Ahora que la cosa toca ya a su fin, que como dice el refrán no hay mal que cien años dure, momento es llegado de echar la vista atrás e intentar hacer una reconstrucción de lo que pasa por la cabeza de quien ha sido durante siete inacabables años presidente del Gobierno de este país. Si se pudiera claro está, pues ni su preparación ni su capacidad han dado nunca para articular un discurso mínimamente coherente con un pensamiento descabalado, deslabazado, anclado en los tics y los pruritos por los que todos hemos pasado durante “la edad del pavo”, pero con la sutil diferencia de que los demás, sin embargo, hemos salido. Por todo lo cual, adentrarse en los pilares del pensamiento zapaterita requiere estar muy atento a las manifestaciones más espontáneas y menos elaboradas del personaje, aquéllas que le ha robado un micrófono, una cámara indiscreta. Pero he aquí que la fortuna y la escasa atención de su protagonista, ha permitido las suficientes manifestaciones del mismo como para poder reconstruirlos, siquiera someramente.
Impagable, para empezar, aquella verdadera declaración de principios realizada a su amigo Gabilondo, en la campaña electoral de 2008, “Nos conviene que haya tensión”, tan descriptivo de la personalidad de un ser que no conoce otra manera de hacer política que la de sembrar la cizaña, la discordia, el rencor, y para quien, incapaz de superar las películas de indios y vaqueros, sólo existen buenos, los que le votan a él, y malos, los que no lo hacen.
Antes, con motivo de una cumbre euromediterránea, -creación, por cierto, de su predecesor Felipe González, las cuales cedió graciosamente un buen día a Francia a cambio de nadie sabe qué, probablemente nada-, le exponía a Bernardino León aquel pilar de su pensamiento que se resume en el sabio proverbio “Hay que conseguir algo como sea”. Tan expresivo de quien no alberga escrúpulo alguno a la hora de conseguir algo... ¡¡¡si al menos supiera “qué” es lo que quiere conseguir!!! Y parte, en todo caso, de una política exterior por la que ha sentido una extraña afición que le ha llevado a dar plantón a sus anfitriones (Polonia, 2004); a dirigirse a los diputados franceses (Asamblea francesa, marzo de 2005) en su propia lengua francesa cuando él no la ha hablado jamás(1); a recibir el desplante de Berlusconi (Roma, junio 2010), cuando venía de hacérselo al Papa; a quedarse literalmente dormido en una cumbre de la OTAN (Bucarest, abril 2008); a pasarse varios minutos para colocarse en una foto de familia (Lisboa, noviembre 2010) buscando, según dicen, la “E” de España en el suelo, hasta que un apenado Sarkozy le informó de que lo que tenía que buscar era la “S” y no la “E”, y le explicó que España en inglés se dice “Spain” y no “España”; o a “solucionar en un pis-pas” problemas enquistados, como cuando, según cuenta un mediático diplomático que le quiere mucho, echando una rápida ojeada a un documento y mientras lo devolvía despectivamente, enunciaba aquello de “‘eso’ [“eso” era el contencioso saharahuí] lo arregla ‘Miguel Angel’ [“Miguel Angel” era Moratinos] en dos tardes”. Y en definitiva, a faltarle el respeto a todos los dirigentes vecinos (Kaczinsky, Sarkozy, Merkel, Berlusconi, Bush, el Papa), incluido, como no, el principal aliado de España, cuando al paso de su bandera, prefirió seguir sentado en el retrete con el gesto adusto del que sufre de almorranas, en lugar de levantarse como era su deber no ya de hombre de estado, sino de persona en posesión de un graduado escolar.
En una memorable sesión, también a micrófono cerrado, le espetaba uno de sus ministros (éste con carrera, no son tantos), Jordi Sevilla, después de un discurso en el que había dicho lo contrario de lo que tenía que decir, sin saber ni lo que había dicho ni lo que tenía que decir “No te preocupes, que ‘tú’ [“tú” era ZP] te aprendes ‘eso’ [“eso” era economía] en dos tardes”. Un conocimiento, este de dos tardes, que es el que ha dispensado a toda cosa que ha pasado por sus manos: que fuera relaciones internacionales, que fuera inglés, que fuera francés, historia universal, historia de España, economía, deontología, ética, antropología, derecho constitucional... ¡qué más da! ¿acaso existe algo a lo que valga la pena dedicarle más de dos tardes?
De lo que ha constituido el gran pilar de la política zapaterita, a saber, esa palabra de hierro a la que no ha faltado jamás, nos enteramos sobre todo un buen día de 2007, cuando, un año después de que la ETA asesinara a dos pobres ecuatorianos que ni dónde se hallaba el País Vasco sabían, le reconoció a Pedro J. Ramírez que, a pesar de lo que había prometido a los españoles en miles de ocasiones, no había dejado de negociar con los hombres de paz de la banda terrorista un solo momento. Lo mejor, sin embargo, sólo lo conocimos días más tarde, cuando el lehendakarizable López pronunciaba aquella manifestación memorable, presente ya en todos los anales de la ética y la deontología políticas, según la cual ZP había realizado un gran acto de honestidad política al reconocer que había estado mintiendo un año entero (¡si sólo hubiera sido un año!).
De la importancia que da a la esencia de las cosas y a su fondo, habla la reveladora anécdota también robada por una cámara indiscreta en la que invitaba al Sultán de los bereberes a callar y poner su mejor cara, porque “lo importante es la fotografía”. Y de lo que piensa sobre sí mismo, lo desvelaba el 14 de junio de 2010 el simpático cantabrakari Revilla, a quien le había “reconocido” ser la persona elegida “para salvar este país”: ese espíritu mesiánico que ha inspirado toda la actuación de un ser iluminado que aún hoy, cuando está a punto de abandonar por la puerta de atrás el lugar en el que entró, por esa misma puerta, hace siete años, se sigue creyendo que la historia comenzó con él, y que el género humano no ha hecho otra cosa que errar en el lóbrego desierto por milenios esperando “el deseado advenimiento”.
Y todo ello por no hablar de otras aportaciones estelares más explícitas y menos “robadas”. ¡Cómo olvidar, por Dios, aquella nación “discutible y discutida”, como si no habiendo nación pudiera haber presidente! ¡Como olvidar el famoso Principio de Pascual que reemplazaba el obsoleto y engorroso Principio de legalidad, por el que aprobó “Pascual, cualquier cosa que venga del Parlamento catalán”! ¡Cómo ignorar su desplante a la Marcha Real cuando en aquella cumbre hispano-francesa, Villepin le enseñaba como se escucha un himno nacional, aunque no sea el propio, mientras él, despatarrado, chismorreaba chascarrillos al presidente de una región española del nordeste! Y tantas y tantas cosas...
Pongan buena cara, sin embargo, que ya queda poco... Un esfuercito y está hecho. Pero eso sí, como dijo aquél... ¡nunca más, por Dios, nunca más!
(1) Daría algún año de mi vida por ver la transcripción del discurso que le escribieron, el famoso “la-frans-bote-güí”. Apuesto a que estaba escrito así, tal como acabo de ponerlo.