Si yo odiara la fe hubiera dado órdenes a la policía para que fuera tolerante con los indignados, consintiendo sus fechorías.
Si yo odiara la fe hubiera permitido que los energúmenos trataran con violencia a cuantos peregrinos se cruzaran por su camino, dando órdenes a la policía para que no moviera un dedo por mucha que fuera la violencia verbal o psíquica.
Si yo odiara la fe hubiera dado órdenes a esa misma policía para que tratara como ganado a los peregrinos, dificultándoles su movilidad.
Si yo odiara la fe hubiera hecho lo posible por cortar el impulso natural de la policía por poner orden contra el desorden abriendo expediente a los que miraran con peor cara a los indignados.
Si yo odiara la fe, hubiera tenido un cargo de gobierno y controlara las fuerzas de seguridad haría lo que han hecho.
Por que justo es eso lo que ha pasado, lo que han visto nuestros ojos. Órdenes vergonzantes que muchos se han prestado a cumplir felizmente y a rajatabla. Por muy injusta, violenta o asfixiante, fuimos sometidas a desprecio, como ganado, marcándonos zonas, lugares, metros cuadrados que no podíamos traspasar, acosados por un número de efectivos policiales más cercano a un ejército en avanzadilla que a una policía al servicio del orden público, siendo el enemigo tantas veces peligrosísimas familias. Porque no eramos de los suyos.
Pero no eramos de los suyos, y por eso, esos mismos policías, en esas mismas horas, en esos mismos días, recibían orden de no permitir que ninguna línea de seguridad fuera traspasada medio milímetro por los peligrosísimos peregrinos, muchos de ellos niños amantes de la fe de sus padres. Y así, como enjaulados, como cosa despreciable, peligrosa, llegó a haber calles con más efectivos policiales que un partido de fútbol de alta seguridad. Porque no eramos de los suyos, sino simples familias que vitoreaban al Papa y que por ello ay del que cruzara la raya. Pero otros, los suyos, las cruzaban violentamente y no pasaba nada.
Y no. No ha sido decisión única y aislada de la Delegada del Gobierno en Madrid, sino que ha sido idea de todo un partido, de todo un Gobierno, de toda una ideología que ve los tiempos maduros para provocar, encender e incendiar odios. Porque lo suyo, el sillón perpetuo se les va de las manos y quedarán sin fácil emolumento y sin lograr hundir del todo la Cruz de la fe. Entonces, ante eso da igual el lastre económico que sus odios provoquen, o la mala imagen internacional, o el cabreo de la población de signo contrario... Es hora de provocar porque va en ello el mantenimiento de su estatus, de su ritmo de vida, de sus privilegios. Sí, la codicia es parte fundamental de cuanto ocurre, pero no sólo. No. El odio es palpable, el odio a la fe, a los principios morales, a la rectitud, a una sociedad cristiana. Y de paso, su aprovechamiento político, no vaya a ser que los otros, los que no somos de los suyos, perdamos la paciencia y reaccionemos violentamente ante sus violencias. Porque lo están deseando, provocando, para que ante una reacción así, logremos despertar de nuevo el odio a la cruz de los suyos tibios y dormidos, y perdonen así sus errores políticos y económicos de tales líderes, votándoles de nuevo no vaya a ser que regrese la caverna que desprecian.
No son cosas aisladas, es un suma y sigue. Pero ¿se ve, se percibe? No se debe permitir tal infamia, y se debe exigir al próximo Gobierno que de un vuelco, valiente y decidido, a la locura destructora. ¿Estarán los movimientos sociales como Hazte Oir dispuestos a dar la cara aunque el gobierno sea del PP? ¿Estarán los movimientos civiles de perfil católico como "foro de la familia" decididos a tomar las calles para que la ignominia de ciertas leyes desaparezcan, aunque gobierne el PP? Son preguntas para las que no tengo respuesta, pero los impulsores del odio a la Cruz si la tienen. Ellos ya han tomado las calles, ya han diseñado su estrategia, y no cuatro amigos de una fiesta "rave", sino altas cabezas, potentes medios económicos y de comunicación, que llevan empeñados mucho tiempo en hacer desaparecer el ideario cristiano. Y que ven, como ahora, la indignación es el mejor medio para arrimarse a sí tantos tibios anclados en el relativismo.
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