El 18 de junio de este año se cumplía el 50 aniversario de las apariciones en San Sebastian de Garabandal humilde pueblo a los pies de Peña Sagra, en una de las Cantabrias más hermosas. ¿Qué es Garabandal? Indirectamente reflejo de esta nación: el Cielo que privilegia y al que se responde con desprecio, descreencia y displicencia de juicio. "Garabandal simplemente no puede ser cierto", es el pensamiento mayoritario de cuantos alcanzan a conocer tal hecho. Y es que Garabandal desconcierta. Extasis diarios, de duraciones imprevisibles, en los que las 4 niñas, en una posición corporal conocidísima (la cabeza arqueada hasta la espalda, de rodillas la mayoría de las veces) subían, bajaban, corrían, se desplazaban por el humilde pueblo, en conversación familiar con la Señora, a la que narraban los hitos de su vida diaria, sus quehaceres, sus ruegos, preguntas, o daban a besar crucifijos, estampas, o entraban en casas, en cocinas, cuartos, establos... a lo largo de las diversas horas del día o de la noche.


Pareciera que la Virgen esos años de 1961 a 1966 participara de la vida cotidiana de un pueblo de montaña
, entre sus prados, rebaños, huertillos y faenas. Era admirable todo aquello. Y así fue, la Virgen compartió la vida diaria, no de 4 niñas, sino de todo un pueblo. Ellas no eran más que el instrumento evidente, notorio, pero la Señora las desplazaba de arriba abajo, no dejando nada por ver, por bendecir, por visitar. El Cielo personalizó en aquellas humildes vidas, lo que le interesamos, lo que le importamos, lo que nos mira y remira. Aunque no lo veamos, sintamos o comprendamos. Y les iba educando, llamando la atención, haciéndolas ver que para Dios nada es ajeno, pero que todo puede ser para Dios, y que cuando se vive para Dios Él reparte un algo extraño que hace más llevadera la cruz diaria de la vida.


Y en ese mismo desenvolvimiento diario la Virgen les elevaba las miras, más allá del terruño, más allá del quehacer, porque les ponía ante los ojos la inmensidad de la Iglesia, de su responsabilidad, de su importancia. Y la batalla que dentro de Ella misma se empezaría a manifestar, en desprecio de su fe y su santidad.

 
Es en esa elevación de miras donde de nuevo Garabandal sorprende. Sorprende su llamada de atención hacia la Eucaristía, que adquiere una importancia central en la temática, contenidos y manifestaciones, y que años después sería descuidada del modo más llamativo, llegándose muchas veces hasta el mismo desprecio o sacrilegio. Llamativa profecía unos años antes de que la locura litúrgica anegara la Iglesia. Y así los años futuros fueron admirablemente sellando el acierto profético de Garabandal. Llegando hasta el paroxismo al anunciar la crisis de la Iglesia, donde sacerdotes irían contra sacerdotes, obispos contra obispos, cardenales contra cardenales. Nada ha dejado de cumplirse, de seguir cumpliéndose. Pero Garabandal, en esa elevación de la mirada, de nuevo haría ver la gravedad del mal, la gravedad del pecado, sus terribles consecuencias.


Y lo haría con esa pedagogía mariana de ideas sencillas, concretas y mistéricas: aviso, milagro, castigo. Donde lo desconocido y su percepción ejercen una fuerza de atracción más allá de lo aclarado, descorrido o desvelado. Y así, el velo de lo oculto se interpondrá en lo que se quiere saber y se puede conocer, pero con cuatros rasgos o detalles se alertará sobre lo que se oculta atrayendo al misterio, a su mensaje. Uno de esos detalles de atracción fue la llamada noche de los gritos, en el que las 4 niñas, en éxtasis, se vieron envueltas en una oscuridad espiritual de la que saldrían contemplando imágenes no descritas, pero cuyos gritos, alaridos o lágrimas hicieron estremecer y conmoverse a cuantos las contemplaban. Allí mismo, la madre de Maria Cruz, la más pequeña de las videntes, descreída y racionalista, quedó impactada ante los gritos de su hija, "¡¿que le ocurre a mi hija, que la está pasando?!" Nadie lo sabía, solo oían los gritos, los llantos, las lágrimas de las niñas, sus palabras entrecortadas. Era uno de esos detalles, de la pedagogía mariana, que entre lo oculto y lo secreto bastaba lo gráfico de cuanto estaba pasando para alertar sobre peligros que traían causa en la falta de conversión, en la inmoralidad de la vida. No hacía falta comprender esa relación "inmoralidad-horrores futuros", simplemente lo visto ayudaba a ponerse cara a Dios y pedir perdón. El día siguiente a la noche de los gritos sólo quedaron 2 o 3 vecinos por confesarse, el resto pasó por el sacramento de la confesión, uno tras otro.
 

En cierto modo Garabandal es historia de conversión, como todas las apariciones de la Señora, pero en este caso su mirada global se centra en la misma Iglesia como principal sujeto, por acción y omisión, de cuanto ocurra en tiempos futuros. Ella tiene en sus manos al Santo de los santos. Y de su santidad se derivará luz para el mundo, u oscuridad. Pero el acostumbramiento a lo extraordinario priva de la razón: María no se aparece porque sí, no es vanal su venida, menos aun prescindible. Si alerta Ella es porque quien debiera, -custos, quid de nocte?- está a otra cosa, y más que pese reconocerlo, a veces está contra la misma fe que debiera guardar. Y el rebaño perdido es alejado de los pastos, desperdigado, a merced de lobos: instituciones sin fe, sin auténtica educación católica, donde la misma categoría "oficial" de "católico" muchas veces no es garantía de nada, o más bien de lo peor. O los mismos sacerdotes que sin fe, se convierten en destructores de conciencias, por no decir de obispos o cardenales que se dedican a enseñar doctrinas que no son de Cristo con total impunidad y con el marchamo del cargo. Y no es cosa vieja, sigue siendo actual.
 

De todo ello alertaba Garabandal, y de más cosas aún. Porque el desprecio de lo sagrado, el desprecio de la fe, el desprecio de las gracias derramadas no puede ser en vano. Y lo viniente es alertado en Garabandal, como se hizo Fátima, o antes aún, en la Salette. Pero aquí la trilogía oculta adquiere novedosas revelaciones: aviso, milagro, castigo. Y esa transcurrir futuro de hitos concretos pesa como una losa. No en vano han pasado 50 años y todo sigue igual. Más aún, se podría decir, casi han pasado 100 años del tercer secreto de Fátima y todo sigue igual. ¿Acaso habrá de faltar mucho más, tanto como ha transcurrido? Son preguntas legítimas, al menos legitimas desde la curiosidad. Pero la respuesta no está en nuestras manos.
 

Pero quizá sí lo esté en la de "otros". Y así, uno de estos días en que pude hablar con Jacinta, una de las videntes de Garabandal que está en su querido pueblo pasando el verano, y siendo como es pudorosa y reservada, sólo quise decirle -y no son palabras textuales, si bien creo que respetan lo que pregunté y lo que se me respondió-:
 
 
"Jacinta, ¿a qué espera a Dios? ¿Por qué no actúa ya, y en cambio el mal avanza tanto y cuanto quiere?" Y como respuesta a mi curiosidad: "Porque quizá cuando Lo haga será tan duro cuanto veas que desearás que "nos hubiera dado más de este tiempo en el que estaba sin actuar".
 

Y así sin pretenderlo mi curiosidad fue satisfecha por elevación. De esta frase no he podido deducir ni tiempos ni plazos, sólo he podido ver como Jacinta sigue viviendo con sencillez su vida de fe, su piedad en la santa Misa, su cariño y sonrisa con quienes conoce, y su pudor y cierto temor ante los desconocidos que la pretenden acosar a preguntas. Y he entendido que los tiempos que vendrán nos excederán humanamente, pero que sólo tenemos el presente para pegarnos a Dios y pedir, día a día, misericoridia tanto para el mundo como para la Iglesia, sumida todavía en una dura prueba que ya lleva durando demasiado.
 


 


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