¿Qué sucedería si, tras una reunión del Consejo de Ministros, varios de estos se dirigieran a la Prensa para informar de lo tratado en la misma y criticar duramente al presidente del Gobierno? Sería un escándalo que tendría repercusiones política inmediatas, puesto que si esos ministros no presentan la dimisión deberían ser cesados al instante. Nadie entendería ni aceptaría otra cosa.
Pues bien, en la Iglesia –y como fruto de la colegialidad que se quiso dar al Gobierno de la institución eclesiástica en sus más diversos niveles- se han multiplicado los Consejos. No son, sin embargo, como los de tipo político, pues no tienen responsabilidades ejecutivas sino meramente consultivas. Sin embargo, y a pesar de eso, la presión que pueden llegar a ejercer es tal que si el obispo –o el párroco- no tiene suficiente personalidad terminan por ser esos Consejos los que gobiernan la parroquia, la diócesis o la Conferencia Episcopal.
Eso ha sido lo que ha pasado en San Sebastián. Aquejada durante casi cuarenta años por el gobierno de dos obispos nacionalistas –Setién de forma radical y Uriarte de forma moderada-, no sólo se dio cobijo al clero pro terrorista –hubo incluso sacerdotes condenados por la colaboración con ETA-, sino que la formación dada a los poquísimos candidatos al sacerdocio que acudían al Seminario era herética. El hecho de que el que fuera vicario general de la Diócesis con los dos obispos citados, Pagola, haya tenido que ver como su libro sobre Jesús ha sido declarado parcialmente herético lo dice todo. Y eso que Pagola era de lo mejor que tenían.
Monseñor Munilla llegó a San Sebastián con una espiritualidad martirial. Sabía a lo que iba: a que le crucificaran. Ha sido así desde el primer momento. Ahora parece que el enfrentamiento entre el clero nacionalista y el obispo ha llegado al punto máximo con lo sucedido en el Consejo Presbiteral. Los “consejeros” que han denunciado al obispo –y han revelado su versión de lo que allí sucedió- dicen que éste fue muy duro con ellos porque les acusó de estar presentando un cristianismo “ligth”, un Cristo poco evangélico y muy edulcorado. Estoy seguro de que, efectivamente, monseñor Munilla les dijo cosas que les escocieron. Estoy seguro de que tiene toda la razón. Pero también estoy seguro de que esa no es la verdadera causa por la que los curas se han enfrentado de manera tan radical y abierta a su obispo. Lo han hecho por otro motivo: porque éste ha decidido llevarse a los seminaristas a que se formen en un Seminario católico de verdad como es el de Pamplona. Han comprendido que esa es su sentencia de muerte y que, perdiendo el control de la destrucción de los futuros sacerdotes, éstos serán curas católicos y ellos mismos se verán pronto en minoría y ya no podrán seguir haciendo el chantaje que vienen haciendo. Ahora o nunca, han debido de pensar. O le echamos un pulso al obispo ahora, o perdemos esta batalla para siempre. Ahí está la raíz de todo. Lo demás es la excusa. Como es la excusa que se hayan negado a colaborar con él en acoger a los jóvenes que acuden a la Jornada Mundial de la Juventud. Tienen miedo a que los futuros sacerdotes sean, simplemente, católicos. Eso es todo.
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