En un artículo anterior hablábamos de que muchas veces no sabemos de dónde vienen nuestras ideas y, lo que es peor, que entran en nuestro cerebro, formando la base de nuestro pensamiento, antes de que podamos defendernos y evaluarlas.


Una de estas ideas es una que, en muchos casos inconscientemente, cree mucha gente y que pocos saben por qué la defienden: el subjetivismo, o la idea de que cualquier opinión es igualmente válida, ya que no se puede conocer la verdad.

Entiendo por qué esta idea ha sido tan aceptada. Evita al usuario tener que pensar y, horror de los horrores, tener que argumentar. Si alguien me da razones a favor de algo que no me gusta, siempre puedo decir algo parecido a “esa es tu opinión, pero tú no estás en posesión de la verdad” Y encima quedo de sabio y ecuánime, de buscador de la paz y la concordia. Y este es el tema que quiero tratar: el peligro que tiene una idea que en principio puede traer ese halo de comprensión y caridad. Un lobocon piel de cordero.

Veamos a este lobo en tres de sus hábitats naturales y el efecto que tiene en un hipotético subjetivista de barrio:
Lo que muestran estas situaciones es que el lobo que uno dejó entrar con la piel de la racionalidad y la mesura en los casos 1 y 2, enseña los dientes en los casos 3 y 4. En conclusión:

Nadie se cree lo del subjetivismo para las cosas que realmente le importan  y por tanto no deberían aplicarlo al resto de las cosas.


Y usted: ¿cómo anda de subjetivismo?

D´Artagnan

Fuente de la foto: emcadorette / CC Attribution-NonCommercial-NonDerivs 2.0 Generic License