A menudo lo que más cuesta es reconocer lo evidente. Porque puede doler. Sin embargo, cuánto beneficio se extrae de hacerlo. Y cuántas complicaciones trae no hacerlo.
Decir la verdad, no engañar ni engañarse, es algo sencillo pero no fácil, según la personalidad y el amor propio que se tenga. Por no quedar mal, uno dice una media verdad y acaba mintiendo.
El problema, y éste es el gran problema, es que no todo acaba ahí, el problema es que uno acaba viviendo engañado, mintiéndose a sí mismo en pequeñas cosas primero, y luego en las más grandes e importantes, hasta ver cómo la mentira, por sutil que sea, controla la propia vida.
La persona esconde defectos y carencias bajo distintas apariencias: orgullo, vanidad, mera apariencia, victimismo, etc...
La persona esconde defectos y carencias bajo distintas apariencias: orgullo, vanidad, mera apariencia, victimismo, etc...
Uno se atrinchera en esa máscara que a veces permite avanzar de cierta manera por la vida, pero el día menos pensado, una circunstancia imprevista te desenmascara y caes muy a fondo.
Buena caída si es para resurgir en tu ser verdadero, reconociendo lo evidente.
Y lo evidente, en general, es que nadie, ni el más virtuoso está a salvo de la tentación de la máscara. Reconozcámoslo antes de que la vida se encargue de hacérnoslo ver.
Dejemos el maquillaje y mostrémonos, humildemente, tal como somos, con voluntad de Ser.