Las palabras de monseñor Tomasi, representante del Vaticano ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidad, en Ginebra, son para ser tenidas en cuenta. Hay, a nadie se le oculta, una agenda gay dirigida a incluir el ejercicio de la homosexualidad dentro del capítulo de los Derechos Humanos. Recientemente, la ONU dio un paso decisivo en esa dirección con la aprobación del documento sobre la orientación sexual e identidad de género. Documento impulsado con todas sus fuerzas por el Gobierno Obama de Estados Unidos y aplaudido por el poderoso lobby gay.

Pues bien, monseñor Tomasi ha afirmado claramente que dicho documento es una amenaza para la libertad religiosa de los católicos y de los que, como ellos, no creen que el ejercicio de la homosexualidad sea bueno y deba ser considerado un derecho humano. ¿Qué sucedería si algún día la ONU así lo decidiera? La Iglesia católica, y como ella muchas otras religiones, se vería incluida automáticamente dentro del grupo de instituciones que no respetan los derechos humanos. Sus líderes, desde el Papa hasta los sacerdotes, podrían ser perseguidos –con multas o con la cárcel- por atreverse a decir que esa conducta es un pecado. Si se niegan a aceptar sacerdotes que practican la homosexualidad, se verían acusados de discriminación. Pero no solamente ellos se verían afectados. Los padres de familia católicos tendrían que soportar que sus hijos fueran educados en ese tipo de ideología, pues sería de estudio obligatorio en todos los colegios del mundo. O, tendrían que aceptar que, si mueren y sus hijos quedan huérfanos, puedan ser adoptados por una pareja gay, sin que ellos pudieran hacer previamente nada para evitarlo.

Monseñor Tomasi ha vuelto a insistir en lo que la Iglesia lleva diciendo muchos años: que condenamos toda violencia y discriminación contra los homosexuales –como la que se lleva a cabo, por ejemplo, en países islámicos, donde son encarcelados-, pero que no se nos puede pedir que vayamos contra nuestra conciencia diciendo que es bueno lo que creemos que es malo.

En un mundo que se hunde, donde tantas cosas e instituciones están al borde de la quiebra –entre ellas la familia-, parece extraño poner tanto empeño en promover ese comportamiento como un “derecho humano”. Quizá sea el estertor de una cultura hedonista y relativista, herida de muerte, que quiere morir matando. Recemos para que no triunfe.

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