San Pedro Poveda, sacerdote y mártir
Hace unas semanas dediqué tres artículos a San Pedro Poveda, sacerdote y mártir. En la página web de la Institución Teresiana se puede leer las líneas que narran las últimas horas martiriales de su vida:
“En el clima de tensión que vivió España durante los años previos a la guerra civil, Poveda recomendó siempre a sus colaboradores y miembros de la Institución Teresiana audacia para mantener sus principios pero con mansedumbre, sin provocaciones. En 1935 afirmaba que “la mansedumbre, la afabilidad, la dulzura, son las virtudes que conquistan al mundo”.
Ante el conflicto que se vivía en España él pedía serenidad, oración continua, reflexión y la misma actitud que tuvieron los primeros mártires cristianos. Pocos días antes de morir, en julio de 1936 escribía:
“Nunca como ahora debemos estudiar la vida de los primeros cristianos para aprender de ellos a conducirnos en tiempo de persecución. ¡Cómo obedecían a la Iglesia, cómo confesaban a Jesucristo, cómo se preparaban para el martirio, cómo oraban por sus perseguidores, cómo perdonaban, cómo amaban, cómo bendecían al Señor, cómo alentaban a sus hermanos!”.
Pedro Poveda murió el 28 de julio de 1936. Fueron a buscarle a su casa en la madrileña calle Alameda. Acababa de celebrar su última Misa. Al identificarse dijo: “Soy sacerdote de Cristo”.
Su proceso de beatificación se inició en 1955. Fue declarado mártir y beatificado por Juan Pablo II en Roma el 10 de octubre de 1993. Junto a él fue beatificada Victoria Díez, una joven de 33 años, maestra rural y miembro de la Institución Teresiana. Fue canonizado en Madrid el 4 de mayo de 2003.
“…y quisiera firmarlo con sangre de mi corazón”.
Entre las últimas recomendaciones a las maestras de la Institución ante la persecución decía san Pedro: “Si os preguntan si sois teresianas, contestad que sois maestras. No tenéis obligación de decir que pertenecéis a la Institución. Pero si os preguntan si sois católicas, entonces sí. Negar a Cristo y a la Iglesia, eso nunca”.
Estos son los detalles de su martirio relatados en una carta de la Venerable Josefa Segovia explicando a todas las Teresianas las circunstancias de su muerte.
“Se vistió de paisano cuando llegaron los de la CNT (acababa de celebrar Misa) y les preguntó si querían registrar la casa. Dijeron que no y se lo llevaron con su hermano Carlos, al que soltaron a las 12 de la mañana (testigos refieren que al ser separado de su hermano, le dijo: “Serenidad, Carlos, se ve que el Señor, que me ha querido fundador, me quiere también mártir”). Encontraron su cuerpo al día siguiente dos teresianas en “el cementerio del este, cerca del depósito de cadáveres no identificados”.
Cuando una de ellas, María Astudillo, lo reconoció, cayó a sus pies con tanta devoción y veneración que los milicianos que vigilaban el depósito se quedaron muy impresionadas y decían por San Pedro que “debía de ser buena persona”. Al final la tuvieron que levantar entre dos porque ella no se quería separar de él. Llevaba el escapulario por fuera y cuando le incorporaron para quitárselo, salió sangre por la espalda, así que dedujeron que le habían disparado por la espalda, hacia las 5 de la madrugada. Él decía siempre “un cristiano sin escapulario es como un militar desarmado”. Llevaba también al cuello y no a la cintura “el cinturón de la Consolación”.
Así que la expresión de su Consagración a los dogmas marianos: “y quisiera firmarlo con sangre de mi corazón”, se realizó el día de su martirio, pues como se nos dice, el escapulario que llevaba quedó empapado con su sangre. El escapulario puede venerarse en la casa que tiene la IT en la calle Príncipe de Vergara, 88.
Sobre el desagravio
En las páginas 1030 y 1031 del primer tomo de las Obras de San Pedro Poveda, “Creí por esto hablé”, encontramos lo que sucedió el 2 de junio de 1932 y que el mismo santo nos narra:
Realmente no es necesaria ninguna composición de lugar teniendo a Jesús presente en la sagrada Eucaristía y el sagrario abierto. Pero nos ayudará mucho representarnos la escena que describe el Evangelio de mañana. Se refiere en él cómo los judíos, por ser la víspera del gran sábado, quisieron quitar los cuerpos de los ajusticiados y fueron a quebrarles las piernas para acabar con ellos. Lo hicieron con los dos ladrones y no con nuestro Señor, que, estaba ya muerto, pero un soldado con la punta de una lanza le atravesó el costado.
El eximio Suárez sostiene que el costado se abrió de par en par. La mayoría cree que fue tan fuerte la lanzada que atravesó el corazón. Nuestro adorable Salvador habla de esto cuando dice a Santo Tomás que meta los dedos en sus llagas y la mano en el costado. También la Sagrada Escritura nos habla de los agujeros de la peña y la cueva de la cerca, la brecha que abrió la crueldad.
Con la gracia de tener por fe a Jesús preguntemos a nuestro Señor qué quiere y qué desea de nosotros. Aquí estamos, hablad Señor que vuestro siervo escucha, podemos decir cada uno de nosotros. Quizás lo mejor sería aprovechar esta soledad del mundo y pedir perdón y misericordia al Señor.
En aquella tarde imborrable, aquella tarde terrible (se refiere a los incendios de iglesias e instituciones religiosas en Madrid los días 11 y 12 de mayo de 1931), cuando yo bajé a este sagrario para consumir, y cuando el temblor no me dejaba pasar apenas una Forma, no se me ocurría más que decir: perdón, misericordia.
Ésta es la fiesta de la misericordia, del perdón, del desagravio, de la reparación. Siempre lo ha sido, pero este año más que ningún otro. Por eso, después de esta consideración y composición de lugar, me ha parecido mejor que dejaros solas, hacer en voz alta lo que yo había de hacer con el pensamiento.
Debemos siempre, lo vengo diciendo de antiguo, comenzar todos nuestros actos por la acción de gracias. Esta noche las daremos por la institución de la sagrada Eucaristía; lo más grande que hay. Pero no ha de ser una acción de gracias general, como la haría cualquier cristiano. Hemos de dar rendidas gracias por tantos tabernáculos, por tantos sagrarios como hay en esta nación. A pesar de lo nublado. Aunque parezca que el Corazón de Jesús duerme, está en vela. Démosle infinitas gracias por los miles de sagrarios, de tabernáculos, que hay en España. ¡Cuántas parroquias, cuántas catedrales, cuántas capillas, cuántas iglesias! Cuando vamos por ahí caminando, ¡cuántas veces hemos de hacer jaculatorias, descubrirnos, santiguarnos, para saludar al Señor en los sagrarios que vamos encontrando! ¿No merece esto infinitas gracias?
En tantos sagrarios ¡cuántas profanaciones no se cometen! No sólo con poca estima de la Eucaristía, sino otras mayores, más graves. Aunque los cristianos que cometen las primeras son quizá más responsables que los pobres que por ignorancia y otras causas comenten las segundas; éstos no sé qué responsabilidad tendrán ante Dios. Es día de reparación y de reparación eucarística ¡Señor, ten piedad y misericordia para todos los sacrílegos, para todos los que tratan mal el cuerpo adorable de Cristo; piedad y misericordia para los que no saben lo que hacen!
¿Y cómo me conduzco yo y cómo soy yo para Jesucristo en el tabernáculo? ¿Cuál es mi conducta para Jesús sacramentado? ¿Cómo entro y estoy en el templo, cómo me preparo para comulgar, cómo comulgo, cómo propago la devoción al Santísimo Sacramento? Yo, que tan obligada estoy y que tanto medito en estas grandezas de la fe…
Y ¿cómo desagraviamos los que somos tus hijos y queremos serte fieles? ¿Cómo reparamos tanto mal? ¿Multiplicamos nuestro celo, nuestras iniciativas; procuramos resarcir tanto daño, tanto atropello, tanto escándalo? ¿Somos aquellos cristianos primitivos de los que se decía Mirad cómo se aman? Algunos ponen en duda los milagros de Cristo, pero no la vida de aquellos primeros cristianos, que era el milagro de los milagros.
Demos gracias por el beneficio incomparable de la fe, de la doctrina cristiana, de vivir dentro de la Iglesia católica. ¡Cuántos hay que no tienen fe! La fe no puede compararse con nada. Y ¿qué hicimos nosotros para merecer la fe y la doctrina cristiana?
La prensa, los libros, las novelas, qué veneno están esparciendo por el mundo; ¡cuánto daño están haciendo!....Es una corrupción completa de la inteligencia. Señor, para quienes lo escriben, para quienes lo editan, para quienes lo propagan, perdón y misericordia, misericordia y perdón. ¿Y qué hacemos nosotros en reparación de ese daño, que es incalculable? Y si del terreno de la inteligencia pasamos a las costumbres, a la vida social. ¡Qué corrupción!
Perdón y misericordia, Señor, para los que dan mal ejemplo, para todos los que se dejan llevar de las malas pasiones, para todos los pecadores. ¿Qué hacemos nosotros en orden a estas cosas para poder desagraviar a nuestro Señor, para darle gracias, para reparar de alguna manera los daños causados?