Es el título del documental que se estrenó en España el 25 de marzo sobre el origen y las causas de esta crisis global. Se trata de un cúmulo de imprecisiones, tópicos y entrevistas carente de referencias documentadas. La exposición es tal chapuza que he intentado desglosar las imprecisiones, omisiones o falsedades, una por una desde el comienzo hasta el final, he llenado nueve folios y sólo he llegado al minuto treinta de una película de casi dos horas. Tranquilos que me bastan los primeros cinco minutos.

La táctica general de la película es la incongruencia argumental, pasar de lo particular o nacional a lo global y viceversa según conveniencia, y exponer verdades omitiendo otros hechos que convierten aquéllas en cuestiones puramente circunstanciales.

El documental comienza en Islandia y desde el primer momento se lanzan sobre la conclusión con la que nos quieren lavar el cerebro: la falta de regulación es el origen de esta crisis. El problema radica en que, como veremos, tanto las premisas como la conclusión son falsas. Además, es el propio documental el que cae en la contradicción de aportar los argumentos que demuestran que había ingente cantidad de regulaciones, pero que los reguladores no quisieron intervenir y dejaron hacer –en el minuto 10:00 así lo expresa textualmente Elliot Spitzer, ex fiscal general y ex gobernador del Estado de Nueva York-.

Nada más empezar, en el minuto 3:04 de la película, el actor Matt Damon, que con su perfecta entonación hace el papel de narrador, dice que la privatización de los tres principales bancos islandeses fue “uno de los más puros experimentos de desregulación jamás llevados a cabo”. A continuación relaciona estos hechos con la quiebra de Islandia. Sin embargo, se puede probar que este hecho fue una circunstancia ajena a las causas reales que llevaron a Islandia a la quiebra. En su libro Deep Freeze, Philip Bagus y David Howden documentan cómo el gobierno islandés, durante la fase expansiva de la burbuja, fue incapaz de contener el gasto y mantener una política fiscal responsable. Explican el cómo y el por qué los bancos fueron privatizados y posteriormente asumieron los riesgos que les llevaron al colapso. Se trató de la combinación de dos fenómenos que podríamos traducir como la diferencia entre vencimientos de activos a largo plazo y pasivos a corto plazo de los bancos, uno; y diferencia entre tipos de cambio en los que estaba nominada la deuda privada islandesa, dos.

La cuestión radica en que ambos problemas fueron instigados por el Banco Central de Islandia (BCI), que además incitó a los bancos “privados” a tomar esos riesgos asegurando que de surgir problemas, intervendría para salvarles; y el propio FMI que emitía informes de que estos fenómenos no constituían ningún riesgo y, si lo llegasen a ser, el FMI también intervendría a favor de Islandia. La promesa de la “intervención” fue la condición necesaria para eliminar la sensación de riesgo –factor primordial en el funcionamiento de un mercado libre y que cuando se suprime con la intervención estatal, deja de ser mercado y deja de ser libre-.

A su vez y para echar más leña al fuego, el BCI comenzó una bajada histórica de los tipos de interés al mismo tiempo que el gobierno, con su regulación, obligó a reducir la cantidad de reservas que la banca debía mantener por ley para operar –“obligó” puesto que cuando el gobierno impone un límite de reservas, aunque en principio este límite sea el mínimo a mantener, en la práctica se convierte en el máximo si quieres seguir operando y compitiendo con los otros bancos-.

Demuestran que los riesgos hipotecarios asumidos por la nueva “banca privada” islandesa era la respuesta a las pautas marcadas por una agencia estatal llamada, en inglés, Housing Financing Fund (HFF) o Fondo de Financiación Hipotecario. Esta agencia redujo todas las condiciones para la concesión de préstamos hipotecarios a niveles absurdos, sometiendo a la “banca privada” a unos altísimos niveles de riesgo si querían competir con los créditos que concedía la agencia estatal. Además, por iniciativa de la HFF, los préstamos se concedían mayoritariamente en monedas extranjeras –francos suizos, yenes, etc.- que exponía a la propia HFF y a los bancos a riesgos inasumibles en caso de cambios desfavorables del tipo de cambio. Cada préstamo y cada operación pasaba por las narices del  BCI –el regulador- que controlaba la entrada y salida de divisas en estas operaciones. El propio BCI adoptó la política y los sistemas de cálculo del Banco Central de Canadá, cuando los datos macroeconómicos y los niveles de inflación islandeses no correspondían, ni por asomo, con los de aquel país. Todos estos factores se convirtieron con el tiempo en una bomba de relojería. ¿Y por qué actuaron así? Porque este cúmulo de barbaridades promovidas por el gobierno islandés supuso una ingente recaudación fiscal, que permitiría sostener el desorden presupuestario que Islandia arrastraba desde hacía años. Todo esto se omite en la película.

En el minuto 5:58 del documental, Gylfi Zoega, profesor de economía de la Universidad de Islandia, admite que los reguladores de Islandia se encontraban en los bancos con “diecinueve abogados” muy bien preparados dispuestos a obstruir la intervención. Y añado yo que conforme a los recovecos que la propia legislación consentía, ¿no? Si el regulador “lo hacía muy bien”, es decir, encontraba alguna práctica dudosa, entonces le sobornaban ofreciéndole un buen puesto  de trabajo. Es decir, que los reguladores eran unos corruptos; “un tercio de los reguladores se dejaron sobornar” y, además, admite que “es un problema universal” sin solución. ¿Cómo pueden usar el término “desregular” para referirse a regular sometiendo al sistema financiero al control de inspectores que se dejan sobornar?

Toda la película, desde la primera frase hasta la conclusión final, es la admisión de que la regulación es una utopía. Con un sistema monetario libre y patrón y sin más regulación que el código penal, el propio sistema monetario hubiese puesto freno al desmán. La percepción de que el riesgo existe hubiese obligado a los bancos, sin necesidad de la supervisión de ningún regulador “corrupto”, a funcionar de manera prudente. Ni Islandia ni el resto del mundo tenían el nivel de riqueza para permitir todo ese incremento de la actividad financiera. Por lo tanto, esos niveles de riqueza tampoco eran los suficientes para sostener el desorden presupuestario del gobierno islandés, y ese “estatus del fin de la historia” que, según el documental,  había en Islandia antes de las privatizaciones no era más que el resultado de la manipulación gubernamental de la economía. Estaba destinado, de una manera u otra, al colapso.

Vaya, se me ha terminado el espacio y no he pasado de los diez minutos de documental. En el próximo artículo publicaré una cita textual de Paul Krugman que hunde por completo toda la tesis de este panfleto cinematográfico. Una lástima que un defensor de la teoría de “la falta de regulación” sea precisamente quien ha aportado los argumentos más contundentes para demostrar su falsedad.