Hay cosas que, si uno no las ve, no las cree. Me refiero a la pretensión del Gobierno español de censurar al Papa durante su próxima visita a España durante la Jornada Mundial de la Juventud.
Que este Gobierno en funciones, con las elecciones anticipadas ya anunciadas, con una crisis económica impresionante a sus espaldas, con un movimiento de “indignados” incontrolado que campa a sus anchas y pretende apoderarse de las calles de las principales españoles, tenga la osadía de decir en público que el Papa no debería hacer alusión alguna a la situación social o moral española es algo que raya, de verdad, en lo inaudito. Hasta ahora lo usual hubiera sido que a través de la Embajada ante la Santa Sede hubieran hecho llegar esa absurda petición a la Secretaría de Estado, alegando los extraños motivos que según los socialistas que nos gobiernan justificarían dicha omisión (que el ambiente social está enrarecido, que pueden desatarse oleadas de violencia contra la Iglesia, que los lobbys gays y abortistas son muy poderosos, etc). El Vaticano, naturalmente, habría acogido con mucha educación la petición y la habría utilizado –previo reciclado- para el uso de los turistas que utilizan los retretes de la plaza de San Pedro. Eso es lo que habría pasado en condiciones normales. Uno pide una tontería y el otro, con cortesía, le sonríe benévolamente y no le hace ni caso. Para eso está la diplomacia.
Ahora no. Ahora el Gobierno públicamente, a través del ministro de la Presidencia, ha dicho que el Papa no debe hablar de lo que pasa en España cuando esté en España. ¿Y a qué se refiere? ¿A asuntos locales como si deben adelantarse aún más las elecciones? No, se refiere a que el Papa no debe criticar los matrimonios gays –en los cuales España ha sido pionera y está siendo copiada en Latinoamérica-, ni debe hablar del aborto consentido a menores sin permiso de los padres –otra marca española-, ni de la ley de eutanasia encubierta que se está gestando. Porque si el Papa habla de algo de eso, según el Gobierno, estará inmiscuyéndose en los asuntos internos de España.
Esto tiene sólo un nombre: censura. Este Gobierno de eficaces suicidas, está tan acostumbrado a que los medios de comunicación se le rindan, que cree que le puede marcar la agenda al Sumo Pontífice y decirle de qué puede hablar y de qué no. Los Papas, que no se han callado ante Hitler ni ante Stalin, que se enfrentaron con Clinton lo mismo que con Bush, deben ahora claudicar ante el gran Zapatero que, en la cumbre de su ruina, quiere ponerle una mordaza al Vicario de Cristo. Por eso digo que hay cosas que si uno no las ve, no las cree. Pero no hay que tener miedo. La petición del ministro Jáuregui no podrá servir para aliviar las entrañas de un peregrino romano, pero obtendrá el mismo resultado. Zapatero se hunde y lo hace con el mayor de los ridículos. Aún no se ha enterado que la censura ya no se lleva.
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