobre nuestro hermano. Si reaccionamos con soberbia, el medio de transmisión de la Verdad queda roto.
¿Qué hacer si nuestro hermano no desea dialogar y rechaza nuestro acercamiento? Su Santidad nos lo recuerda: volver acompañados por dos o tres hermanos.
¿Por qué un grupo mayor? Podría decirse que es una táctica militar, pero no tiene nada que ver con eso. Hay una cita maravillosa que sirve para entender la razón: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Si dos o tres se reúnen en Nombre de Cristo, que es la Verdad, oran previamente y buscan al hermano con caridad y humildad, es posible que el Espíritu se manifieste y rompa las murallas de quien se equivoca. No se trata de buscar a quienes apoyen nuestras ideas para asediar a quien se equivoca. Si hiciéramos esto nos equivocaríamos e iría todo aún peor. Se trata de poner en juego la caridad y la presencia de Cristo.
¿Y si incluso así no es posible acceder a quien se equivoca? Nos dice San Pablo (y nos recuerda Benedicto XVI), que es necesario llevar el problema a la comunidad. Ya no es un asunto nuestro, es un asunto de todos aquellos que deseamos estar unidos y trabajar en sintonía por el Reino. En este ámbito se orará a Dios para que nos ayude a solucionar el problema. Si la persona equivocada sigue defendiendo su error, la comunidad advertirá a quien sostiene el error, que él es el culpable de la ruptura. Se le rogará que recapacite y que no cause mayor mal a si mismo y al conjunto de la comunidad.
Su Santidad nos recuerda la importancia de la oración común, porque "existe una corresponsabilidad en el camino de la vida cristiana, y todos, conscientes de los propios límites y defectos, están llamados a aceptar la corrección fraterna y a ayudar a los demás con este particular servicio", que exige "mucha humildad y sencillez de corazón”
La oración es imprescindible, ya que mediante el lazo que establecemos con Cristo, es posible encontrar la razón que nos impide seguir unidos y así poder abordar el proceso de curación necesario.
Si todo es infructuoso lo mejor que la ruptura sea pacífica y amigable. De esta forma será mucho más fácil volvernos a re-unir en futuro. Esperaremos a que las causas de la ruptura puedan ser abordadas con más capacidad de diálogo.
Dios nos ayude procurándonos humildad, perdón y templanza.