Sentirse orgullosos de la grandeza de una lengua, una bandera y una nación (tanto en Stratford upon Avon - lugar de nacimiento de William Shakespeare- como en el mismo Picadilly Circus londinense o en el rincón más pequeño de Sutton Coldfield), afrontar los escándalos mediáticos que pueden salpicar a los políticos con entereza (caso de “News of the world” y el primer ministro David Cameron),  apostar por las causas justas de modo unánime y honrar de la misma manera a los que han dado su vida por ellas (desde una nota en el típico taxi, o black cab, hasta un ramo de flores en medio de la calle),… hacer de cada gesto de la tradición nacional un auténtico espectáculo internacional (desde un cambio de guardia del Palacio de Buckingham hasta una boda real),… son detalles que pueden caracterizar muy bien al pueblo inglés y pueden servir de referente para el resto del mundo.

Si ese sentimiento nacional es a menudo un poco desbordado o no, si se vive de forma muy distinta por las generaciones anteriores a la actual o no, eso ya es otra cosa. Pero es común.

Es cierto que los ingleses más mayores, algunos de los que se han asociado a dicha cultura después de varios años de convivencia más o menos pacífica en el mismo suelo, e incluso aquellos que no entienden bien la diferencia entre forma obsoleta y rancia tradición, aún no se han percibido de la caducidad de ciertos gestos, actitudes y expresiones de su ser nacional que rayan en el ridículo.

El excesivo control del tiempo (el difícil equilibrio de planificar todo hasta el segundo para que no pierda su valor áureo: time is gold), unido a una cierta exageración sobre lo que es correcto o no (properly or not properly), ha llevado en ocasiones al pueblo inglés a acentuar la forma frente al fondo, el rito en contraposición con la necesidad, la limitación en vez de la posibilidad de un mayor disfrute de la vida,… y así, por sí solas, están desapareciendo costumbres que, si bien es cierto que parecían configurar una personalidad, hoy nos damos cuenta que era un cierto maquillaje superficial. El five o’clock tea (por razones de horario laboral) es uno de esos ejemplos.

A la vez que la expansión inglesa de su idioma y cultura por el mundo se ha ido afianzando en Asia (y por África con más fuerza ahora), se ha ido produciendo una importación masiva de comunidades islámicas y nacionales de hindúes, pakistaníes, sijs (o sikhs, en inglés) y otros.  Se trata  no sólo de una cuestión histórica sino de una realidad de la vida cotidiana. Es normal verlos conduciendo un taxi (black cab), un autobús de dos pisos (los routemaster o los más modernos double-decker), o en el control de seguridad de Heathrow, por ejemplo.  También es muy curioso ver mujeres arropadas con el tradicional burka entrando y saliendo en Primarket (las más pudientes) o en Harrods (las más suntuosas), que te hacen pensar en el sentido polémico de la prohibición de dicha prenda (o del nicab) en Francia, Bélgica y Holanda (¿seguridad o libertad?, ¿respeto a la tradición, imposición integrista o limitación de la dignidad femenina? ¿expresión de humildad religiosa o de falta de salud?...)

Aunque existan elementos caducos en su tradición, y otros negativos o ambiguos a revisar, aparte de su sector crítico minoritario pero visible en diversas manifestaciones (especialmente contra las intervenciones del ejército británico, a pesar de sus últimos recortes presupuestarios), Inglaterra, o mejor dicho, Reino Unido o Gran Bretaña en general, parece estar apostando últimamente más fuerte por los derechos humanos, especialmente por los que hacen referencia a la libertad individual. También se observa una preocupación creciente por la recuperación de su dignidad, honor y popularidad, así como el futuro de su monarquía, tantas veces cuestionado. Los Juegos Olímpicos 2012 a celebrar en Londres y el 60º aniversario de la coronación de Isabel II están ya contribuyendo, entre otros eventos, a reforzar y a afianzar dichos sentimientos nacionales.