Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía (Sal 18,3).
El salmista se encuentra acosado, perseguido, atacado. Este tema es frecuente en el salterio y es parte de la vida del discípulo. Junto a la animadversión de los que no forman parte de la comunidad y los distintos ataques internos del maligno, hay también una zona intermedia, no es total exterioridad, tampoco interioridad propiamente dicha; se trata de la maledicencia, de la murmuración de los cercanos, de aquellos con los que se sienta entorno al altar.
Ante cualquier ataque, sea del tipo que sea, para el verdadero discípulo, Dios es su refugio, lo es la Eucaristía. Una roca no solamente ofrece un sólido fundamento para una edificación, una alta peña se presenta de difícil acceso para los atacantes, fácil de defender para los sitiados. La comunión con el misterio pascual es inalcanzable para el mal, es un ámbito cuyas puertas se abren solamente para el amor divino, para el hombre de manos inocentes y puro corazón. En la fortaleza eucarística, cualquier venablo queda frenado, su punta no puede penetrar los muros del perdón. Y ahí, en el misterio divino, el discípulo se encuentra libre de cualquier acechanza y librepara el amor.
Sobre la roca del Calvario, se alza la Cruz-alcázar y, en el alcázar, una lanzada ha abierto la puerta de un Corazón.