Soy cocinero. He pasado toda la vida entre fogones, salsas y aromas. Por encima de cualquier otra consideración, la cocina es un mundo de olores. Nadie puede degustar una buena comida sin un buen par de narices. Cuando entré al servicio de su majestad fue lo primero que me llamó la atención, su aguileña y generosa nariz, lo cuál me agradó, todo artista le gusta que su obra sea valorada. Y el emperador Carlos I no me ha defraudado. Tiene gran apetito…o quizá demasiado. Dicen que fue un hombre fuerte y corpulento, sano y vigoroso. Cuando yo lo conocí, a principios de 1553, ya había ensanchado, sobretodo al nivel de la línea de flotación. Lo peor no es perder la prestancia, sino las consecuencias para su salud. Me descubrió en Flandes, en una cena ofrecida por su enemigo y mi Señor de entonces, el duque de Guisa, durante el sitio de la ciudad de Metz, en una noche de intensas negociaciones. Quedó encantado con mi estofado de venado al anís, y quiso incorporarme a su servicio inmediatamente. Los ataques de gota se hicieron cada vez más dolorosos y continuos, lo que minó su ánimo de atacar la ciudad, prolongando el asedio indefinidamente hasta desistir y fracasar. Este hecho, estoy convencido de que fue el detonante para la cuesta abajo que propició la abdicación a favor de su hijo Felipe y la retirada al monasterio de Yuste, en Extremadura, donde nos encontramos ahora. Cansado y reflexivo sigue desde la retaguardia, enganchado a asuntos de estado… y a los guisos de cordero.
—¡Hoy se avecina un día movidito! Ya puedes cocinar lo que más le gusta para calmar su mal humor.
Anselmo, el mayordomo mayor del rey, ha entrado en mis dominios acelerado y haciendo aspavientos.
—¿Qué ha pasado? —Le pregunto mientras corto un pollo en trozos
—Ha venido un mensajero con malas noticias. Se han detectado núcleos herejes en Valladolid y Salamanca.
—Y ¿Qué ha dicho?
Anselmo me lo cuenta mientras le pega un capón al crío de la Fernanda por meter el dedo en la crema de espárragos que tengo enfriando.
—…Que tenía que haber acabado con Lutero. “Ese agustino recalcitrante ha sido mi pesadilla. Tenía que haberlo ensartado con mi espada cuando tuve oportunidad y acabar con sus pestilentes doctrinas…” ha dicho literalmente y me ha echado del salón quedándose con el médico, el mensajero y el gentilhombre Francisco de Borja.
Su majestad ha ido refugiándose en la comida, como una especie de compensación psicológica, según ha ido perdiendo sus batallas. Ha querido ser unificador de Europa y liderar la cristiandad y a lo largo de su vida se ha enfrentado a numerosas ambiciones, desde los turcos al Papa, pasando por franceses…y mantuvo el tipo. Pero lo de Lutero ha acabado con él. Personalmente creo que el monje agustino es un alborotador que solo busca excusar sus debilidades para tranquilizar su conciencia de cara a Dios. Dicen que es un hombre de personalidad atormentada y temperamento pasional. Y no hay hombre con temperamento más fuerte que mi rey. El resultado de su enfrentamiento en Worms no podía ser otro que la división. Claro, que el apoyo que los príncipes alemanes prestaron a la causa luterana, fue más bien, una oportunidad de sacudirse el dominio del emperador. Esperemos que en el concilio de Trento se arregle todo este desaguisado doctrinal. En cualquier caso, esas cuestiones no me incumben, lo mío es el pepino, la cebolla y el comino, y a eso me dedico.
Mientras termino de sazonar el pollo con un poquito de orégano y perejil, me viene a la memoria la conversación que mantuvimos su majestad y yo en Laredo. Nos dirigíamos a Yuste y había sido una travesía muy triste, desde Flandes, donde el emperador había abdicado. Me había hecho saber el placer que le daría cenar aquella noche a base de marisco del cantábrico, a lo que yo me opuse enérgicamente, siguiendo las recomendaciones del médico:
—Mi señor, eso es veneno para vos. Si le sirvo marisco esta noche, todos sus conflictos serán pequeñeces comparados con el dolor que le producirá la gota.
—Tú lo has dicho. He comandado ejércitos, luchado en guerras terrenales y espirituales, he combatido al demonio cara a cara y…unos pequeños crustáceos no van ha poder conmigo.
—Acuérdese de Metz, mi Señor—me aventuré a insistir.
—¡No te metas dónde no te llaman! —aulló iracundo—¡o me cocinas las gambas o te vendo como esclavo a los turcos!
Ante aquella amenaza solo me quedó callar y hacerme con todas las cigalas del cantábrico… Desde entonces cocino lo que quiere y más le gusta. No soy yo nadie para desobedecer la orden de un rey. Sufre dolores de parto pero es incapaz de decir que no a un buen asado. En mi larga carrera culinaria he visto de todo, pero la relación de las personas con la comida es bastante reveladora. Los pecados hablan de cómo somos, y a poco que observemos, conocemos a las personas a través de la mesa. Está el ansioso, que come con voracidad y velocidad. El compulsivo, que come cuándo y lo que se le antoja. El sibarita, que venera las exquisiteces… A veces, nos volcamos en la comida como sustitutivo de otros deseos o como compensación a conflictos personales que no terminamos de superar: complejos, miedos, inseguridades, frustraciones.
Me da tristeza ver a un hombre tan poderoso y enérgico dominado por una insignificancia como una alita de pollo. En cualquier forma, espero que Dios no me condene por contribuir a la decadencia de su majestad. Yo solo entiendo de gallinas, pechugas y lechugas… y a eso me dedico.
A veces, grandes personalidades son vencidas por pequeñas debilidades. Una minúscula picadura de un pequeño insecto, le trasmitió paludismo y fue el final del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos I de España y V de Alemania…otra pequeñez.
A tenor del record de visitas obtenidas por mi anterior post titulado “lujuria”, podemos concluir que, como el resto del planeta, estamos muy preocupados o interesados en dicha pasión. Pero existen otras que están íntimamente relacionadas con ella y quizás no le prestamos la misma atención, como la ira y la gula. En el primer mundo comemos y bebemos mucho más de lo necesario. Comemos demasiado y demasiado mal. La obesidad, la anorexia y el alcoholismo son corrientes en nuestras sociedades. El problema no está en este mundo, sino en como lo gestionamos. Y empezar por uno mismo, por nuestro mundo interior con la ayuda de la Gracia Divina, es un buen comienzo.
Aunque la gula nos parezca un pecado menor…una pequeñez.
“No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena. Si te consientes en todos los deseos, te harás la irrisión de tus enemigos. No te complazcas en la buena vida, no te avengas a asociarte con ella” (Eclo, 18, 30)
—¡Hoy se avecina un día movidito! Ya puedes cocinar lo que más le gusta para calmar su mal humor.
Anselmo, el mayordomo mayor del rey, ha entrado en mis dominios acelerado y haciendo aspavientos.
—¿Qué ha pasado? —Le pregunto mientras corto un pollo en trozos
—Ha venido un mensajero con malas noticias. Se han detectado núcleos herejes en Valladolid y Salamanca.
—Y ¿Qué ha dicho?
Anselmo me lo cuenta mientras le pega un capón al crío de la Fernanda por meter el dedo en la crema de espárragos que tengo enfriando.
—…Que tenía que haber acabado con Lutero. “Ese agustino recalcitrante ha sido mi pesadilla. Tenía que haberlo ensartado con mi espada cuando tuve oportunidad y acabar con sus pestilentes doctrinas…” ha dicho literalmente y me ha echado del salón quedándose con el médico, el mensajero y el gentilhombre Francisco de Borja.
Su majestad ha ido refugiándose en la comida, como una especie de compensación psicológica, según ha ido perdiendo sus batallas. Ha querido ser unificador de Europa y liderar la cristiandad y a lo largo de su vida se ha enfrentado a numerosas ambiciones, desde los turcos al Papa, pasando por franceses…y mantuvo el tipo. Pero lo de Lutero ha acabado con él. Personalmente creo que el monje agustino es un alborotador que solo busca excusar sus debilidades para tranquilizar su conciencia de cara a Dios. Dicen que es un hombre de personalidad atormentada y temperamento pasional. Y no hay hombre con temperamento más fuerte que mi rey. El resultado de su enfrentamiento en Worms no podía ser otro que la división. Claro, que el apoyo que los príncipes alemanes prestaron a la causa luterana, fue más bien, una oportunidad de sacudirse el dominio del emperador. Esperemos que en el concilio de Trento se arregle todo este desaguisado doctrinal. En cualquier caso, esas cuestiones no me incumben, lo mío es el pepino, la cebolla y el comino, y a eso me dedico.
Mientras termino de sazonar el pollo con un poquito de orégano y perejil, me viene a la memoria la conversación que mantuvimos su majestad y yo en Laredo. Nos dirigíamos a Yuste y había sido una travesía muy triste, desde Flandes, donde el emperador había abdicado. Me había hecho saber el placer que le daría cenar aquella noche a base de marisco del cantábrico, a lo que yo me opuse enérgicamente, siguiendo las recomendaciones del médico:
—Mi señor, eso es veneno para vos. Si le sirvo marisco esta noche, todos sus conflictos serán pequeñeces comparados con el dolor que le producirá la gota.
—Tú lo has dicho. He comandado ejércitos, luchado en guerras terrenales y espirituales, he combatido al demonio cara a cara y…unos pequeños crustáceos no van ha poder conmigo.
—Acuérdese de Metz, mi Señor—me aventuré a insistir.
—¡No te metas dónde no te llaman! —aulló iracundo—¡o me cocinas las gambas o te vendo como esclavo a los turcos!
Ante aquella amenaza solo me quedó callar y hacerme con todas las cigalas del cantábrico… Desde entonces cocino lo que quiere y más le gusta. No soy yo nadie para desobedecer la orden de un rey. Sufre dolores de parto pero es incapaz de decir que no a un buen asado. En mi larga carrera culinaria he visto de todo, pero la relación de las personas con la comida es bastante reveladora. Los pecados hablan de cómo somos, y a poco que observemos, conocemos a las personas a través de la mesa. Está el ansioso, que come con voracidad y velocidad. El compulsivo, que come cuándo y lo que se le antoja. El sibarita, que venera las exquisiteces… A veces, nos volcamos en la comida como sustitutivo de otros deseos o como compensación a conflictos personales que no terminamos de superar: complejos, miedos, inseguridades, frustraciones.
Me da tristeza ver a un hombre tan poderoso y enérgico dominado por una insignificancia como una alita de pollo. En cualquier forma, espero que Dios no me condene por contribuir a la decadencia de su majestad. Yo solo entiendo de gallinas, pechugas y lechugas… y a eso me dedico.
A veces, grandes personalidades son vencidas por pequeñas debilidades. Una minúscula picadura de un pequeño insecto, le trasmitió paludismo y fue el final del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos I de España y V de Alemania…otra pequeñez.
A tenor del record de visitas obtenidas por mi anterior post titulado “lujuria”, podemos concluir que, como el resto del planeta, estamos muy preocupados o interesados en dicha pasión. Pero existen otras que están íntimamente relacionadas con ella y quizás no le prestamos la misma atención, como la ira y la gula. En el primer mundo comemos y bebemos mucho más de lo necesario. Comemos demasiado y demasiado mal. La obesidad, la anorexia y el alcoholismo son corrientes en nuestras sociedades. El problema no está en este mundo, sino en como lo gestionamos. Y empezar por uno mismo, por nuestro mundo interior con la ayuda de la Gracia Divina, es un buen comienzo.
Aunque la gula nos parezca un pecado menor…una pequeñez.
“No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena. Si te consientes en todos los deseos, te harás la irrisión de tus enemigos. No te complazcas en la buena vida, no te avengas a asociarte con ella” (Eclo, 18, 30)