La semana pasada vimos que Juan Filópono, filósofo cristiano con un pensamiento que se acerca al de un científico moderno, escribió un libro titulado Contra Proclo, en el que rebatía al filósofo neoplatónico griego Proclo. El tema de debate era la eternidad e infinitud del mundo, un dogma para la cultura helenística que chocaba bastante con la visión cristiana, donde Dios crea de la nada, lo que sugiere que el mundo tiene un inicio.

Filópono refuta a Proclo con varios argumentos. Uno de ellos es que el propio Aristóteles sostiene que no puede haber un número infinito de cosas y, por tanto, no podrían atravesarse infinitas cosas hacia el pasado. Vemos aquí una estrategia inteligente: tomar al más respetado de los filósofos griegos para rebatir el pensamiento helenístico. Sin embargo, ya en este libro comprobamos que Filópono no se alinea con nadie y critica también algunas ideas de Aristóteles. De hecho, escribirá posteriormente otro manuscrito titulado Contra Aristóteles sobre la eternidad del mundo. En todo esto, muestra una gran valentía. Los grandes pensadores impulsan el progreso del conocimiento, pero también existe el peligro de que nadie se atreva a criticarlos. Aún en tiempos de Galileo, en los siglos XVI-XVII, la corriente de pensadores proaristotélicos tenía un peso muy importante.

Juan Filópono, en cambio, es un pensador muy racional. No se deja llevar por los dogmas científicos de su tiempo, así que, sin ambages, critica aquellas cuestiones que no le cuadran. En el campo de la ciencia, Aristóteles sostenía que una jabalina seguía su trayectoria después de ser lanzada debido a una propiedad que existía en el aire. Filópono, por el contrario, afirma que el lanzador debía imprimir directamente a la jabalina una enérgeia motriz incorpórea, concepto que Avicena en el islam llamaría mayl y que Jean Buridan en la Edad Media bautizaría como ímpetus.

Con enérgeia motriz incorpórea, Filópono quería decir que, al moverse, los cuerpos adquirían una especie de actividad o energía que permanecía en ellos, permitiéndoles seguir moviéndose. Esta idea se desvía de Aristóteles, quien creía que el movimiento necesitaba una causa externa continua. Filópono también se refería a este concepto como kinetiké dýnamis o "potencia cinética", refiriéndose con ello a la capacidad que adquirían los cuerpos en movimiento. Argumentaba que esta fuerza residía en el objeto mismo y no en el medio, lo que cuestionaba directamente la visión de Aristóteles de que el medio (como el aire) era lo que permitía al objeto mantenerse en movimiento. De este modo, no había razón para que la jabalina no continuara su ruta en ausencia de aire, en el vacío.

Filópono también contradijo otra afirmación de Aristóteles, quien sostenía que los cuerpos más pesados caen más rápido. Por el contrario, para el filósofo cristiano, “dos pesos desiguales deben caer casi al mismo tiempo”, lo cual es exactamente uno de los principales argumentos que Galileo solía esgrimir en los siglos XVI-XVII contra los pensadores aristotélicos. De modo que vemos de nuevo que Juan Filópono fue un adelantado a su tiempo.