Un día, hace bastante, desayunando en el trabajo con unos compañeros, mayores que yo, escuché a uno de ellos decir en tono de broma algo así como “Bueno, para entonces ya me habrán dejado en un asilo”. Y los demás le rieron la broma.

Aquello retumbó en mis oídos de una forma horrible, tanto por la terrible verdad que probablemente pronosticaba como por la naturalidad con todos lo asumían, aunque esa naturalidad probablemente es fruto de la resignación ante lo que ellos consideran inevitable.

El caso es que todos tenemos hijos pensando lo mejor y muchos acaban encontrando lo peor: hijos con todos los derechos frente a padres con todas las obligaciones; hijos que reciben todo para más tarde no dar nada; hijos que consideran normal que les cuiden para luego desentenderse de los padres cuando toca cuidarlos; padres que descuidan a sus hijos por motivos banales y que luego esperan de sus hijos lo que ellos no hicieron… Y empeorando.

Pero esto no siempre ha sido así. Antes no pasaba como ahora. ¿Qué ha cambiado? ¿Las personas? Sí, pero esto no es realmente una respuesta. ¿El entorno? También, pero de nuevo queda la pregunta sin responder. Lo que ha cambiado de fondo es que la gente ahora… prescinde de Dios. Esa es la razón de los males, muy a pesar de alguno.

Cuando se hacen las cosas por costumbre, o porque siempre se han hecho así… se corre el riesgo de que las costumbres cambién y un día la realidad te atropelle. Por ejemplo, dónde antes lo normal era cuidar de un padre hasta el final, hoy lo normal es aparcarle en un asilo; y tú, que creías haberlo hecho todo bien, te ves de repente en el geriátrico sin saber porqué, o peor aun, autoconsolado con lo de “es lo normal”.

En cambio, cuando las cosas se hacen porque Dios lo quiere… es distinto. La Biblia está llena de ejemplos y mandatos sobre cómo han de cuidar los padres a los hijos y los hijos a los padres, los maridos a sus mujeres y viceversa, y de cómo han de respetarse entre todos ellos. Por ejemplo en el Eclesiástico (“Quién honra a su padre expía sus pecados, quién respeta a su madre acumula tesoros”; “Cuida de tu padre en la vejez, y durante su vida no le causes tristeza”), en Proverbios (“Cuando camines, (tus padres) te guiarán; cuando te acuestes, velarán junto a ti; y cuando despiertes conversarán contigo”), en San Pablo (“Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo (…). Padres, no exasperéis a vuestros hijos…”), y un larguísimo etcétera. Dios mismo nos dejó un Mandamiento al respecto, el Cuarto nada menos. Finalmente, qué mejor ejemplo que la Sagrada Familia como espejo dónde mirarnos.

Lo repito de nuevo: si quieres una base sólida para tu familia, no hay otra mejor que Dios y que seas cristiano. Cristiano de verdad, claro, no una caricatura.

Aramis