Cuando, a los 34 años, Elvira Moragas y Cantarero, farmacéutica de profesión, entró en el Carmelo, con el nombre de María Sagrario de San Luis Gonzaga, lo hizo “para perder la vida por amor a Jesucristo”. Este deseo, común a todos los santos a lo largo de toda la historia de la Iglesia, se cumplió, literalmente, el 15 de agosto de 1936, en pleno apogeo de una persecución religiosa que se había iniciado varios años antes. Bajo estas líneas, portada de la edición francesa de su biografía por el padre José Vicente Rodríguez, ocd
BEATA MARÍA DEL SAGRARIO DE SAN LUIS GONZAGA
Elvira Moragas y Cantarero nació en Lillo (Toledo), el 8 de enero de 1881. Su abuelo y su padre fueron farmacéuticos, y ella seguiría sus pasos antes de ingresar en el Carmelo. En 1885, la familia se traslada a Madrid, donde su padre, don Ricardo, es proveedor farmacéutico de la Casa Real. Tras acabar sus estudios en el Instituto Cardenal Cisneros, entra en la Facultad de Farmacia, de la Universidad Central de Madrid. Fue la vigésimo novena mujer en España que realizó estudios universitarios, licenciándose el 16 de junio de 1905.
De profesión, farmacéutica
Elvira Moragas fue una de las primeras mujeres licenciadas en la Facultad de Farmacia, de la Universidad Central de Madrid. No era una época fácil para que una mujer participase en igualdad de derechos en la vida académica, considerada como exclusivo patrimonio masculino; las pocas que lo hacían, se enfrentaban a un largo recorrido de trámites y permisos especiales. Se trataba de algo tan novedoso que Elvira tenía que seguir las lecciones desde la mesa del profesor, para que su presencia entre el resto de alumno no alterase el orden de las clases. Después de superar sus estudios, en 1905, Elvira ayudó a su padre en la farmacia de su propiedad, que tenía en el número 11 de la madrileña calle de San Bernardino. Cuando su padre murió, en 1909, le relevó en la atención de la farmacia, hasta que entró en el Carmelo de Santa Ana y San José, de Madrid, en 1915. Allí siguió su labor, de alguna manera; sus compañeras señalaban que “ahorraba mucho dinero a la comunidad haciendo medicinas. En muchas ocasiones hacía de médico y de farmacéutica”.
Carmelo de Santa Ana y San José
Después de unos años trabajando en la farmacia de su padre, ingresó en el Carmelo (en la que es hoy la calle Conde Peñalver) de Madrid en 1915, cuando contaba 34 años. Tomó el hábito el 21 de diciembre de ese mismo año, haciendo su primera Profesión el 24 de diciembre de 1916, y la definitiva el 6 de enero de 1920. En el convento ejerció diversas labores, desde enfermera hasta tornera y Maestra de novicias.
El 1 de julio de 1936 fue elegida, por segunda vez, Priora del convento. Diecisiete días más tarde, el día del alzamiento, fueron apedreadas las ventanas de la iglesia conventual. Ante la difícil situación que preveía para sus Hermanas, la Madre María del Sagrario dijo a las religiosas que, si querían irse con su familia, eran libres de hacerlo. Preguntada después si ella iba a marcharse, respondió: «Yo no me voy, me quedo aquí», a lo que todas respondieron: «Pues nosotras también nos quedamos». Finalmente, ante los ruegos de algunos familiares, se marcharon unas cuantas, y se quedaron en el convento diez, incluida la Priora. Los seglares que vivían cerca de las monjas les pidieron que salieran, pero ellas decidieron quedarse.
Hacia el martirio
El día 20, la fachada del convento recibió los impactos de numerosas balas de fusil; dentro, las carmelitas no cesaban de rezar. De repente, una multitud entró en el convento destrozándolo todo, empeñándose con saña en los objetos del culto litúrgico, que acabarían quemando en una hoguera levantada en el exterior. A las monjas las detuvieron y las llevaron a la Dirección General de Seguridad; por el camino, iban cantando la Salve y el Te Deum, entre el desprecio de los guardias. Allí, en medio de la confusión, las dejaron libres para marcharse cada una a su casa. La Madre María del Sagrario se refugió en casa de sus padres, desde donde continuaba velando a distancia por aquellas con las que compartía su vida religiosa: “Tengo que velar -decía- por todas mis pequeñas”.
El día 14 de agosto, mientras rezaba la Liturgia de las Horas, unos milicianos se presentaron en su casa, la detuvieron y la condujeron a una checa cercana. Allí le interrogaron por “los tesoros del convento”, a lo que ella respondió escribiendo en un papel: ¡Viva Cristo Rey! Desde allí, la llevarán a la pradera de San Isidro, donde la fusilarían entre las12 y la 1 de la madrugada del 15 de agosto, ya día de la Asunción. La Hermana Natividad, que estuvo junto a la Madre Sagrario en esas últimas horas que pasó en la checa, afirmó: “Siempre veía a la Madre como a una santa; la veía siempre recogida, con un semblante de paz y de serenidad”.
El 10 de mayo de 1998, San Juan Pablo II beatificó a aquella que siempre quiso perder la vida por amor a Jesucristo.
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