Cuenta mi madre una historia que me parecería una leyenda urbana, -un hoax según se dice hoy- salvo porque ella jura y perjura que la vivió en primera persona. Trátase de una señora a la que conocía, la cual era de derechas, mientras que su marido era de izquierdas, ambos de humilde condición. Ella se reía de él diciendo: “Si a ti las alpargatas te las quitó la derecha”. Y él contestaba: “Pues prefiero que gobiernen los míos e ir en alpargatas, a que gobiernen ellos y llevar zapatos”.
Verdad o mentira, para mí verdad porque lo cuenta mi madre, lo cierto es que parecido ejercicio intelectual es el que parecen realizar ante un urna muchas personas en España-, las cuales, a la hora de votar, no se conciben más que votando a los que se dicen de derechas o a los que se dicen de izquierdas por el solo hecho de decirse de una cosa u otra, que coincide con lo que ellos “son”. Sin dedicar un solo momento a pensar cual de los dos (o de los tres, o de los cuatro, que las opciones pueden ser y de hecho son, muchísimas) es el que más confianza les merece; cual es el que mejor equipo trae; cual viene mejor avalado por su formación, por sus palabras, por sus hechos; cual de los dos es el que mejores soluciones propone: cual es, en definitiva, aquél cuya victoria más le conviene.
Bien pensado, lo que hacen esos votantes no es sino invertir el orden natural de las cosas, exigiéndose a sí mismos una fidelidad hacia etéreas siglas y advenedizas personas que, sin embargo, no exigen ni a esas siglas etéreas ni a esas personas advenedizas. “Yo voto a los míos” dicen ellas. “¿Y por qué los tuyos?” -les respondo yo- “¿Qué demonios te han dado, que córcholes les debes para que sean “los tuyos”?” Es al revés, amigo mío: son ellos los que te están en deuda, son ellos los que te deben lo más preciado que tú tienes para ellos, tu voto, y los que tienen que ser fieles a lo que tú esperas de ellos por habérselo entregado. Y no al revés: tú no les debes nada. Tú eres “los suyos”. Ellos no son “los tuyos”.
Lo que tenemos que hacer de una vez los votantes españoles, es olvidar esa absurdo pensamiento “yo voto a los míos”, que nos pone al servicio de aquéllos a quienes votamos, cuando la democracia y el ejercicio legítimo del poder se corresponde, exactamente, con lo contrario, y son, deben ser, los que gobiernan los que estén a nuestro servicio. Dejar de conjugar, en definitiva, el verbo “ser”, el “yo soy” famoso con el que siempre acudimos a las urnas, para empezar a conjugar el verbo “votar”, el “yo voto” que nos hará más exigentes ciudadanos “mejormente” gobernados.