Continúa el Papa su tarea apostólica en España. La respuesta sigue siendo impresionante. La siembra de la Palabra de Dios no puede ser más abundante en un inmenso campo de tierra joven. Se prevén frutos de calidad. Uno parece estar en un sueño feliz temiendo que el despertar te devuelva a la cruda realidad. Pero no es un sueño. Hay jóvenes en disposición de despegue, de lanzarse hacia la meta en una cerrera urgente, con los testigos de la fe y la esperanza en ambas manos, y con la fe que llena el alma. Decididamente el Señor puede contar con manos dispuestas a trabajar.
El encuentro de los seminaristas no ha podido ser más alentador. Miles de jóvenes que han dado un SI al Señor para que cuente con ellos en la misión de servir a un pueblo que necesita alimento sólido. Han escuchado a un Papa que les habla de Eucaristía, de oración y de estudio. Los años de seminario son un tiempo de búsqueda de lo esencial. El Seminario no es un campo de batalla ideológica, ni de experiencias vanas. El Seminario es un lugar de encuentro con Alguien que ha puesto sus ojos en otro alguien para trabajar juntos por una Iglesia más fiel, y por un mundo mas humano. En definitiva, el Seminario debe preparar a los seminaristas para trabajar en la Viña del Señor desde el primer momento, con santidad de vida y formación adecuada.
El seminarista debe ser un alma de oración. Hay que madurar en el trato con el Señor. La oración es el tiempo que dejamos a Dios para que nos hable. Y Dios tiene muchas cosas que decirnos. Que no nos tenga que decir como a los tres apóstoles en el Huerto de los Olivos: ¿No habéis podido velar con migo una hora? No hay que darle vuelta, la espiritualidad del clero, la santidad del sacerdote, tiene como ingredientes insustituibles: la vida interior alimentada en el silencio con Dios, la formación en una teología sana, la caridad pastoral, y un talante personal basado en valores humanos de calidad, sin fingimiento ni afectaciones impropias de quien sigue a Cristo, perfecto Dios, pero también perfecto hombre.
Solo así brotarán vocaciones abundantes, cuando los jóvenes descubran que ser sacerdote es ser hombre integro y entregado, con mucho amor en el corazón, maduros en la fe, que no huye de nada, sino que opta por una vocación que parte de Dios, y que exige una entrega total. El pueblo sabe valorar lo genuino, lo que sale del corazón, lo coherente con la fe que se profesa. La ganga, la comedia, el fingimiento, lo efímero… no convence a nadie. En la tarea pastoral, en la vida sacerdotal no pueden tener entrada los fuegos artificiales. Como diría alguien: Los experimentos con gaseosa, pero no con las almas.
Una nueva juventud está tomando el relevo en la Iglesia. Los mayores debemos seguir ofreciendo ilusión y audacia, pero nunca pesimismo y cobardía. El Papa Benedicto XVI, a sus 84 años, sigue promoviendo una Iglesia joven. Muchos mayores están en vanguardia arrimando el hombro en tareas muchas veces duras. La labor es de todos, y debemos aprender los unos de los otros.
A los que ya llevamos años en la brecha, nos llena de alegría ver esos renuevos del tronco de la Iglesia, que es Cristo, dispuestos a continuar una labor, que empezó hace 2.000 años y que continuará hasta el final de los tiempos. Como dijo una vez Benedicto XVI: El Papa mantiene con su autoridad todo el armazón vivo de la Iglesia, que solo puede constituir una unidad si está vivo interiormente… Valgan estas palabras como resumen de todo lo que hemos querido decir.
Juan García Inza