SE NECESITAN TESTIGOS DE UNA EXPERIENCIA DIGNA DE DAR A CONOCER

          El Cardenal Newman en 1859 había advertido que una fe heredada, pasiva, inercial “tenida”, podríamos decir, más que “ejercida”(vivida), sólo podía conducir , en las personas cultas a la indiferencia, y en las sencillas a la superstición...

            Luego del Concilio Vaticano II, la actividad pastoral ordinaria en nuestro contexto se ha secularizado más rápido que los propios fieles, ha privilegiado la dimensión ética y social, descuidando dos aspectos fundamentales de la experiencia religiosa: la dimensión espiritual y los contenidos doctrinales (tal vez por excesos de otras épocas), dejando así un lugar vacío para que surjan toda clase de búsquedas alternativas, sedientas de espiritualidad. Este descuido, junto a una evangelización superficial que hace poco hincapié en la identidad cristiana, termina diluyendo la identidad católica, reduciéndola a compromisos morales o prácticas sacramentales.  Se catequiza o se moraliza a gente que no cree en su corazón, que no ha conocido realmente a Jesús en su vida, aunque esté bautizada, confirmada, e incluso tenga algún compromiso eclesial.

          Cuando las iglesias cristianas comienzan a hablar de razón y progreso, la modernidad se estaba resquebrajando por todas partes y los neopaganos  postmodernos acusan –no sin razón- a las Iglesias cristianas de burocráticas, racionalistas, sin mística, sin misterio… ¿sin fe?

Las necesidades de tipo espiritual parecen ocupar un lugar secundario en las prioridades de los agentes pastorales, sin embargo están en primer lugar en los reclamos de los fieles.

         La excesiva racionalización y burocratización de la pastoral, y el exceso de una nomenclatura abstracta (lemas, slogans, planes, proyectos, siglas, etc.) que no dice nada a las masas sedientas de experiencia de Dios y cansadas de tanta “reunión” y que no sólo les agota y desgasta, sino que no les llena el corazón, es una de las principales causas del abandono de muchos fieles y del éxodo hacia las sectas, o hacia la indiferencia.

          Harvey Cox, autor del casi olvidado libro “La Ciudad secular”(1965), publicó un libro en 1995 titulado “Fire from Heaven”, donde afirma que las iglesias que siguieron sus tesis de la secularización progresiva, son las que más rápido perdieron feligresía, comenzando por las iglesias protestantes liberales y siguiendo por amplios sectores del catolicismo. En cambio el  pentecostalismo con su primado en la experiencia espiritual, el discurso escatológico y la fe en lo sobrenatural, es el cristianismo que tiene mayor crecimiento y expansión.

          Urge recuperar las dimensiones descuidadas de la fe y de la experiencia cristiana, entre ellas también la vía emocional, la frescura celebrativa y la hondura del Misterio.

         Hoy se demanda experiencia, no solo palabras sobre Dios, no tanto hablar de Dios, sino hablar con él.

         El gran desafío de hoy se vuelve sobre el evangelizador, sobre el catequista, sobre el ministro de la Palabra, y reclama que éste hable de lo experimentado, de lo vivido, de lo “visto y oído”, no de lo que le han contado. Se necesita gente de peso experiencial en la fe, verdaderos “maestros espirituales” que ayuden a otros a gustar la presencia de Dios en la vida y a entrar en comunión con Él, con aquél cuyo amor incondicional se descubre en la raíz de la realidad humana, especialmente en la más vulnerada y desvalida.

          Sin experiencia de Dios el cristianismo no será más que un “metal que resuena”, hablará de cosas accesorias, pero no tendrá nada para entregar más que su propia cáscara en la que se ha refugiado.

       
 No pocas Parroquias se han transformado en academias,  en clubes sociales, o han quedado reducidas a administrar sacramentos y a ofrecer “cursos intensivos” de preparación para los sacramentos “de despedida” porque seguramente al “iniciado” no vuelven a verlo.

Las estructuras diocesanas y las reuniones se tragan la vida de los sacerdotes y laicos durante el correr del año, mientras que en varias parroquias uno nunca encuentra a nadie o un espacio de gratuidad donde orar y meditar la Palabra de Dios.

Se montan estructuras creyendo que por el sólo hecho de existir una comisión ya existe esa pastoral, aunque no esté sucediendo nada en las bases. Y así, hay delegados que se representan a sí mismos, y “áreas pastorales” que no existen en la realidad, tan sólo en un organigrama.  

Este desafío reclama una prioridad en el cultivo del silencio, de la oración y adoración, de la meditación de la Palabra, como se está haciendo hoy con la Lectio Divina en muchas partes del continente latinoamericano... de llevar a los creyentes no solo prácticas piadosas y recomendaciones morales, sino a la verdadera conversión del corazón, transformados en verdaderos testigos de Cristo.

Pensando en estas cosas recuerdo a un amigo pastor evangélico que me dijo una vez: "Ustedes los católicos tienen todo: Biblia, teología, místicos, santos, autores espirituales, etc... pero tienen todo guardado en algún freezer, y deberían ofrecerlo más a menudo".

Para terminar, les dejo un fragmento de una  entrevista publicada en el libro "Ser cristiano en la era neopagana" (1995), donde el Card. Ratzinger afirmaba:

Me parece innegable que existe demasiada auto-ocupación de la Iglesia consigo misma. Habla demasiado de sí, mientras tendría que dedicarse más y mejor al problema común: hallar a Dios, y  hallando a Dios, hallar al hombre. En este sentido la Iglesia debería ser más abierta, menos preocupada de sí misma y más dedicada al gran tema de Dios…

No podemos negar que hoy hay una gran inflación de palabras, una producción excesiva de documentos. Si la situación de la Iglesia dependiese de la cantidad de palabras, hoy asistiríamos a un florecimiento eclesial nunca visto… Sería necesario concederse más tiempo de silencio, de meditación y encuentro con lo real, para conseguir un lenguaje más fresco, que nazca de una experiencia profunda y viva, más capaz de llegar al corazón de los demás.

…La descristianización ha llegado a niveles inimaginables en la época de la clausura del Concilio… Creo que en realidad son los testimonios la primera condición para la nueva evangelización. Personas que, viviendo la fe en su vida cotidiana demuestren que la fe da vida, una vida verdaderamente humana en la comunión y en la comunidad. Sólo de esta manera puede hacerse comprensible el contenido del mensaje, y por ello necesitamos núcleos de cristianos que realicen esta verificación de la fe en la vida –tanto personal como comunitariamente- y ofrezcan a todos una experiencia cuyas raíces sean dignas de conocer”.