Primero fue la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, aceptando que poner un crucifijo en una escuela pública italiana no iba contra los derechos de los ateos. Después fue Hungría, que cambió su Constitución para blindar la familia y la vida. Ahora ha sido Polonia, que acaba de aprobar en su Congreso –falta la ratificación por el Senado-la prohibición total del aborto.
Son “brotes verdes” que nos hablan de esperanza. Cierto que hay motivos socio-políticos para que esto suceda: la crisis demográfica y sus consiguientes consecuencias económicas, el convencimiento de que los ataques a la Iglesia nos dejan inermes frente al avance poderoso del Islamismo, la sensación generalizada de que el permisivismo de los últimos años es la causa de la debacle en que está sumida Europa. Pero junto a esto está la acción valiente, perseverante, decidida de todos los que han luchado por la familia y la vida en los últimos años, empezando por los Pontífices y sus colaboradores en el Pontificio Consejo para la Familia y siguiendo por tantos políticos católicos, por los movimientos pro-vida y por miles y miles de católicos que han rezado perseverantemente para que se erradicara el genocidio silencioso del aborto.
Sin embargo, la victoria final está aún muy lejana. Porque mientras esto sucede en Polonia, en España el régimen laicista del socialista Zapatero intenta aprobar una ley de “muerte digna” que es la antesala de una ley de eutanasia. Los obispos españoles han llamado ya a la insumisión ante esta ley, pero lo trágico es que un Gobierno totalmente desprestigiado que está en horas de descuento quiera despedirse matando. Ha matado niños, facilitando aún más el aborto, y ahora quiere acabar con los abuelos y los enfermos.
Hay que seguir luchando. Rezando, ante todo, pero también moviéndonos para sensibilizar a una población anestesiada que sólo reaccionará cuando las consecuencias de las políticas que ella misma ha tolerado la estén asfixiando. Dios quiera que, para entonces, no sea ya demasiado tarde. Mientras tanto, agradezcámosle al Señor por estos brotes verdes de vida que nos traen esperanza.
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