Siempre he defendido la libertad de manifestación para todos, y por supuesto o con mayor motivo, para quienes piensan distinto que yo. Con dos limitaciones, eso sí, que pueden parecer la misma pero que, en realidad, no lo son: 1º) la de mantenerse en los límites del orden público; 2º) la de no poner en peligro el orden público.
Esto último, es decir, no poner en peligro el orden público, es el único motivo que, a mi entender, habría aconsejado postponer la mani papofóbica en una ciudad tomada por dos millones de jóvenes madrileños, españoles y del mundo entero que se habían dado cita en ella para, precisamente, lo contrario, esto es, acompañar al Papa y vitorearle. Una vez ocurrida la manifestación, y a la vista de lo sucedido, se demuestra que también la primera razón, la de mantenerse dentro del orden público, con el bochornoso comportamiento que exhibió, habría sido razón suficiente para no haberla autorizado. Esperar tanto rigor en el criterio de este Gobierno de insensatos que castiga España, incapaz de mirar un poquito más alto de lo que ellos estiman sus intereses de partido -a veces tan burros que ni siquiera aciertan-, es como pedirle sámaras al peral.
Como quiera que sea, la esperpéntica manifestación papofóbica ha ocurrido, tanto en la fecha en que fue autorizada, como aún después en otras en las que no lo fue; los resultados han sido los que han sido; y nada de lo ocurrido hay ya quien lo cambie. Con declaraciones como la del Obispo de Sidney que otorga a los papófobos españoles el dudoso honor de ser los primeros en la historia capaces de producir disturbios durante una JMJ.
Uno de los grandes efectos que uno espera obtener de esta Jornada Mundial de la Juventud es el de que nuestros jóvenes comprueben con sus propios ojos que hay otra manera de divertirse; otro modo de relacionarse entre sí y con su entorno, también con sus mayores; otra forma de contemplar la vida desde los valores de siempre: optimismo, esfuerzo, sacrifico, trabajo, premio, castigo, mérito, excelencia, fidelidad, lealtad, pecado, perdón... Y también, que jóvenes que piensan así y que se conducen así, existen muchos sin ni siquiera necesidad de salir del país, no digamos si encima, alzamos los ojos más allá de nuestras fronteras.
Pues bien, la mani papofóbica ha completado la lección, permitiendo la perfecta visualización de lo que proponen los unos, los que con toda paz y a millones han venido a explicarnos quiénes son y lo que esperan entregarle al mundo y recibir de él; y lo que ofrecen los otros, que a decenas, a centenares como mucho, sólo saben a quién odian aunque no sepan muy bien ni por qué, y todavía se preguntan qué es lo que esperan recibir del mundo y, más aún, qué lo que esperan hacer por él.
Comprendo perfectamente que a éstos y a cuantos desde determinadas opciones políticas esperan beneficiarse de su apoyo electoral, lo ocurrido estos días en Madrid les haya contrariado enormemente. Tantos años intentando convencernos de que defender determinados principios y valores convertía a los que lo hacíamos en una especie de dinosaurio a extinguir, en seres obsoletos anclados en el paleolítico, que de repente se presente aquí, a millones, la mejor juventud del mundo, para hacernos ver que los que pensamos así ni estamos solos ni somos raros, tirando por tierra el trabajo realizado durante tantos años, tiene que haberles producido erisipela. Pero ahora, ya sabe todo el mundo quien es cada cual y lo que cada cual propone. Opte cada uno con entera libertad.
Por haber hecho posible todo ello, aunque haya sido a costa del esperpéntico espectáculo ofrecido al mundo, gracias Sra. Carrión, delegada del Sr. Rubalcaba en Madrid, gracias de todo corazón. Vd. sí que sabe de Nueva Evangelización.
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