—¡No podemos seguir así. Este hombre es un extremista!
—¡Estamos guiados por un loco!
Me encuentro reunido con mis hermanos en las afueras de nuestras cuevas que llamamos monasterio, en Subiaco. El imperio Romano cayó y en la capital existe un crisol de nacionalidades y creencias: bárbaros, paganos, ateos, cristianos relajados y sólo unos pocos de cristianos fervorosos. Hacia el año 500, Roma sobrevive sumida en un caos social y moral del que hemos huido en busca de Dios y de la paz espiritual. Hasta ahora no sé si hemos encontrado a Dios, pero sí hemos conocido a Benito, un hombre diferente…sin duda.
Me atrevo a alzar mi opinión en medio de la discusión:
—No es un loco. Recordad cuando lo encontramos y le propusimos ser nuestro padre espiritual, nuestro abad. Todos fuimos conscientes de que estábamos ante un hombre de Dios, por sus palabras y su presencia.
—¡En qué hora—me ataja el hermano Celsio, con agresividad—cómo nos equivocamos! Como sigamos a éste hombre acabamos todos con la cabeza ida.
— ¿Pero os parece normal una persona, que porque tiene un recuerdo sin importancia de una mujer, se tire a una zarza y se revuelque entre pinchos para sofocar su lujuria? —Apoya otro—¡Vamos, esto no puede ser bueno!
— ¿Acaso hemos olvidado porqué dejamos la ciudad y nos retiramos a la montaña? —repongo con fuerza.
—Yo vine en busca de la pureza, de la paz, de una vida de calma y descanso y con éste hombre solo tenemos cansancio, hambre y sueño—confiesa uno—No entiendo que haya que madrugar tanto y trabajar tanto.
—Tengo las manos llenas de callos, si me vieran mis amigos de la ciudad, se reirían de mí, hasta ahogarse—se queja otro—¡Tanto estudiar para acabar con el azadón! ¡Vaya espiritualidad!
—Y estos horarios que nos van a reventar. ¿Como podemos rezar o meditar si se nos cae la cabeza de sueño? No entiendo esta obsesión por no dormir.
—Tenemos la hora sexta para descansar—les recuerdo sin convicción.
Celsio insiste:
—Mirad. No creo que sea necesario vivir así para estar en paz y alcanzar el cielo. Estas exigencias me parecen, más bien, ideas locas de un hombre descentrado. Tenemos que tomar una decisión o acabará con nosotros.
A partir de ese momento callé. Mis hermanos habían decidido tomar cartas en el asunto y dar por finalizada esa vida de esfuerzo y disciplina tan exigente…el único obstáculo era el hombre que nos guiaba y había ideado esa forma de vida: Benito.
Al día siguiente nos encontrábamos toda la comunidad juntos a la hora de la comida. El ambiente era extraño, cargado y tenso. Nos mirábamos con recelo y ansiedad. El hermano Benito había entrado y se había sentado a la mesa, ajeno a nuestra confabulación. Después de pronunciar las acciones de gracias, Celsio se levantó y se acercó a Benito para que bendijera el pan y el vino para la comida, como todos los días. El abad hizo la señal de cruz sobre el pan y al hacerlo sobre la botella de vino, ésta explotó violentamente ante nuestras estupefactas caras.
Benito comprendió al instante:
— ¿Qué habéis pretendido, envenenarme? ¿Por qué?
Nos miraba fijamente uno por uno, mientras todos agachábamos la cabeza avergonzados y asustados.
—Contestad. ¿Por qué?
Celsio se atrevió:
—Estamos agotados, necesitamos descansar. Tu regla es demasiado estricta. Vinimos buscando paz y calma y estamos reventados de tanto trabajar, ayunar y madrugar. No queríamos seguir así y sabíamos que tú no cederías en la disciplina.
— ¿Qué pensáis que es esto, un juego? ¿Creéis que la fe es un entretenimiento de críos? ¿Creéis que se puede poner una vela a Dios y otra al demonio? ¿Queréis no fatigaros mientras el demonio nunca descansa? Decidme ¿Por qué abandonasteis la ciudad? ¿Cuál era vuestro temor?
Celsio seguía contestando cada vez con menos fuerza:
—Teníamos miedo de caer en tentación. Temíamos la corrupción de nuestras almas.
—Así pues, ¿Quién es más fuerte, el que evita la tentación o el que la afronta sin caer?
Benito hace una pausa mirándonos con cierta desesperación.
—Por tanto, vosotros sois más débiles que los cristianos que luchan diariamente en Roma y por eso estáis aquí. Dios os eligió y os apartó para mimaros cuidadosamente como a un hijo pequeño y débil y… ¿También lo rechazáis? Las pasiones de vuestro cuerpo os esclavizan. Si no domináis vuestro cuerpo, vuestro cuerpo os dominará a vosotros.
La indignación en la cara de nuestro prior se tornó en la más profunda decepción. Esa expresión me produjo un dolor más agudo que si hubiera estallado en cólera. Benito prosiguió:
—Cuidado con lo que sembráis, si satisfacéis las demandas del cuerpo, tendréis vuestra recompensa: desorden, riñas, insatisfacción y tristeza. El ocio es el enemigo del alma.
Para entonces nadie se atrevía a levantar la cabeza.
—Os he propuesto una forma de vivir, un camino seguro para la santidad y la comunión con Dios: mantener las manos ocupadas y la mente en oración, ¡continuamente! A vosotros y no a otros. Contabais con la ayuda de Cristo para sosteneros y para levantaros de las caídas, pero…hoy habéis elegido. Rezaré a la misericordia de Dios para os conceda una nueva oportunidad. Ésta ya ha pasado para vosotros.
Se dio media vuelta y se marchó.
Viendo su figura desaparecer por el camino, tuve un arrebato de salir corriendo detrás de él, pero me sentía muy agotado por los acontecimientos de esos días y resolví partir en su busca por la mañana, después de descansar y reponer fuerzas.
Aquella noche tuve un sueño muy inquietante. Una gran luz descendía desde el cielo y me invitaba a dejarme llevar hacia arriba, pero unos pequeños seres como diablillos, tiraban de mí hacia abajo y me sujetaban a la tierra entre risitas y bostezos.
Aquella mañana desperté con el sol en lo alto por primera vez después de años. Mis caritativos hermanos me habían dejado descansar hasta tarde. Celsio me ofreció un desayuno, un lujo que nunca disfrutamos con Benito de prior.
—Come tranquilo. Cuando los hermanos vuelvan de la ciudad de vender las herramientas y comprar víveres, nos juntaremos todos para la oración de la mañana.
—Perdona, hermano Celsio, si vendemos las herramientas no podremos trabajar la tierra y… ¿de qué viviremos?
—No te preocupes… la divina providencia nos ayudará.
Reflexiono mientras desayuno con voracidad. Quizá debería dar una oportunidad a este grupo. Siempre habrá tiempo de ir en busca del hermano Benito, si me he equivocado. Es verdad que fueron muy contundentes al planear el atentado contra su vida, pero estaban movidos por la desesperación. A lo mejor Dios nos perdona a todos y de un mal saca un bien y con el tiempo, creamos un movimiento monacal importante…y salvamos nuestras almas.

San Benito fundó la abadía de Montecassino, obró milagros, y su espíritu pervive en los cerca de 8.000 monjes repartidos en 300 monasterios, presentes en 47 países. Los benedictinos han sido protagonistas a lo largo de la historia de Europa.

Del bienintencionado monje que nos cuenta esta historia y sus compañeros, no se sabe su suerte...pero es posible que anden bostezando y susurrando en nuestro oído inocentes palabras como sofá, videojuego, televisión, fiesta, chat, ocio...

Tedio, descanso, tiempo muerto...obras muertas sin ningún valor.

“Así pues, queridos míos, de la misma manera que habéis obedecido siempre, no sólo cuando estaba presente sino mucho más ahora que estoy ausente, trabajad con temor y temblor por vuestra salvación, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones para que seáis irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa, en medio de la cual brilláis como antorchas en el mundo, presentándole la Palabra de vida para orgullo mío en el Día de Cristo, ya que no habré corrido ni me habré fatigado en vano”. (Fl 2, 12)