La Semana Santa es un momento adecuado para reflexionar sobre la muerte de Cristo y nuestra propia vida. Muchas personas se preguntan sí era realmente necesario que Dios ofreciera a su propio Hijo y permitiera que padeciera como padeció. Vivimos en una sociedad que se escandaliza del sufrimiento y huye del dolor. Al mismo tiempo, cierra los ojos al sufrimiento ajeno. Para muchas personas, contemplar a Cristo sufriendo en la semana de pasión es algo insoportable. Ahora, quizás nos demos cuenta que esto siempre ha sido así. La naturaleza herida del ser humano impide ver más allá de lo que nos agrada y complace. El Domingo de Ramos pudimos escuchar en el Evangelio, algunos de los comentarios que hacían personas que presenciaban la crucifixión: 

Los que pasaban, lo insultaban y, moviendo la cabeza, decían: "Tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!".” (Mt 27, 39-41) 

Este pasaje nos recuerda directamente a las tentaciones que Cristo tuvo que soportar antes de iniciar su vida pública. ¿Por qué no se lanzó de lo alto del Templo para que todos vieran cómo los Ángeles venían en su auxilio? Por una razón sencilla, porque el espectáculo no es la voluntad de Dios. Dios no desea que la redención sea un show pasivo que no nos enseña nada. Dios sabía que el ser humano sufre y deseaba dar sentido al sufrimiento. Deseaba dar sentido a la negación de uno mismo que conlleva llevar su cruz a cuestas. Por desgracia, a muchos de nosotros nos da vergüenza la Cruz del Salvador: 

Que no nos dé vergüenza la Cruz del Salvador, e incluso gloriémonos en ella. Pues la palabra de la cruz es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, pero para nosotros es salvación (cf. I Cor 1,18-25). «Es una necedad para los que se pierden; más para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios» (1,18). Pues, como se ha dicho, no se trataba de un simple hombre que moría en favor nuestro, sino de Dios, el Hijo de Dios hecho hombre. Pero entonces el cordero muerto, según la enseñanza de Moisés, arrojaba lejos al exterminador. Ahora bien, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29), ¿acaso no liberará mucho más de los pecados? También la sangre de una oveja irracional mostraba la salud. ¿Y la sangre del Unigénito no traerá la salvación en una mayor medida? Si alguno no cree en la fuerza del crucificado, interrogue a los mismos demonios. (San Cirilo de Jerusalén, catequesis XIII, 3) 

Decía San Agustín: Cristo es la Palabra de Dios que habla a los hombres no sólo con palabras, sino también con hechos (Sermón 252,1), por lo que todo acto realizado por el Señor tiene algo que mostrarnos y enseñarnos. En la Cruz vemos el padecimiento aceptado por ser Voluntad de Dios. En el escarnio de la Cruz, la firme Voluntad de Dios de acompañarnos y enseñarnos el camino. En la resurrección, vemos la promesa que se hace realidad para darnos Esperanza, que espera con un sentido. 

El ser humano lleva consigo el sufrimiento desde que nace. Podemos auto compadecernos, malvivir reclamando justicia y esperando que el mundo cambie según nuestros deseos. También podemos vivir con valentía y solicitar la misericordia de Dios para ser capaces de seguir adelante, aún estando destrozados y machacados por las circunstancias que nos rodean. 

Lo maravilloso de la Cruz es que Dios mismo muestra el camino que tenemos que seguir y nos señala dónde encontrar fuerzas para seguirlo hasta el final, cada cual en la medida de sus capacidades y la Voluntad de Dios. 

¿Qué nos quiere decir San Cirilo al indicar: “Si alguno no cree en la fuerza del crucificado, interrogue a los mismos demonios”? El enemigo tienta siempre de la misma forma: ofreciendo salidas que destrozan nuestro sentido como seres humanos, nos alejan de Dios y nos esclavizan. Interrogamos a los demonios siendo conscientes de las tentaciones a las que nos someten. 

La gran tentación es bajarse de la Cruz, rechazando el camino que todos los humanos tenemos que recorrer. Bajar de la Cruz conlleva todas las salidas que la sociedad nos ofrece como fáciles y modernas: aborto, divorcio, eutanasia, agnosticismo, relativismo, clientelismo social, ideología de género, apatía existencial, espiritualidades a la medida, etc… Pero bajarnos de la Cruz es un engaño, ya que no dejamos de sufrir, sino que ahondamos el sufrimiento destrozando nuestra propia naturaleza.  

¿Tiene sentido la Cruz? Personalmente creo que la Cruz es el mejor libro que podemos leer y poner en práctica.