Pero el Beato Rafael Alonso no murió en el acto, sino que quedó mal herido en el vientre. A las pocas horas recobró el conocimiento y pidió socorro por señas a alguien que pasó por allí. Pero, en vez de socorrerle, dieron cuenta de ello al comité de Ontinyent, y de allí salió una comisión con intención de acabar con él. Entretanto llegaron gentes de Agullent, que recogieron al herido y lo trasladaron al convento de las Religiosas Capuchinas, donde le prodigaron algunos auxilios y fue atendido por un sacerdote que pudieron encontrar. Poco pudo hablar por el estado tan grave en que se encontraba y murió alrededor de la una de la tarde, perdonando a los que les habían herido y bendiciendo a Dios. No quiso delatar los nombres de los asesinos y exhortó a todos sus familiares a perdonar a sus verdugos con verdadera caridad cristiana.
Así pues, los dos padecieron el martirio en Agullent. El Beato Carlos Díaz tenía 28 años y el Beato Rafael Alonso, 46 años de edad. Fueron enterrados en el Cementerio Municipal. Posteriormente sus venerables restos fueron trasladados al templo parroquial de Santa María de Ontinyent, donde actualmente se veneran.
Beato Rafael Alonso Gutiérrez
Sus paisanos le tenían gran aprecio, destacando su temperamento serio, fuerte y vivo. Una personalidad moral de cualidades extraordinarias, en donde la gracia bautismal había producido espléndidos frutos. Su intensa actividad apostólica le hizo blanco de los enemigos de la religión, que lo consideraban el principal católico de esta ciudad. Al iniciarse, el 18 de julio de 1936, la guerra civil y la persecución contra la Iglesia católica, era consciente de lo que le podía ocurrir, pero su estado de ánimo no vaciló. El 24 de julio, durante la vigilia de la Adoración Nocturna, junto con Carlos Díaz Gandía, ofreció su vida por la salvación de España, y aunque se sentía perseguido no se escondió. Fue asesinado el 11 de agosto.
Su biografía más completa la pueden leer en el magnífico trabajo preparado por la archidiócesis de Valencia
Beato Carlos Díaz Gandía
Llegada la revolución procuró la salvación de los templos e intentó salvar la vida de su párroco. Arrestado en la madrugada del 4 de agosto de 1936, fue atormentado de muchas maneras, hasta que en la madrugada del día 11 lo fusilaron en la carretera de Agullent.
En la madrugada del 4 de agosto de 1936, los perseguidores se presentaron ante la puerta de su domicilio gritando: “¡Venimos a por el Presidente del Centro!”. Abrió éste la puerta y fue conducido a la iglesia de San Francisco, convertida en cárcel. El día 7, al anochecer, fue llevado al vecino pueblo de Aielo de Malferit, en donde fue bárbaramente martirizado en el cementerio del mismo, haciéndole cavar su propia fosa y enterrándole vivo en ella, para sacarlo al día siguiente medio muerto y llevarlo a la iglesia de San Carlos, donde fue atado a uno de los pilares, apaleándole tan cruelmente que horrorizados sus compañeros de cárcel le dijeron: “-Creíamos que te mataban” a lo que contestó: “-El Señor no me ha querido aún. Pero no os asombréis ¿vosotros no habéis leído la vida de los mártires cristianos? Ahora recemos el Santo Rosario”.
En la madrugada del día 11 de agosto fue sacado de la iglesia de San Carlos junto con don Rafael Alonso y, al llegar a la carretera de Agullent, le hicieron bajar del auto, diciéndole: “-Ahora vas a ser juzgado”.
A lo que contestó: “-A mí no hay nadie que me juzgue más que Dios”.
Le dijeron: “-Aquí acabarás si no reniegas enseguida de Él”.
Contestó: “-Os equivocáis, yo no acabaré; cuando me quitéis la vida, entonces empezaré a vivir ¡Ay de vosotros si no os arrepentís, porque moriréis para siempre!”.
“-¡Fuego!”, gritaron entonces, y él un potentísimo: “-¡Viva Cristo Rey!”. Su cuerpo acribillado rodó por la carretera.
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