El 11 de julio hemos celebrado la festividad de San Benito de Nursia (480-543), padre del monacato occidental y fundador de la orden benedictina, con la que tan en deuda están la preservación de la cultura clásica y la evangelización de tantos pueblos europeos. Tanto así que San Benito de Nursia, después de ser declarado padre de Europa por el Papa Pío XII, aún será declarado patrón de Europa por Pablo VI, cosa que hará mediante la carta apostólica Pacis nuntius, de 24 de octubre de 1964, en la que el Pontífice subrayaba el impulso dado por San Benito al entendimiento de los pueblos europeos.
En España, el pasado 11 de julio los periódicos lanzaron las campanas al vuelo sobre el supuesto patronazgo del santo de Nursia sobre una costumbre tan española y tan hispana, aunque no sólo española ni hispana, como la siesta. Todo se basaría en la supuesta vinculación de la siesta con la hora sexta, una vinculación que, con toda probabilidad, no es inexacta. En dicho sentido, no son casuales las dos acepciones que para el vocablo “siesta” recoge el diccionario de la RAE:
“1. Tiempo después del mediodía en que aprieta más el calor. 2. Tiempo destinado para dormir o descansar después de comer”.
Y es que, efectivamente, la hora sexta es la hora del mediodía. El evangelista Marcos, el único que nos informa sobre las connotaciones horarias de la crucifixión de Jesús, tras reseñar que fue crucificado a la hora tercia (las 9 de la mañana), nos dice que “llegada la hora sexta [el mediodía], hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona” (Mc. 15, 33). Y la hora sexta es, también, aquélla en la que se acostumbraría a tomar la siesta, cuando el almuerzo era lo que era, una comida previa al mediodía, y no como ahora en que los españoles almorzamos a las dos de la tarde como pronto, cuando no a las tres o hasta a las tres y media.
Pues bien, lo cierto es que tal descanso al mediodía, a la hora sexta en definitiva, es lo que ordena la regla benedictina del santo de Nursia, como con toda claridad afirma su artículo 48:
Pues bien, lo cierto es que tal descanso al mediodía, a la hora sexta en definitiva, es lo que ordena la regla benedictina del santo de Nursia, como con toda claridad afirma su artículo 48:
“Desde Pascua hasta el catorce de septiembre, desde la mañana, al salir de prima, hasta aproximadamente la hora cuarta, trabajen en lo que sea necesario. Desde la hora cuarta hasta aproximadamente la hora de sexta, dedíquense a la lectura. Después de Sexta, cuando se hayan levantado de la mesa, descansen en sus camas con sumo silencio, y si tal vez alguno quiera leer, lea para sí, de modo que no moleste a nadie. Nona dígase más temprano, mediada la octava hora, y luego vuelvan a trabajar en lo que haga falta hasta Vísperas”.
Una relación, la existente entre la siesta y la regla benedictina, de la que se hace eco la mismísima página web de la Radio Vaticana en español, en cuya edición del 10 de julio podemos leer:
“San Benito enseñó a los monjes a construir relojes para contar las horas, ya que la regla del santo concretaba una serie de horas con las obligaciones, comidas, oraciones y ceremonias a efectuar en cada una de ellas. Una curiosidad es que la hora sexta, dedicada en la regla benedictina al descanso, ha inmortalizado la siesta, trascendiendo al mundo asceta y monacal”.
Pero de ahí que entre los patronazgos del gran santo de Nursia se halle el de la siesta, sigue mediando aún un buen trecho, y mientras nadie me demuestre lo contrario, sigo pensando que la siesta española no tiene más patrón que aquel escritor que la tomaba con bonete y orinal. Y que San Benito, de ser patrón de algo, que lo es, lo es de Europa y nada más, pero todavía no del modo en que antaño, que ahora ya muy poco, celebrábamos el mediodía los españoles.