Esta semana interrumpo mis vacaciones para ir a la JMJ. Preparándome para este encuentro, enseguida he tenido claro cuál es mi objetivo, qué quiero lograr en esta JMJ. Y también, rápidamente, me he dado cuenta de un peligro que me acecha. Ambos, objetivo y peligro, es lo que quiero compartir hoy, por si a alguno le sirve.
Como católico, lo que más me preocupa es amar a Dios. Dios quiere que le amemos, tanto que incluso nos lo puso como Primer Mandamiento. Por tanto, siempre he de estar persiguiendo este fin y preguntándome si amo a Dios hoy más que ayer, y si las cosas que hago en mi vida me ayudan, o me entorpecen, en este amor. Este es mi objetivo para la JMJ: que cuando acabe yo pueda decir que amo más a Dios que cuando empezó. ¿Fácil de decir y difícil de medir? Desde luego, pero para eso tengo la receta que siempre me da mi director espiritual: “Si has aprovechado o no la JMJ lo veremos, inexorablemente, en los próximos meses”. Está claro: si los que me rodean no ven cambio en mí, habrá que dudar si aproveché la JMJ, de si me ha servido para amar más a Dios.
¿Y el peligro? El peligro es creer que si el desarrollo de la JMJ es un éxito, para mí también será un éxito. Y no, esto no es exactamente así. El amor a Dios nace y crece fruto de una relación –y aquí viene la clave- personal con Él. Por tanto, mi avance en el amor a Dios no depende del número de los que seamos, de si todo transcurre sin contratiempos, de si hubo muy buen ambiente o de si el Papa pasó cerca de mí; depende de mi disposición personal a escuchar a Dios en estos días y de la respuesta que le dé.
Sólo me queda desear a todos que logremos ese doble éxito, tanto el colectivo como el de nuestra relación personal con Dios. ¡Nos vemos en Madrid!
Aramis