La Iglesia es una realidad multiforme y sobre todo viva y dinámica. Ningún aspecto la agota y centrarse en uno solo de ellos olvidando los demás desfiguraría su ser: cultura, arte, civilización, humanismo, evangelización, liturgia, canto, música, espiritualidad... todo se da en ella y ella no se reduce a ninguno de estos aspectos. Si se la considera sólo como medio humano, si se atiende en ella sólo a un fin temporal, la Iglesia queda desvirtuada. Muchos harán causa de su bandera particular apoyándose en la Iglesia y otros se sentirán excluidos entonces; unos quieren convertir a la Iglesia Esposa en instrumento de sus combinaciones humanas frente a otros que en la misma Iglesia sueñan con otra realidad. Y tal vez la Iglesia en sus pastores se equivoque en una determinada opción, pero pronto se despierta y afirma su independencia. Entonces unos la atacarán como vinculada al pasado nada más, y otros como modernista que abandona a sus hijos: ¡decepciones provocadas por una torpe y deficiente concepción de la vida y misión de la Iglesia! Pero es que ella es la Iglesia de Dios.
“¡Cuán raros son, por desgracia, incluso entre los católicos llamados intransigentes aun en aquellas cuestiones en las que la fe está en juego, los que verdaderamente juzgan y deciden en razón de su fe, es decir, movidos por razones de fe! Con mayor razón, todos los hombres de este mundo, y quizá principalmente los mejores de ellos, si sólo son de este mundo, se sentirán un día u otro escandalizados por la Iglesia. Lo mismo si son conservadores que si son revolucionarios, siempre se mostrarán impacientes por estimar que la Iglesia es reticente y tibia, aunque ella, en el fondo, está empeñada con más ardor. La Iglesia está, en efecto, desprendida tanto de los unos como de los otros. Ella es la Iglesia de Dios. Es testigo entre los hombres de las cosas divinas y habita desde ahora en la eternidad” (De Lubac, Meditación sobre la Iglesia, p. 174).
La comprensión del misterio de la Iglesia se esclarece, y se atisba mejor su fin único y primordial, si se tiene en cuenta que ella es Jesucristo prolongado hoy en la historia y en la vida de los hombres; si se tiene en cuenta que su tesoro y su vida es sólo Jesucristo, que ella vive por Jesucristo y para Jesucristo y que no es un museo con preciosas obras del pasado, ni un organismo social de revolución y progreso que buscase una organización temporal nueva del mundo al vaivén de las ideologías (o de las “teologías de genitivo”: teología de la liberación, de la muerte de Dios –absurdo y contradictorio en sí mismo-, de la muerte de Dios para centrarse sólo en el hombre y para el hombre, el llamado "giro antropocéntrico" de la teología...).
“Si Jesucristo no constituyese su riqueza, la Iglesia es miserable. Si el Espíritu de Jesucristo no florece en ella, la Iglesia es estéril. Su edificio amenaza ruina, si no es Jesucristo su Arquitecto y si el Espíritu Santo no es el cimiento de las piedras vivas con que está constituida. No tiene belleza alguna, si no refleja la belleza sin par del Rostro de Jesucristo, y si no es el árbol cuya raíz es la Pasión de Jesucristo. La ciencia de que se ufana es falsa y falsa también la sabiduría que le adorna, si ambas no se resumen en Jesucristo. Ella nos retiene en las sombras de la muerte, si su luz no es “luz iluminada” que viene enteramente de Jesucristo. Toda su gloria es vana, si no la funda en la humanidad de Jesucristo” (Meditación sobre la Iglesia, p. 175).
La misión y la vida misma de la Iglesia es anunciar y comunicar a Jesucristo; todo lo demás puede estar bien, es un añadido, y se deriva de esa misión fundamental. Esto que la Iglesia es lo realiza mediante sus miembros y la reflexión debe atender a ella y cuestionar hasta qué punto los cristianos como miembros de la Iglesia anuncian a Jesucristo, lo comunican y viven de Él para evangelizar como la primera Iglesia evangelizó y no es cuestión de una red o maraña complicada de organización y acciones cuanto de un acto fundamental, evangelizar hoy con celo apostólico. Esta afirmación no es una invitación a vivir un evangelismo puro, un cierto catarismo (unos cristianos puros, perfectos, de primera clase y una masa amorfa, de imperfectos...). Muchas cosas son necesarias en la Iglesia, obras especializadas, apostolados nuevos, incluso la publicidad y la propaganda (hoy diríamos medios de comunicación). Pero el autor plantea una serie de interrogantes válidos igualmente hoy:
¿Podrá filtrarse, a través de una red tan espesa, el mensaje esencial? Por efecto de una ley que se cumple en todos los órdenes, ¿no sucederá que el hecho de sobrepasar cierto punto de moderación nos arrastrará a contrapelo de nuestra primera intención? La preparación, la organización y los servicios auxiliares el apostolado, ¿nos dejan siempre el tiempo y la disponibilidad que precisa el apóstol? ¿No corremos el peligro de movernos en un círculo vicioso? ¿No terminamos a veces por separarnos de aquellos que pretendíamos unirlos a nosotros, o por disminuir y quizá por falsear en nosotros mismos el espíritu que queríamos mantener? En una palabra, ¿se puede afirmar que predicamos siempre suficientemente el Evangelio? (Meditación sobre la Iglesia, pp. 178179).
Hoy, con lenguaje distinto, vivimos una Iglesia con una nueva burocracia, por ejemplo. Si antes se criticaba el centralismo romano, ahora se padece la nueva burocracia de muchas más instancias nacionales y diocesanas, amén de estructuras por vicarías, por arciprestazgos y parroquias. Se multiplica la reunión, pero no la unión; se escriben proyectos pastorales desde las distintas instancias con objetivos a largo, medio y corto plazo, que luego son revisados una y otra vez. ¿No será esta una nueva red cada vez más tupida, que entretiene y distrae, perdiendo tiempo, capacidad y realismo en la misión del anuncio a Jesucristo y de su vida comunicada? ¿No se ha clericalizado a los laicos recluyéndolos en la sacristía a base de reuniones y revisiones a modo empresarial, en lugar de potenciarlos y acompañarlos en su función profética, real y sacerdotal en el mundo, a tenor de la Apostolicam actuositatem y la exhortación Christifideles Laici?
Preguntas y más preguntas que nos podrían resituar ante el misterio de Cristo y de su Iglesia.