Tarde de estreno mundial. Voy a la sesión de las siete de la tarde, con la familia. Gran expectación. ¿Morirá Harry Potter? Pero acaso ¿no te has leído el libro “Harry Potter y las reliquias de la muerte”, de J.K. Rolling, publicado por Ed. Salamandra? Es que 640 páginas son muchas, oye. ¡Pues salió hace tiempo, en el 2008!. Ya, y en inglés en julio de 2007, pero, como habla de muerte,… quizá pase algo gordo. La mayor parte de los que vamos al cine no se lo ha leído, por lo que veo. Pero eso sí, los trailers oficiales los han visto por internet más de 73 millones de personas.
Con mi familia en el cine esta tarde, como no podía ser de otra manera. No porque me gustase especialmente la octava de esta serie de películas de éxito que se han sucedido en estos últimos diez años. Aunque la recaudación descendiera unos 130 millones de euros con su tercera parte “El prisionero de Azkabán” (2004), y desde la cuarta (“El cáliz de fuego” de 2005) empezase a bajar a dos o un millón de euros entre las películas que se han ido sucediendo (“La órden del fénix” de 2007, “El misterio del príncipe” de 2009 y la parte primera de “Las reliquias de la muerte” de 2010), parece que no dejará de momento de ser la película más taquillera de la historia del séptimo arte.
Y fui a verla no solamente movido por la ilusión de mi familia, sino por la valoración ciertamente controvertida hasta ahora de la saga, que tenía algunos partidarios y detractores dignos de atención, y porque recientemente de romereports.com recibí un juicio favorable parece ser que del mismo Vaticano, según dicen ahí. Todo ello me parecieron motivos más que suficientes para ir a verla.
Es de agradecer que, aparte de la calidad artística, interpretativa, de belleza paisajística, riqueza de caracterización y efectos especiales, que el mal esté identificado y el bien también. Los momentos más álgidos de la película corresponden cómo no con la victoria del bando de Harry y la derrota del contrario. Pero no quiero desvelar la película. A mí me ha bastado esa identificación distinta, esa huída de la ambigüedad y aclaración de posturas. Por un lado, todo en el terreno de los magos, se enfrenta la destrucción, la muerte, la oscuridad, los planes centrados en el poder y el sometimiento de las voluntades… y por otro lado se celebra la amistad, la libertad, la alegría, el humor, el contacto cercano y confiado con el más allá, los ancestros que se muestran compañeros de aventuras y estímulo para los que siguen luchando en la tierra, la naturaleza y lo sobrenatural se alían con el bien, los buenos y los héroes esforzados, valientes, que son capaces de dar la vida, arriesgarla, por causas justas,…
Ya sé que es solamente una novela de ficción, que quizá no sea para tanto, pero me interesó y gustó mucho que los jóvenes, más o menos tranquilos en la sala donde se estrenaba, cerca de mí vibraban con esos valores de sus héroes, los buenos, y se alegraban cuando los intentos y los planes del mal fracasaban, incluso se volvían cómplices entrando de lleno en la película, tal vez más porque estábamos en una versión 3D y en la fila 5, ni más ni menos.
Y para mejor precisar lo que habíamos visto y lo que quería escribir luego, les pregunté a los más jóvenes de la familia acerca de una posible moraleja y me la resumieron como les pongo en el título: “La esperanza nunca muere”. También hubo quien dijo algo más largo: “Todo es posible, la esperanza es lo último que se pierde”. Me decidí por la primera, a la que añadí Harry Potter 7.2 porque esta última era la segunda parte de la anterior, aunque hayan sido en total ocho entregas.