Lo cuenta Antonio Montero en su “Historia de la persecución religiosa en España, 19361939” (págs. 346-348): “Cuando los detenidos iban a ser montados en los camiones, alguien gritó: Nació en Cualedro (Orense) el 5 de mayo de 1875, ingresó en la Congregación de la Misión el 11 de mayo de 1891, emitió los votos el 3 de agosto de 1893 y fue ordenado de sacerdote el 27 de mayo de 1899. Fue su primer destino Méjico, donde pasó 14 años simultaneando la docencia en el Seminario diocesano con la predicación del evangelio a los indios mayas. En 1914 es destinado a Estados Unidos, vuelve a España en 1924 destinado a Orense y en 1935 fue enviado a la residencia de Gijón (Asturias), donde encontrará el martirio del 14 de agosto de 1936. Se conserva una carta suya de joven a un formador del seminario, contándole su labor misionera entre las montañas de Méjico y le habla con alegría de la posibilidad de morir mártir. Parece ser que el formador les había explicado la relación del martirio con la actividad misionera y el discípulo le cuenta sus vivencias. Tras estallar la guerra, le detienen mientras registran una casa y deciden “llevarle detenido a la Iglesia de la Compañía. Tendido en el suelo, enfermo, maltratado y escarnecido, estuvo allí algunos días sin ni siquiera darle de comer, hasta que por medio de las Hermanas de la cocina tuvimos que atenderle nosotros mismos, no sin acudir a toda clase de subterfugios. Había comenzado su calvario.
“En Gijón tuvo lugar a media tarde del 14 de agosto de 1936 como reacción a dos bombardeos que se hicieron ese día, un saca originada en la Casa del Pueblo, que dio lugar al fusilamiento, en el cementerio de Jove, de tres camiones de presos tomados unas horas antes de la iglesia-prisión de San José. Apenas se encuentran datos sobre esa matanza del 14 de agosto entre cuyas víctimas se han podido localizar doce eclesiásticos: los sacerdotes seculares: don Francisco Mayo Vega, don José Menéndez López y don Herminio González González; tres padres jesuitas, Nemesio González Alonso, José Antonio Yáñez González y Agustín Fernández Hernández; un padre paúl, Ricardo Atanes; y tres padres y dos hermanos capuchinos: PP. Bernardo de Visantoña, Ildefonso de Armellada, Arcángel de Valdivia, Fray Alejo de Terradillos y Fray Eusebio de Saludes. En el primer camión eran todos falangistas, en el segundo iban los doce eclesiásticos y en el tercero, presos políticos de distinta procedencia. Aunque no se sabe el número total de ejecutados la cifra ronda las 100 personas. La ejecución fue realizada dentro de las tapias del cementerio, sin que fuese posible identificar los cadáveres”.
Y todavía sigue relatando:
-El que sea sacerdote, que nos dé la absolución.
A lo que uno de los capuchinos, el Padre Arcángel contestó:
-Yo soy sacerdote. Hagan todos el acto de contrición, que voy a darles la absolución”.
La Hija de la Caridad, Sor Josefina Salvo, trabaja con empeño y dedicación en los procesos que se siguen de todos aquellos vinculados con el carisma de San Vicente de Paul y de Santa Luisa de Marillac. En el Proceso de canonización abierto en la diócesis de Oviedo el 1 de diciembre de 1960, y cuya reapertura concluyó en junio de 2002 con la entrega de la positio conjunta denominada “Padre Fortunato Velasco Tobar y 14 compañeros mártires”, Sor Josefina nos presenta la historia del Padre Ricardo Atanes Castro.
Siervo de Dios Ricardo Atanes Castro
Poco a poco se fue agudizando más y más. Arrojadas de la cocina las Hermanas por el enorme delito de cuidar con esmero la comida de los infortunados presos, algunos días después, volvía a sufrir el hambre y el abandono. Ocasión hubo en que durante cincuenta y seis horas no se proporcionó ni un vaso de agua. En cambio, se le regalaba de día y de noche con exquisitas torturas morales y abundantes malos tratos. Otro día, insuficiente ya la Iglesia de la Compañía para contener ni aún de pie tantos detenidos, fue llevado el P. Atanes con un grupo a la Iglesia de San José. Fría de suyo y hedionda por las circunstancias higiénicas deplorables en que se les tenía, resultó para nuestro anciano un terrible calabozo. Hasta la guardia se conjuró para hacerlo más infernal. En la primera prisión habían tenido para custodiarlos carabineros y Guardias de asalto. Malos y todo, eran hombres algo educados. En San José los atormentaban más que custodiaban esbirros comunistas de los más bajos fondos sociales. Al cabo, en los primeros días de agosto, Dios quiso galardonar su martirio.
Con motivo de un bombardeo aéreo por los militares, el populacho ya enfangado en todos los crímenes, irresponsable, ebrio de sangre y de venganza, con alaridos y convulsiones de epiléptico, rodeó la prisión mandando más que pidiendo la muerte de los inocentes presos” (J.T. Lozano, C.M. • Anales, 1937, pp. 187ss.).
Lo incluyeron en la matanza del 14 de agosto, junto a siete sacerdotes seculares, cuatro capuchinos, tres de ellos sacerdotes y tres Jesuitas. La saca se montó como un espectáculo de masas, conducidos en pleno día en un camión descubierto, despacio entre las calles de Gijón a los gritos de la multitud contra los sacerdotes y contra la Iglesia.
Conducidos al cementerio de Jove, inmediatamente todos los presos fueron puestos en filas y un piquete de marxistas los acribilló con varias ametralladoras. Fue fusilado junto con 100 compañeros. Su cadáver, a pesar de las diligencias efectuadas, no pudo ser identificado, y se dio por desaparecido.
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