Surge una conversación sobre religión entre adolescentes y enseguida la cuestión parece estar servida con la afirmación que hace uno de ellos:

“… pues eso de creer en Dios es cosa de gente débil que necesita respuestas y consuelos y por eso se lo inventa”

Me lo contaba mi hijo que estaba en esa conversación y, con ese desparpajo con el que te hablan los adolescentes, va y me pregunta: “a ver papá ¿tú que le dirías?”

Vi claro que no le iba a servir cualquier respuesta. Así que me tocó pensar qué responder y cómo responder a una “objeción” así.

Pues bien, yo le diría:

“Fulanito… tú ¿qué tipo de preguntas te haces sobre ti mismo?”
Y esperaría con mucha calma su respuesta, aguantando si fuera necesario su silencio y permitiéndome la única licencia de insistirle en la pregunta “¿venga…qué preguntas te haces?” 

Él me respondió

Y por qué no mejor preguntarle “Y tu entonces ¿en qué crees?”

Yo no lo haría, le dije. Porque si le preguntas en qué cree, inconscientemente el debate sale del entorno racional y se convierte en una cuestión “de creencias” de la que él rápidamente se desmarcará diciendo: tú crees, yo no.

Además estás presuponiendo que hay que creer en algo.
"¿Por qué tengo que creer en algo?" podría responderte. Insisto, lo mejor es que razone y por eso el punto de partida del que creo que no debe uno moverse es este de las grandes preguntas racionales:

¿qué soy?, ¿por qué existo?, ¿para qué vivo?, ¿todo se acaba aquí? …

La conversación entre nosotros siguió, pero me gustaría pararme aquí para resumir los tres puntos esenciales que, opino, no hay que perder de vista

1º.- Hay que preguntar. Hacer preguntas y que responda el otro. No cometer el error de, en lugar de preguntar, ponernos automáticamente a defender nuestra postura

2º.- Hay que empezar con un planteamiento radicalmente racional; que es lo propio, común y esencial de todo ser humano… por el hecho de serlo.  

3º.- El mejor punto de partida son las grandes preguntas del ser humano y razonar cómo darles respuesta.

La conclusión final de la conversación (si me permiten el “salto”) no me resisto a contarla porque es algo que desde que lo aprendí me resulta muy revelador.

Ser cristiano es tener las respuestas a las grandes preguntas de la vida. Por eso, es por lo que soy cristiano.

Por eso… y por la Gracia de Dios.

Porthos