Un valenciano en Toledo
“Toledo 1936, Ciudad mártir”
El Beato Ricardo Plá Espí nació en Agullent (Valencia), el 12 de diciembre de 1898. A los 10 años marchó al colegio de San José, de Valencia. Después de esos primeros años, pasó al Seminario, donde será elegido para estudiar en la Universidad Gregoriana de Roma, donde obtuvo el doctorado en Filosofía y Derecho Canónico.
Tras su ordenación en 1922, el arzobispo Reig y Casanova, le nombró su familiar y profesor del seminario de Valencia. Cuando el arzobispo de Valencia, nombrado cardenal, llegó a su nueva diócesis de Toledo, se llevó consigo a Ricardo como secretario y mayordomo; lo será hasta la muerte del Cardenal, el 25 de agosto de 1927.
Es nombrado secretario de estudios de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia de Toledo. En marzo de 1924, pasó a ser capellán mozárabe de la Catedral Primada. Al morir el Cardenal, D. Ricardo se quedó en Toledo, conservó la capellanía mozárabe, ejerció como profesor del Seminario y consiliario de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Se encargará también de la preparación espiritual de las visitas pastorales del cardenal Segura.
Director diocesano de los Jueves Eucarísticos, se distinguió por su amor a la Eucaristía y por la predicación. Sus sermones son claros y profundos, religiosos y de gran sentido pastoral. Todo su saber e inteligencia lo puso al servicio de la palabra de Dios, de la Iglesia y de la comunidad cristiana. No se sabe de dónde sacaba tanto tiempo para estudiar, rezar y llevar adelante tantas actividades.
Uno de los biógrafos del Beato es el Abad de la Seu de Xativa, Arturo Climent Bonafe. En la página web podemos leer algunos textos suyos publicados con motivo del 75 aniversario de su martirio:
Martirio en dos actos
Desde enero de 1936 hasta su muerte, predicaba con mayor valentía, sin miedo. Veía cómo la Iglesia era perseguida, insultada; los sacerdotes, asesinados por la fe en Jesucristo.
El 19 de julio predicaba en la fiesta de las Santas Justa y Rufina e invitó a todos los allí presentes al martirio por Cristo, a imitación de las santas. Pocos días después lo vivirá en su propia persona, al experimentar el martirio el 30 de julio de 1936. Días antes, el 24 de julio, había sido arrestado y estuvo a punto de ser fusilado. No sólo él, sino también sus padres y su hermana.
Así lo narra su hermana:
“A las dos de la tarde, invadieron nuestra casa; una vecina nos había denunciado… Un grupo de milicianos, con esa mujer al frente, nos sacan a la calle y después de pasar por delante de la Catedral, nos llevan por callejuelas que nunca habíamos pisado, hasta llegar a la plaza de santo Domingo, junto al Gobierno Civil…
Nos llevaron al patíbulo a los cuatro. El jefe del pelotón nos ordena para que nos coloquemos junto a la pared y con los brazo en alto. Seis de ellos nos apuntaban con su fusil. Y en aquel momento, cuando ya habían dicho: “uno, dos…”, un hombre vestido de azul, a quien no había visto jamás, joven, guapo de verdad, se puso en medio de nosotros y con voz potente dice: “¿Qué vais a hacer, bárbaros? Ese cura es un santo. De estas personas respondo yo”. Lo recuerdo como si fuera ahora, nunca se me olvidará la cara de aquel joven. No lo he vuelto a ver…
El 28 vuelven, yo intenté despistarles y se marcharon, prometiendo que volverían. Y volvieron”.
“Toledo 1936, Ciudad mártir”
En la página 110 de esta historia novelada se narra lo siguiente:
En casa de don Ricardo Plá Espí, el ruido es atronador: un pequeño tumulto se forma porque acaban de detener a alguien que vive en el piso de abajo. Entonces Ricardo se dirige a su hermana:
- Consuelo, sácame la chaqueta; ahora vienen a por mí.
Su madre, que está enferma en la cama, dice a su hijo:
- ¿Y tú estás dispuesto a morir?
- Sí, madre, estoy preparado ya.
Consuelo exclama en voz alta:
- ¡Ay, Madre mía, Madre de Dios, dame fuerzas!
Don Ricardo le dice a su hermana:
- No te preocupes, te dará más de lo que necesitas.
Así se despide de los suyos. Dieciocho vienen esta vez a buscarlo. Llaman a la puerta, preguntan por el cura y su padre dice:
- ¡Dejadlo a él y llevadme a mí!
Don Ricardo desde dentro exclama:
- El sacerdote soy yo. ¿Puedo despedirme de mis padres?
- No, no puedes, le responden de malas formas.
Para entonces, él ya ha besado a los tres y los ha confortado. Su madre, se levantada de la cama como puede, y los tres lo acompañan hasta la puerta. Don Ricardo los mira; es una mirada dulce, llena de cariño. Sus ojos brillan con fuerza. Los padres se arrodillan en el portal con los ojos fijos en su hijo esperando su bendición. Su madre todavía tiene ánimo para decirle:
- Hijo mío, mucho valor para sufrir, pero mucho más amor para perdonar.
La madre se dirige a su hijo en castellano; cosa rara, pues entre ellos hablan en valenciano. Pero, sin duda, lo hace para que los que se lo llevan lo oigan.
Eran las ocho de la tarde del 30 de julio de 1936. Al llegar a la esquina, Ricardo se volvió con la misma mirada de antes; fue la despedida definitiva. Allí acabó todo. A los cinco minutos, en el paseo del Tránsito de la ciudad de Toledo, en una gran escalera, lo mataron. Murió gritando: “¡Viva Cristo Rey!”. El cadáver mostraba un tiro en la frente y otro en el costado. Tenía 38 años”.
Fue beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007.