Uno de los grandes anuncios del Papa Benedicto XVI en España, con motivo de la JMJ, ha sido el de la próxima elevación del santo español Juan de Avila a la categoría de doctor de la Iglesia, categoría en la que ya militan otros santos españoles como San Juan de la Cruz, que lo es desde 1926, y sobre todo Santa Teresa de Jesús, y digo sobre todo, porque la santa de Avila no sólo es doctora, sino que es, además, la primera mujer en la historia que lo es, desde el año 1970.
Y bien, ¿quién fue San Juan de Avila? Ahora que me encuentro recorriendo algunos de los más bellos pueblos de Andalucía, me encuentro su rastro en muchos de ellos, pues San Juan de Avila es precisamente conocido como el “Apóstol de Andalucía”. Y eso que no es precisamente nacido en Andalucía, ni tampoco en Avila como sugiere su apellido, sino en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), cosa que hizo en una fecha emblemática en sí misma, como si ello fuera augurio de que no nos hallábamos ante cualquier nacimiento, pues vino a ver el mundo ni más ni menos que en plena epifanía (6 de enero) del año 1500, un año en el que nacieron otros personajes no menos significados, como el Emperador Carlos V, al que se adelantó en apenas 49 días.
A los catorce años estudió leyes en la Universidad de Salamanca, que reemplazó apenas un año después por los de teología en Alcalá, cosa ninguna de ellas al alcance de cualquiera como se puede entender. Muertos sus padres y tras ser ordenado sacerdote, vendió todos sus bienes y los entregó a los pobres, con la intención de marchar a misionar por tierras de Méjico. Pero hallándose en Sevilla a la espera de iniciar viaje, el arzobispo Hernando de Contreras le persuade para que su vocación misionera la desarrollara en la propia Andalucía, donde el trabajo a realizar era mucho, por la cantidad de moriscos existente. Lo cierto es que enseguida los feligreses abarrotaban las iglesias para escucharle, mientras al mismo tiempo, sus sermones contra los abusos de la riqueza le ganaban también poderosos enemigos, que hicieron lo que en la época solía ser la primera consecuencia de la envidia, denunciarle a la Inquisición. Esta, contrariamente a lo acontecido con otros personajes de la época no menos cercanos a la santidad, sobreseyó el caso con prontitud.
Junto a su actividad misional, desarrolló también una intensa actividad literaria, siendo autor de obras como el “Audia Filia” o las “Cartas Espirituales”, y son muchos los que le atribuyen el soneto “No me mueve mi Dios para quererte”, obra cumbre de la poética española. Amén de ello, participó en la creación de la Universidad de Baeza y envió importantes documentos al Concilio de Trento, entre los cuales su “Informe del Estado Eclesiástico” o “Causas y remedios de las herejías”. Entró en contacto con algunos de los personajes más importantes de la España de los siglos de oro que le tocó vivir, así Santa Teresa, San Juan de Dios, San Francisco de Borja o el Venerable Luis de Granada.
San Juan de Avila desplegó su acción por las provincias de Granada, Jaén, Córdoba y Sevilla, muriendo finalmente en Montilla (Córdoba), tierra de buen vino, y en la que se encuentra actualmente enterrado, un 10 de mayo del año 1569, con sesenta y nueve años pues bien cumplidos y después de haber sobrellevado dieciocho largos años de enfermedad.
Fue declarado venerable en 1799, beatificado en 1893, y canonizado en 1970. En 1946, sin ni siquiera ser santo por lo tanto, había sido declarado patrón del clero secular español. En el año 2000, la Conferencia Episcopal eleva la petición de su conversión en doctor que ahora gozosamente ha anunciado en Madrid Benedicto XVI.