Ahí está, ahora por nuestras calles y plazas, por nuestros pueblos y ciudades, la juventud que avanza hacia Madrid para participar en la JMJ 2011, "arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe", conforme al lema de estas jornadas, en una peregrinación de fe y de esperanza, para encontrarse con el Papa, para escuchar su voz, para acoger su palabra. Un Papa filósofo que no vive del pasado, del recuerdo o de la melancolía, sino que nos propone un lenguaje depurado, moderno y hecho para pensar. Un Papa que desea que haya paz entre los hombres, que proclama la distribución de la riqueza, que exhorta a la unión al amor de la familia formada por hombre y mujer, que defiende el derecho a nacer de los niños, que presenta la cruz como el "sí" de Dios al ser humano, la expresión máxima de su amor y la fuente de la que brota la vida eterna.
Ahí está, la nueva juventud, la que no quiere perderse en la mediocridad de la vida aburguesada, la que desea algo más que la cotidianidad regular de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande. Sencillamente, porque el hombre en verdad está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa es insuficiente. San Agustín tenía razón: "nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Ti".
Ahí está, la juventud que forma parte y configura la generación del milenio, que se encamina y avanza hacia Madrid desde todos los puntos del mundo, que no ha heredado muchas certezas de sus progenitores, pero ciertamente ha desarrollado una visión nueva de las cosas, cierta flexibilidad de mente y una notable solidaridad. No es que sean mejores que sus padres, pero son menos dogmáticos y, desde luego, están más abiertos a nuevos horizontes. En la encuesta realizada por European Values Survey, la más seria sobre los valores europeos, aparece que la nueva generación joven es más sensible a los problemas religiosos, aunque no por eso frecuenta más las iglesias. Entre los jóvenes "sin religión" se desarrolla una religiosidad autónoma, difusa, al margen del cristianismo. Entre los jóvenes creyentes se reafirma un cristianismo de convicción, que manifiesta sin complejos la fe. Por eso, tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI, les hablan directamente al corazón. La clave que ofrece el Papa a los jóvenes para que rechacen el sinsentido de la cultura actual no es otra que el encuentro con Cristo, especialmente en la eucaristía.
Ahí está, esa otra juventud, por las calles de Córdoba, viviendo los "dias de la diócesis", como pórtico del encuentro en Madrid. Son jóvenes que desean algo distinto del monótono mensaje de los ideólogos de turno que sostienen que no hay bien ni mal: sólo una densa bruma que envuelve en relativismo moral acciones y personas. La generación del milenio se rebela contra este horizonte y avanza hacia Madrid.